Diario del Mar

"Me llamo Katherine Greenwood Wells, tengo dieciocho años. Nací en una cuna hecha de olas, mecida por el vaivén del maravilloso océano. El mar corre por mis venas. Mi madre se llamaba Anne Wells, y falleció cuando yo había cumplido seis años. Mi padre, Alfonso Greenwood, me enseñó todo lo que sé sobre el mar, pero por desgracia, desapareció hace dos años, sin dejar rastro. Y desde entonces, no he dejado de buscarle."




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viernes, 12 de julio de 2013

DDM: Capítulo 77

¡Hola a todos!


Sí, hoy por fin os traigo el capítulo 77. ^^

Lo único que tenía que deciros es que Diario del Mar ha sido nominado por tres blogs diferentes a un premio () y que en cuanto esté terminada la entrada, la subiré. :)

Ah, y que he añadido una nueva encuesta, por si os interesa votar. :)

¡Y aquí tenéis el capítulo! ^^





Cuando abrí los ojos, supe que me había quedado dormida a causa del llanto. Parpadeé varias veces, para despejar mi mirada. Miré a mi alrededor, hasta situarme; estaba en mi camarote. Yo era la Princesa de los Mares. Y habíamos zarpado de Inglaterra.

Y lo más importante, había dejado a Jacob atrás.

El perfil de Elizabeth apareció en mi mente y sentí una enorme punzada en el corazón. Cerré los ojos con fuerza, centrándome en que tenía que ignorarlo. Pero me resultaba... demasiado difícil.

Me levanté del catre con lentitud, estirándome poco a poco, como si deseara retrasar un determinado momento. Pero, ¿cuál? Deslicé la mirada por todo el camarote, negando con la cabeza; aquello no era mío. Pertenecía a una extraña, una extraña que se había marchado.

Mi mirada se detuvo en el trozo de papel arrugado de Jacob. La nota. Y no fui capaz de frenar las lágrimas que se abrieron paso por mis ojos y rodaron por mis mejillas. Mi corazón palpitaba con extremada fuerza, lo oía retumbar en mis oídos y en mi mente.

Tenía que librarme del dolor.

Di un tembloroso paso hacia delante, hacia el armario de madera marrón en el que se encontraba mi ropa. Abrí las puertas, con una idea en mente. Una idea que tal vez sólo sirviera para aumentar ese dolor. Aún así, algo me decía que lo hiciera.

Busqué con lentitud, por todas las baldas del armario, hasta la última balda. Y ahí estaban. Una cesta llena de papel de carta, con sus correspondientes sobres. Estiré un brazo y lo alcancé.

Caminé con pasos realmente torpes hasta el escritorio y me senté me la silla de madera. Me temblaban las manos, aunque no sabía muy bien por qué. Agarré uno de los papeles de carta y lo coloqué justo delante de mí. Después mojé la pluma en el tintero (los cuales ya estaban sobre la mesa), y comencé a escribir un "Querido Jacob".

Y escribí y escribí. Rellené las dos caras, mientras las lágrimas bañaban mi rostro y caían sobre el papel. Al menos de esa manera, me desahogaba. Describí todo lo que sentía. Absolutamente todo. Y cuando la metí en el sobre, lo cerré y escribí el nombre de Jacob, no pude frenar el llanto.

Porque esa carta jamás llegaría a su destinatario. Jamás sería leída por la persona que debía leerla. Se quedaría conmigo, acompañándome. Pero aún así, me había servido para desahogarme, para expresar todo el torrente de sentimientos que me barría por dentro. Y eso pretendía hacer cada vez que me sintiera así.

Después, guardé la carta en el armario, detrás de un montón de ropa, para que no fuera fácilmente visible. Lo último que quería era que los demás leyeran aquello. Y seguidamente, me vestí, me peiné el pelo con los dedos y salí del camarote.

Dan estaba de pie frente al timón, manejándolo con suavidad, aunque lo único que teníamos que hacer era ir en línea recta. La tripulación también estaba en la cubierta, o bien recogiendo varias cuerdas y enrollándolas o bien observando el mar, o limpiando...

- Buenos días, capitana. -dijo Dan alegremente.

Yo traté de esbozar una sonrisa, pero al final me decidí por saludar con la mano. Miré a mi alrededor, y aspiré profundamente el olor salino que inundaba el ambiente.

Y así pasé los días. Despertándome después de haberme quedado dormida a causa del llanto, escribiendo una larga carta con mis sentimientos hacia Jacob, las cuales jamás leería, saliendo a la cubierta y no hacer absolutamente nada. Parecía un fantasma, un fantasma que apenas hablaba.

Todo ocurría con lentitud, y mi dolor no desaparecía. Creí que todos los días iban a ser igual de monótonos y aburridos, pero me equivocaba. Porque al quinto día de haber zarpado, aparecieron las pesadillas.

