Diario del Mar

"Me llamo Katherine Greenwood Wells, tengo dieciocho años. Nací en una cuna hecha de olas, mecida por el vaivén del maravilloso océano. El mar corre por mis venas. Mi madre se llamaba Anne Wells, y falleció cuando yo había cumplido seis años. Mi padre, Alfonso Greenwood, me enseñó todo lo que sé sobre el mar, pero por desgracia, desapareció hace dos años, sin dejar rastro. Y desde entonces, no he dejado de buscarle."




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lunes, 22 de julio de 2013

DDM: Capítulo 78

¡Hola a todos!

Sí, os traigo por fin el capítulo 78. :) Como siempre os digo, ¡espero que os guste! ^^

Un beso. :3






No me salían más palabras. El nudo que se había instalado en mi garganta era demasiado fuerte. Diana no había dicho nada, tal vez porque aún lo estaba pensando, o porque sencillamente no había nada que decir.

- Aún hay esperanzas. El mundo no se acaba. Tal vez tengas suerte, y algún día, vuelva.

Me sorbí la nariz y alcé la mirada hacia ella, todavía abrazándome las piernas.

- Ha pasado un mes. No volverá.

- Pues entonces olvídate de él de una vez por todas, Katherine. Yo lo veo como una señal, una señal de que tal vez debas buscar otra cosa. Tal vez es hora de que le dejes atrás.

Me giré hacia ella, sin acabar de entender sus palabras. ¿Hora de que le dejara atrás? Si sólo me había enamorado una vez...

Entonces me di cuenta de que yo no lo recordaba, pero Jacob me lo había contado; eso nos había pasado ya.

- O puedes seguir creyendo que volverá y no perder la esperanza. Eso lo eliges tú.

No contesté. No sabía qué contestar a eso. Pero no tuve que hacerlo, porque en ese momento, Diana se levantó del camastro y me miró fijamente.

- ¿Vienes fuera? -me preguntó con una sonrisa.

Bajé la mirada, tragué saliva y negué con la cabeza. No me sentía con fuerzas para salir ahí fuera y enfrentarme al mundo real, enfrentarme a Diana y todas aquellas personas que se preocupaban por mí, las cuales seguían siendo extraños. No me acababa de acostumbrar a su presencia, salvo (a lo mejor) a la de Dan. Y siempre tenía miedo. Un miedo que se asentaba en mi estómago. Un miedo irracional, y también duda. Sólo esperaba que todo eso desapareciera algún día, y que mi memoria volviera.

- Está bien, pero no vas a poder quedarte ahí para siempre. -Y salió, no sin antes dedicarme una sonrisa.

Sabía que tenía razón, que no podía quedarme ahí dentro para siempre. Pero aún no me veía capaz, no tenía la suficiente fuerza. Y ahí, sola, me puse a recordar.

"Pues entonces olvídate de él de una vez por todas, Katherine."

Esa frase retumbaba en mi cabeza, haciéndome imposible apartarla.

Olvidarle. A Jacob.

Claro que lo intentaba. Una parte de mí lo deseaba, deseaba que su fantasma desapareciera de mi mente y que dejara de molestarme. De hacerme sufrir. Pero la otra... la otra se negaba a hacerlo. Se negaba a que lo único que me quedaba de Jacob desapareciera, se esfumara.

Y supe que si había una parte que no quería olvidarle, era obvio que me iba a ser imposible hacerlo.


                                                                          ***

Acaricié con la punta de los dedos la madera de la barandilla, algo áspera. Suspiré largamente y alcé la mirada hasta poder ver el océano. Estaba bastante calmado, con pequeñas olas que chocaban con nuestro barco.

Aún no me había acostumbrado a llamarlo mi barco.

Habían pasado tres meses desde que zarpamos de Inglaterra, pero a mí me parecía que sólo había pasado un día. En realidad, me parecía que siempre era el mismo día, un día eterno, que nunca se acababa. Llorar se había convertido en una costumbre.