Un frío demasiado real e intenso me recorre la piel. Siento cómo se me eriza el vello de los brazos y de la nuca, y cómo se me pone la carne de gallina. Todo está oscuro, y siento un miedo que no sé de dónde viene. Trato de incorporarme y separarme del suelo, ya que está aún más frío. Y cuando lo hago, oigo el tintineo de las cadenas que se ciernen sobre mis muñecas y me anclan al suelo. Y eso hace que aumente mi miedo.

¿Qué ocurre? ¿Por qué estoy encadenada?

Entonces oigo un chirrido. El sonido de un... pestillo al descorrerse y siento cómo mi ansiedad aumenta de forma considerable. ¿Por qué? ¿Por qué me altera tanto ese simple sonido? Tal vez porque... porque sé que eso indica que algo malo está por venir. 

Me quedo completamente quieta, respirando con intranquilidad, esperando. Entonces oigo cómo la puerta choca contra la pared al abrirse y contengo el aliento. Atisbo una figura negra recortada contra la oscuridad, y me pregunto cómo es posible que pueda verla si todo está negro. 

- Buenos días, Princesa. -susurra una voz. 

Tengo los ojos abiertos al máximo y respiro de manera entrecortada. Quiero hablar, quiero preguntar, pero no puedo, algo me lo impide. Oigo sus pasos acercándose a mí, y de pronto, una tenue luz ilumina una parte de la sala, la parte donde está él, y por fin veo su rostro. Es un rostro que hace que me entre el pánico y que me obliga a arrastrarme por el suelo para alejarme de él. 

Pero no puedo moverme por culpa de las cadenas. Se acerca de manera peligrosa y yo siento que se me va a salir el corazón. 

- No tengas miedo. -susurra.

Estoy perdida. Pero no me da tiempo a hacer preguntas, porque se acerca aún más a mí, y antes de que pueda abrir la boca para decir algo, su puño golpea mi rostro con violencia. Y así es como empieza la verdadera pesadilla. Así es como empieza la brutal paliza. 

Lo veo todo borroso por culpa del dolor que me ocasionan sus golpes. Las lágrimas que se acumulan en mis ojos tampoco ayudan. 

Grito. Grito con fuerza, lanzo chillidos de dolor porque no lo aguanto. Noto mi propia sangre, noto su calidez al recorrer mi piel desde las heridas que el hombre me hace.  Pido ayuda, le ruego que pare, pero él se limita a reír y a seguir con su paliza. 

- Estás sola, Katherine. -oigo su voz, pero no parece que salga de él. Parece un simple eco de la propia habitación. 

Los golpes se hacen insoportables, grito, lloro con intensidad. Parece real, pero me obligo a pensar que es una pesadilla, que por supuesto que no es real. 

Y justo cuando creo que he perdido demasiada sangre, y que voy a morir...

Abrí los ojos con rapidez y me incorporé con violencia. Me tambaleé incluso estando sentada, y miré a mi alrededor, completamente desorientada. Estaba empapada en sudor frío, y casi podía sentir las marcas de los golpes que había recibido en la pesadilla. Tenía los ojos pegajosos por culpa de las lágrimas.

- Sólo ha sido una pesadilla... -me dije. -Una pesadilla... no es real.

Respiré profundamente, a la vez que me secaba las lágrimas. Pero en cuanto volví a deslizar la mirada por el camarote, no me sirvió con tratar de secarlas, porque brotaban de mis ojos con rapidez. Pensé en llamar a Dan, para que me... consolara. Para que me hiciera ver que era una pesadilla. Pero no era Dan el que tenía que consolarme. Era otra persona que tenía que estar ahí, y que... no estaba.

Por eso me fue imposible frenar las lágrimas.

Porque la realidad era que estaba completamente sola. Y necesitaba a alguien que al parecer, no me necesitaba a mí.

Entonces me levanté de la cama, cogí papel de carta, mojé la punta de la pluma en la tinta y comencé a escribir, mientras las lágrimas humedecían el papel.

***

Las pesadillas no cesaron. Me asaltaban todas y cada una de las noches. Y yo estaba sola. Una semana y media de horribles pesadillas en las cuales aquel hombre me golpeaba hasta casi matarme. Bueno, eso no lo sabía, pues me despertaba justo antes de que algo terrible pudiera ocurrir.

Supongo que a mi subconsciente no le bastaba con hacerme sufrir mediante golpes en una pesadilla. Supongo que no le parecía suficiente, porque añadió algo más.

Otra vez en el mismo sitio. El mismo sótano oscuro y frío, solitario y silencioso. Estoy sola, encadenada a la pared y no en el suelo. Miro a mi alrededor, pero sólo me encuentro con oscuridad. Me parece todo tan real... como si realmente lo hubiera vivido. 

Entonces oigo el pestillo deslizándose para dejar que el hombre abra la puerta con lentitud. Me tiembla todo el cuerpo y aunque intento pararlo, no puedo. Por eso sé que es una pesadilla. 

Oigo los pasos del hombre acercándose a mí. Puedo oír hasta su respiración. 

- No tengas miedo. -susurra, como en todas las pesadillas. Pero esta vez añade algo más. -No deberías tenerlo, Katherine, pues he traído compañía. Alguien que estoy seguro que no te da miedo. Alguien que seguro que te va a dar esperanzas. 

No sé de qué habla. No sé a qué se refiere y mi miedo aumenta. Entonces lo veo. Veo la compañía a la que se refiere. Veo sus ojos verdes, los cuales me miran, brillantes. Brillantes pero vacíos. 

Y mientras lo observo, llega el primer golpe. Y luego el siguiente y así sucesivamente. Entonces me echo a llorar, y grito. Le pido ayuda a Jacob, le exijo que me salve. Que me saque de ahí. Y mientras le grito y le ruego, sollozando, me doy cuenta de que la verdadera tortura de esta nueva pesadilla es que Jacob, la persona que amo y que ya no está, no me va a salvar. Y eso es algo mucho peor que cualquiera de los golpes que recibo cada noche.

***

Había pasado un mes justo desde que zarpamos de Inglaterra. No teníamos ningún rumbo fijo, nos limitábamos a navegar por el océano, y a parar en algunos puertos por si queríamos reponer los víveres. Pero no anunciamos mi llegada. Tal vez porque todos sabían que necesitaba un margen de tiempo, que necesitaba recuperarme del todo.

Pero yo sabía que el margen que necesitaba era muy grande, y las ojeras oscuras que se situaban bajo mis ojos lo demostraban; apenas dormía por las noches. El nuevo tipo de pesadillas en el que aparecía Jacob y se limitaba a observar cómo me golpeaban era peor que el primero, en el que estaba sola.

Era peor porque me recordaba que Jacob no estaba para salvarme de mi dolor. Me recordaba que se había marchado, y que daba igual cuántas veces le llamara. En las pesadillas le rogaba que me salvara y que me protegiera del monstruo que me golpeaba todas las noches. Pero él se quedaba donde estaba, impasible, observándome casi con maldad.

En definitiva, iba a necesitar mucho tiempo para recuperarme del todo, si es que alguna vez me recuperaba. Y un día, Diana se presentó en mi camarote, supuse que para hablar de mi "recuperación".

Yo estaba escribiendo otra de las muchas cartas que jamás serían leídas por la persona correcta, cuando oí un chirrido. Me limpié las lágrimas con el dorso de la palma y miré hacia la puerta del camarote, donde descubrí a Diana apoyada en el marco de la puerta.

- Hola, Diana. -dije, tratando de poner alegría en mi voz.

Me levanté con rapidez, y escondí el papel de la carta -algo húmeda por mis lágrimas- debajo de unos mapas.

- ¿Qué haces aquí? -pregunté. -No te he oído llegar.

Carraspeé y me aparté el pelo de la cara. No quería alarmarles, porque había pasado un mes y aún seguía estando mal. Por eso, a partir de la tercera semana, comencé a fingir que estaba medianamente bien. Bueno, fingí que no estaba mal del todo.

- Quería hablar contigo. -respondió Diana.

Asentí y tragué saliva, mientras acercaba la silla de madera a la mesa.

- Claro, pasa.

Diana cerró la puerta tras de sí, se cruzó de brazos y se quedó mirándome fijamente. Fruncí los labios, sin saber cómo actuar.

- Eres la Princesa de los Mares.

Sabía perfectamente a qué se refería con eso, aunque no lo hubiera dicho directamente.

- Lo sé. -susurré, dejándome caer sobre el borde del catre. -Y estoy bien, de verdad. Sólo necesito... un poco más de tiempo.

Diana resopló con bastante fuerza, mientras negaba con la cabeza.

- Kathy, nosotros te damos todo el tiempo que necesites. Es más, queremos ayudarte...

- Pero no necesito que me ayu... -la interrumpí.

- No, Katherine. -me cortó. -No quiero que me mientas. Así no puedo ayudarte. -hizo una pausa, en la que suspiró. -Sé que no estás bien, como tú quieres hacernos creer.

Parpadeó, pero no apartó la mirada. Así que yo lo hice; yo aparté la mirada. Me llevé una mano al rostro y me acaricié la piel de debajo de los ojos. Las ojeras tan profundas que supuse me habían delatado.

- Sí, efectivamente. -dijo Diana. -¿Crees que no se iba a notar? ¿Crees que yo me lo iba a tragar? Te dejamos sola porque sabíamos que necesitabas tiempo. Pero cuando empezaste a fingir que estabas mejor... me da que todos se lo creyeron, o al menos lo dejaron pasar. Todos menos yo.