Y escribir cartas también. Aunque todas se parecían mucho, pues lo que sentía no había cambiado. Echaba de menos a alguien que me había abandonado.

Veía pasar los minutos por delante de mis propios ojos sin poder hacer nada, sin poder detenerlos, o al menos vivirlos.

Y entonces, después de varios días llorando y pensando, creía que estaba empezando a mejorar, que por fin me había olvidado de todo el dolor, pero entonces llegaba la noche y con ella las terribles pesadillas, y entonces todo mi progreso se esfumaba. Los ojos verdes de mis pesadillas me hacían volver a caer en el pozo oscuro y miserable del que intentaba salir.

También había minutos en los que la idea de morir me parecía buena. Porque el dolor se hacía insoportable, y lo era aún más saber que probablemente Jacob no se acordaba ni de mi nombre. Eso era lo peor, imaginar (y casi con seguridad saber) que él no estaba sintiendo el mismo dolor que yo.

Cerré los ojos con fuerza, escuchando el rugido del mar a nuestro alrededor, mientras una lágrima rodaba por mi mejilla. Entonces sentí una mano en el hombro y me sobresalté.

- Perdona, Kate. No pretendía asustarte.

Me sequé la lágrima con la manga de la camisa y volví a fijar la vista en el mar en cuanto vi que se trataba de Olivia. La pelirroja se apoyó en la barandilla a mi lado, observando exactamente lo mismo que yo; el inmenso océano.

- ¿Qué tal estás?

Tardé varios segundos en encogerme de hombros.

Por eso no me gustaba salir a la cubierta cuando aún era de día. Por aquellos "¿qué tal estás?" o "¿cómo te encuentras?". Porque no me atrevía a responder, porque tenía que mentir pero no podía hacerlo. Porque hablar del tema con aquellos "desconocidos" no me hacía sentir cómoda. Aunque sabía que lo hacían con toda la buena intención del mundo.

- El dolor acaba pasando. -susurró.

Tragué saliva. Mi mente quería decirle que no, que el mío no se pasaba. Que seguía siendo igual de intenso que el primer día, y que no creía que fuera capaz de conseguir salir adelante y olvidarlo todo. Pero contesté otra cosa, a pesar del nudo que tenía en la garganta.

- Eso espero.


                                                                         ***

Aquella misma noche salí a la cubierta, después de asegurarme de que no había nadie despierto. El barco estaba todo lo parado que puede estar un barco en alta mar. Bajé las escaleras laterales y me acerqué a la barandilla. Alcé la mirada al cielo y sentí una fuerte punzada en el corazón cuando entreví puntitos luminosos en el cielo nocturno. Había nubes, pero aún podía apreciar en algunas zonas descubiertas las estrellas.

Se me nubló la vista por culpa de las lágrimas mientras recordaba aquella noche en la que Jacob y yo observamos las estrellas en esa misma cubierta, cuando me prometió que siempre iba a estar a mi lado.

¿Por qué hizo una promesa que luego iba a romper?

Tres meses. Y seguía deseando que Jacob volviera. En el fondo de mi corazón, aún seguía creyendo que me quería de verdad y que vendría a por mí. ¿Cuándo me daría cuenta? ¿Cuándo se daría cuenta mi corazón de que no iba a volver, porque no me quería? ¿Cuándo se daría cuenta mi corazón de que Jacob se marchó con Elizabeth... y no conmigo?

- ¿Lo has olvidado todo? -susurré de pronto. -¿Has olvidado la promesa que me hiciste?

Se me quebró la voz y no pude seguir hablando, pero las palabras estaban en mi mente, a pesar de ello. Deseé mentalmente poder decirle que le quería. Que le echaba de menos, y que esperaba que algún día, volviéramos a vernos. Pero supongo que no eran más que palabras de alguien que estaba roto por dentro.