Su voz sonaba dura, y me hizo sentir terriblemente mal.

- Kathy, eres mi amiga. Mi mejor amiga. Y odio verte así. Y por mucho que me digas lo contrario, sé que no estás bien. Y también sé que mentirnos no te hará ningún bien. ¿O me equivoco? -suavizó la voz.

Fruncí los labios, con la mirada clavada en el suelo, y asentí levemente.

- Quiero ayudarte. Pero sólo si tú me dejas, Kathy. -susurró.

Nos quedamos en silencio, ella mirándome y yo mirando un punto perdido del suelo. Y entonces me eché a llorar.

Diana se acercó a mí y me rodeó con sus brazos, y yo no me negué. Es más, la rodeé con fuerza, mientras sollozaba en su hombro. Después de varios minutos en esa situación, Diana se apartó y se sentó en el camastro a mi lado. Yo me sequé las lágrimas con la manga de mi camisa y respiré profundamente para deshacer el nudo de mi garganta.

- Apenas duermo por las noches. -comencé, con un hilo de voz. -Tengo... tengo terribles pesadillas. Me despierto empapada en sudor y llorando como si fuera una niña pequeña.

- Estoy segura de que las pesadillas no son la única causa.

Alcé la mirada hacia Diana, sin saber si asentir o volver a mentir. Apreté las mandíbulas y Diana añadió:

- Y no me mientas. -hizo una pausa y sonrió dulcemente. -Se ve que lo único que has perdido es la memoria, pues tus gestos son exactamente los mismos. Sé cuando estás dudando entre mentir o decir la verdad, y ahora es uno de esos momentos, ¿verdad?

Volví a bajar la mirada, suponiendo que me era imposible mentir. Ya me había pillado.

- Verdad. -susurré, y se me quebró la voz.

Las lágrimas humedecieron mis ojos y comenzaron a rodar por mis mejillas con extremada lentitud. Me eché hacia atrás sobre el camastro y me apoyé sobre la pared de la habitación, abrazándome las piernas.

- Dijo que estaría aquí. -murmuré. -Dijo que estaría aquí. Me prometió que nunca se alejaría, que me esperaría, que se quedaría conmigo.

Mi voz era un susurro quebrado, un susurro apenas audible. Me temblaba el labio inferior, y no sé de dónde sacaba las fuerzas para hablar de ese tema sin echarme a llorar como si no hubiera mañana. Aunque supongo que eso no tardaría en llegar.

No necesitaba mencionar su nombre, porque Diana sabía perfectamente de lo que hablaba.

- Me lo prometió. -hice una pausa, ya que se me quebró la voz. -Pero no está.

Las últimas palabras apenas de oyeron. Un susurro demasiado leve y quebrado. El dolor se acumulaba en mi pecho y el vacío que sentía ardía más que nunca. ¿Cómo había podido hacerme esto?

- Lo sé, Kathy...

Pero sus palabras no conseguían nada. Sólo avivar el fuego de aquel círculo vacío situado en mi pecho.


2 comentarios:

  1. Genial... GENIAL, perfecto.

    Vaya momentos de dolor... Pobre Katherine, muera en vida por ese amor... Tanto que está pasando y ella sufriendo, yendo de una cosa a otra.

    Bueno, sepa usted que me hace sufrir con cada palabra, porque lo hace especialmente suyo. Y el texto es real.

    Me encanta.

    Pásate, te echo de menos :(

    http://tansolounanochemas.blogspot.com.es/

    Un besito enorme, linda :))

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  2. Oh no... Oh no... No es posible que te hayas atrevido a hacerlo de nuevo... Te has atrevido a hacerlo de nuevo... COMO HAS PODIDO HACERLO DE NUEVO?! Qué clase de ente malvado y retorcido te crees que eres eh? No se puede ir por la vida jugando con mis esperanzas y sentimientos. Y como claramente no te basta con hacerme llorar y gritar de desesperación a mi, también le haces lo mismo a la pobre Kathy. Venga ya... Esto ha llegado a un punto en el que tiene que ser ilegal. Es que TIENE QUE SER ILEGAL ser tan cruel. Y lo peor es que eres tan buena escritora, te expresas de una manera tan espectacular que la tristeza de la historia se triplica. No me cansaré de decirlo, eres increíble April. Pero yo creo que ya es hora de darle a Katherine un descanso no? Que la pobre ha tenido una vida... Y Jacob, es un poco tontico, me está empezando a caer mal. Que Jacob le eche cojones, que Kathy recupere la memoria, que Dan y Elizabeth se maten entre ellos y que Kathy y Jacob se pongan a hacer principitos de los mares. Y hasta aquí mi opinión.
    PD: Capítulo 13 en La Décima Secta.

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