- Permíteme, capitana, pero... no me gusta la costumbre que has cogido de ponerte a llorar cuando estás sola.

Me giré con rapidez, sorprendida. Se suponía que estaba sola, que nadie estaba despierto. Me froté los ojos para secarme las lágrimas, aunque supuse que ya... no valía la pena.

- Bueno, suele ocurrir cuando la gente te hace mucho daño. -murmuré, para mi sorpresa.

Era la primera vez que Dan y yo hablábamos en tres meses, exceptuando algún saludo y algún "¿qué tal estás?".

- Con gente te refieres a Jacob, ¿verdad?

No contesté. En su lugar, me volví a apoyar en la barandilla y observé el oscuro horizonte.

- Porque entonces odio esta costumbre que tienes de llorar por Jacob. -añadió.

Oí sus pasos, así que supe que se estaba acercando a mí.

- Katherine, eres libre de hacer lo que quieras y de querer a quien quieras. Pero yo veo... que esto no te está haciendo ningún bien. Y pienso que tal vez deberías dejarlo ir. Olvidarte.

Tragué saliva y parpadeé para disipar las lágrimas que comenzaban a nublarme la vista, antes de decir:

- Y lo intento. Claro que lo intento. Pero siempre que creo que estoy bien... vuelvo a caer.

Sentí cómo se movía a mi espalda, hasta que le vi por el rabillo del ojo situarse junto a mí.

- Salir a ver las estrellas, algo que me temo te recuerda a él, no es una buena forma de intentar olvidarte, Katherine. Así sólo consigues hacerte más daño a ti misma.

Ladeé la cabeza, porque tal vez en eso tuviera razón.

- Sé que es difícil olvidarse de alguien a quien amas, pero sólo porque sea difícil no puedes rendirte y dejar que te haga daño para siempre. Te aseguro que pronto estarás bien, Kathy. Sólo... pon algo de tu parte.

Una parte de mí sabía que tenía razón.

- ¿Por qué salir aquí fuera a ver las estrellas? ¿Por qué hacerte sufrir más de lo necesario? No te tortures, Katherine. Si él se fue, no ha sido por tu culpa.

- ¿Por qué se fue entonces? -salté, con un nudo en la garganta y el llanto amenazando con empezar. -Porque yo no soy lo suficientemente buena, Dan. Porque sé que... Elizabeth... es mejor.

Aparté la mirada, con el labio inferior temblándome y las lágrimas inundando mis ojos.

- ¿Qué? -exclamó. - Vale, voy a ir por partes. -hizo una pausa en la que respiró profundamente. -Jacob se fue porque es estúpido. ¡Y tú lo eres todavía más, Katherine! ¿No eres lo suficientemente buena porque alguien como Jacob no ha sabido valorar lo que tenía? Es la cosa más estúpida que has dicho nunca, de verdad.

Una lágrima rodó por mi mejilla y en un movimiento rápido, incluso algo brusco, me la sequé.

- Yo en tu lugar no perdería ni un segundo más pensando en alguien que se ha ido porque no ha sabido valorarme. -suspiró. -Creo que deberías irte a dormir en vez de hacerte más daño.

- Sí, tal vez sea lo mejor. -susurré.

Le despedí con un gesto de mano, y eché a caminar hacia mi camarote. Pero su voz me frenó.

- Espera, Katherine.

Me quedé en pie durante unos segundos, antes de dignarme a darme la vuelta.

- Creo... que te mereces a alguien mejor. Alguien que sepa valorarte y que jamás te vaya abandonar.

Fruncí los labios, con los ojos brillantes por las lágrimas, sin saber que responder.

- Era eso. -añadió. -Quería que lo supieras.

Y acto seguido, me giré y me encaminé hacia mi camarote, donde me quedé largo tiempo pensando en lo que Dan me había dicho.Tal vez era verdad que me merecía a alguien mejor, pero... ¿qué pasaba si creía que Jacob era ese alguien?

Jacob.

Un nombre que siempre resonaba en mi interior, que nunca se apagaba.

Y mientras pensaba, me dije a mí misma:

"Tienes que enfrentarte a ello sola. Es tu problema. Es tu dolor, tu pérdida. Ellos no tienen por qué sufrir. Eres tú la que tiene que superarlo, o al menos intentarlo."

Aquella noche, las pesadillas volvieron a asaltarme. Pero hubo otro ligero cambio. Supuse que era porque a mi subconsciente no le parecía suficiente daño emocional.

Estoy llorando, tirada en el suelo, en un charco de mi propia sangre. Los cortes escuecen, los golpes duelen. No sé cómo sigo viva. Tendría que estar muerta, y entonces esta pesadilla acabaría. El hombre me observa con una sonrisa malvada, y alza una mano para señalar un punto que está a su lado. 

Trago saliva y parpadeo. Sé que no debería mirar hacia donde me dice, pero lo hago. 

- ¿Qué ha pasado? ¿Aquel que amabas... se ha olvidado de ti? 

Noto cómo el llanto sube por mi garganta hasta mis ojos, y siento cómo estos se me llenan de lágrimas que empiezan a rodar por mis mejillas y se mezclan con la sangre. 

Jacob está de pie, y con una mano rodea la cintura de... Elizabeth. Con la otra le acaricia la mejilla. Y veo cómo sus rostros se acercan y cómo sus labios se unen en un beso. Entonces Jacob abre los ojos y me mira de reojo, y empieza a sonreír mientras se besan. 

Una sonrisa llena de maldad. Una sonrisa que sé que no es la suya. Pero aún así, me duele igual. 

Me incorporé con rapidez, empapada en sudor frío (como siempre). Miré a mi alrededor, pero ahí no había ningún Jacob, ni ninguna Elizabeth besándose. Pero que no estuvieran delante de mí, no significaba que no lo estuvieran haciendo en cualquier otra parte del mundo.

Y entonces me eché a llorar.

Me llevé las manos al corazón y apreté con fuerza, como si de esa manera pudiera disipar el dolor que se concentraba ahí.






viernes, 12 de julio de 2013

DDM: Capítulo 77

¡Hola a todos!


Sí, hoy por fin os traigo el capítulo 77. ^^

Lo único que tenía que deciros es que Diario del Mar ha sido nominado por tres blogs diferentes a un premio () y que en cuanto esté terminada la entrada, la subiré. :)

Ah, y que he añadido una nueva encuesta, por si os interesa votar. :)

¡Y aquí tenéis el capítulo! ^^





Cuando abrí los ojos, supe que me había quedado dormida a causa del llanto. Parpadeé varias veces, para despejar mi mirada. Miré a mi alrededor, hasta situarme; estaba en mi camarote. Yo era la Princesa de los Mares. Y habíamos zarpado de Inglaterra.

Y lo más importante, había dejado a Jacob atrás.

El perfil de Elizabeth apareció en mi mente y sentí una enorme punzada en el corazón. Cerré los ojos con fuerza, centrándome en que tenía que ignorarlo. Pero me resultaba... demasiado difícil.

Me levanté del catre con lentitud, estirándome poco a poco, como si deseara retrasar un determinado momento. Pero, ¿cuál? Deslicé la mirada por todo el camarote, negando con la cabeza; aquello no era mío. Pertenecía a una extraña, una extraña que se había marchado.

Mi mirada se detuvo en el trozo de papel arrugado de Jacob. La nota. Y no fui capaz de frenar las lágrimas que se abrieron paso por mis ojos y rodaron por mis mejillas. Mi corazón palpitaba con extremada fuerza, lo oía retumbar en mis oídos y en mi mente.

Tenía que librarme del dolor.

Di un tembloroso paso hacia delante, hacia el armario de madera marrón en el que se encontraba mi ropa. Abrí las puertas, con una idea en mente. Una idea que tal vez sólo sirviera para aumentar ese dolor. Aún así, algo me decía que lo hiciera.

Busqué con lentitud, por todas las baldas del armario, hasta la última balda. Y ahí estaban. Una cesta llena de papel de carta, con sus correspondientes sobres. Estiré un brazo y lo alcancé.

Caminé con pasos realmente torpes hasta el escritorio y me senté me la silla de madera. Me temblaban las manos, aunque no sabía muy bien por qué. Agarré uno de los papeles de carta y lo coloqué justo delante de mí. Después mojé la pluma en el tintero (los cuales ya estaban sobre la mesa), y comencé a escribir un "Querido Jacob".

Y escribí y escribí. Rellené las dos caras, mientras las lágrimas bañaban mi rostro y caían sobre el papel. Al menos de esa manera, me desahogaba. Describí todo lo que sentía. Absolutamente todo. Y cuando la metí en el sobre, lo cerré y escribí el nombre de Jacob, no pude frenar el llanto.

Porque esa carta jamás llegaría a su destinatario. Jamás sería leída por la persona que debía leerla. Se quedaría conmigo, acompañándome. Pero aún así, me había servido para desahogarme, para expresar todo el torrente de sentimientos que me barría por dentro. Y eso pretendía hacer cada vez que me sintiera así.

Después, guardé la carta en el armario, detrás de un montón de ropa, para que no fuera fácilmente visible. Lo último que quería era que los demás leyeran aquello. Y seguidamente, me vestí, me peiné el pelo con los dedos y salí del camarote.

Dan estaba de pie frente al timón, manejándolo con suavidad, aunque lo único que teníamos que hacer era ir en línea recta. La tripulación también estaba en la cubierta, o bien recogiendo varias cuerdas y enrollándolas o bien observando el mar, o limpiando...

- Buenos días, capitana. -dijo Dan alegremente.

Yo traté de esbozar una sonrisa, pero al final me decidí por saludar con la mano. Miré a mi alrededor, y aspiré profundamente el olor salino que inundaba el ambiente.

Y así pasé los días. Despertándome después de haberme quedado dormida a causa del llanto, escribiendo una larga carta con mis sentimientos hacia Jacob, las cuales jamás leería, saliendo a la cubierta y no hacer absolutamente nada. Parecía un fantasma, un fantasma que apenas hablaba.

Todo ocurría con lentitud, y mi dolor no desaparecía. Creí que todos los días iban a ser igual de monótonos y aburridos, pero me equivocaba. Porque al quinto día de haber zarpado, aparecieron las pesadillas.

Un frío demasiado real e intenso me recorre la piel. Siento cómo se me eriza el vello de los brazos y de la nuca, y cómo se me pone la carne de gallina. Todo está oscuro, y siento un miedo que no sé de dónde viene. Trato de incorporarme y separarme del suelo, ya que está aún más frío. Y cuando lo hago, oigo el tintineo de las cadenas que se ciernen sobre mis muñecas y me anclan al suelo. Y eso hace que aumente mi miedo.

¿Qué ocurre? ¿Por qué estoy encadenada?

Entonces oigo un chirrido. El sonido de un... pestillo al descorrerse y siento cómo mi ansiedad aumenta de forma considerable. ¿Por qué? ¿Por qué me altera tanto ese simple sonido? Tal vez porque... porque sé que eso indica que algo malo está por venir. 

Me quedo completamente quieta, respirando con intranquilidad, esperando. Entonces oigo cómo la puerta choca contra la pared al abrirse y contengo el aliento. Atisbo una figura negra recortada contra la oscuridad, y me pregunto cómo es posible que pueda verla si todo está negro. 

- Buenos días, Princesa. -susurra una voz. 

Tengo los ojos abiertos al máximo y respiro de manera entrecortada. Quiero hablar, quiero preguntar, pero no puedo, algo me lo impide. Oigo sus pasos acercándose a mí, y de pronto, una tenue luz ilumina una parte de la sala, la parte donde está él, y por fin veo su rostro. Es un rostro que hace que me entre el pánico y que me obliga a arrastrarme por el suelo para alejarme de él. 

Pero no puedo moverme por culpa de las cadenas. Se acerca de manera peligrosa y yo siento que se me va a salir el corazón. 

- No tengas miedo. -susurra.

Estoy perdida. Pero no me da tiempo a hacer preguntas, porque se acerca aún más a mí, y antes de que pueda abrir la boca para decir algo, su puño golpea mi rostro con violencia. Y así es como empieza la verdadera pesadilla. Así es como empieza la brutal paliza. 

Lo veo todo borroso por culpa del dolor que me ocasionan sus golpes. Las lágrimas que se acumulan en mis ojos tampoco ayudan. 

Grito. Grito con fuerza, lanzo chillidos de dolor porque no lo aguanto. Noto mi propia sangre, noto su calidez al recorrer mi piel desde las heridas que el hombre me hace.  Pido ayuda, le ruego que pare, pero él se limita a reír y a seguir con su paliza. 

- Estás sola, Katherine. -oigo su voz, pero no parece que salga de él. Parece un simple eco de la propia habitación. 

Los golpes se hacen insoportables, grito, lloro con intensidad. Parece real, pero me obligo a pensar que es una pesadilla, que por supuesto que no es real. 

Y justo cuando creo que he perdido demasiada sangre, y que voy a morir...

Abrí los ojos con rapidez y me incorporé con violencia. Me tambaleé incluso estando sentada, y miré a mi alrededor, completamente desorientada. Estaba empapada en sudor frío, y casi podía sentir las marcas de los golpes que había recibido en la pesadilla. Tenía los ojos pegajosos por culpa de las lágrimas.

- Sólo ha sido una pesadilla... -me dije. -Una pesadilla... no es real.

Respiré profundamente, a la vez que me secaba las lágrimas. Pero en cuanto volví a deslizar la mirada por el camarote, no me sirvió con tratar de secarlas, porque brotaban de mis ojos con rapidez. Pensé en llamar a Dan, para que me... consolara. Para que me hiciera ver que era una pesadilla. Pero no era Dan el que tenía que consolarme. Era otra persona que tenía que estar ahí, y que... no estaba.

Por eso me fue imposible frenar las lágrimas.

Porque la realidad era que estaba completamente sola. Y necesitaba a alguien que al parecer, no me necesitaba a mí.

Entonces me levanté de la cama, cogí papel de carta, mojé la punta de la pluma en la tinta y comencé a escribir, mientras las lágrimas humedecían el papel.

***

Las pesadillas no cesaron. Me asaltaban todas y cada una de las noches. Y yo estaba sola. Una semana y media de horribles pesadillas en las cuales aquel hombre me golpeaba hasta casi matarme. Bueno, eso no lo sabía, pues me despertaba justo antes de que algo terrible pudiera ocurrir.

Supongo que a mi subconsciente no le bastaba con hacerme sufrir mediante golpes en una pesadilla. Supongo que no le parecía suficiente, porque añadió algo más.

Otra vez en el mismo sitio. El mismo sótano oscuro y frío, solitario y silencioso. Estoy sola, encadenada a la pared y no en el suelo. Miro a mi alrededor, pero sólo me encuentro con oscuridad. Me parece todo tan real... como si realmente lo hubiera vivido. 

Entonces oigo el pestillo deslizándose para dejar que el hombre abra la puerta con lentitud. Me tiembla todo el cuerpo y aunque intento pararlo, no puedo. Por eso sé que es una pesadilla. 

Oigo los pasos del hombre acercándose a mí. Puedo oír hasta su respiración. 

- No tengas miedo. -susurra, como en todas las pesadillas. Pero esta vez añade algo más. -No deberías tenerlo, Katherine, pues he traído compañía. Alguien que estoy seguro que no te da miedo. Alguien que seguro que te va a dar esperanzas. 

No sé de qué habla. No sé a qué se refiere y mi miedo aumenta. Entonces lo veo. Veo la compañía a la que se refiere. Veo sus ojos verdes, los cuales me miran, brillantes. Brillantes pero vacíos. 

Y mientras lo observo, llega el primer golpe. Y luego el siguiente y así sucesivamente. Entonces me echo a llorar, y grito. Le pido ayuda a Jacob, le exijo que me salve. Que me saque de ahí. Y mientras le grito y le ruego, sollozando, me doy cuenta de que la verdadera tortura de esta nueva pesadilla es que Jacob, la persona que amo y que ya no está, no me va a salvar. Y eso es algo mucho peor que cualquiera de los golpes que recibo cada noche.

***

Había pasado un mes justo desde que zarpamos de Inglaterra. No teníamos ningún rumbo fijo, nos limitábamos a navegar por el océano, y a parar en algunos puertos por si queríamos reponer los víveres. Pero no anunciamos mi llegada. Tal vez porque todos sabían que necesitaba un margen de tiempo, que necesitaba recuperarme del todo.

Pero yo sabía que el margen que necesitaba era muy grande, y las ojeras oscuras que se situaban bajo mis ojos lo demostraban; apenas dormía por las noches. El nuevo tipo de pesadillas en el que aparecía Jacob y se limitaba a observar cómo me golpeaban era peor que el primero, en el que estaba sola.

Era peor porque me recordaba que Jacob no estaba para salvarme de mi dolor. Me recordaba que se había marchado, y que daba igual cuántas veces le llamara. En las pesadillas le rogaba que me salvara y que me protegiera del monstruo que me golpeaba todas las noches. Pero él se quedaba donde estaba, impasible, observándome casi con maldad.

En definitiva, iba a necesitar mucho tiempo para recuperarme del todo, si es que alguna vez me recuperaba. Y un día, Diana se presentó en mi camarote, supuse que para hablar de mi "recuperación".

Yo estaba escribiendo otra de las muchas cartas que jamás serían leídas por la persona correcta, cuando oí un chirrido. Me limpié las lágrimas con el dorso de la palma y miré hacia la puerta del camarote, donde descubrí a Diana apoyada en el marco de la puerta.

- Hola, Diana. -dije, tratando de poner alegría en mi voz.

Me levanté con rapidez, y escondí el papel de la carta -algo húmeda por mis lágrimas- debajo de unos mapas.

- ¿Qué haces aquí? -pregunté. -No te he oído llegar.

Carraspeé y me aparté el pelo de la cara. No quería alarmarles, porque había pasado un mes y aún seguía estando mal. Por eso, a partir de la tercera semana, comencé a fingir que estaba medianamente bien. Bueno, fingí que no estaba mal del todo.

- Quería hablar contigo. -respondió Diana.

Asentí y tragué saliva, mientras acercaba la silla de madera a la mesa.

- Claro, pasa.

Diana cerró la puerta tras de sí, se cruzó de brazos y se quedó mirándome fijamente. Fruncí los labios, sin saber cómo actuar.

- Eres la Princesa de los Mares.

Sabía perfectamente a qué se refería con eso, aunque no lo hubiera dicho directamente.

- Lo sé. -susurré, dejándome caer sobre el borde del catre. -Y estoy bien, de verdad. Sólo necesito... un poco más de tiempo.

Diana resopló con bastante fuerza, mientras negaba con la cabeza.

- Kathy, nosotros te damos todo el tiempo que necesites. Es más, queremos ayudarte...

- Pero no necesito que me ayu... -la interrumpí.

- No, Katherine. -me cortó. -No quiero que me mientas. Así no puedo ayudarte. -hizo una pausa, en la que suspiró. -Sé que no estás bien, como tú quieres hacernos creer.

Parpadeó, pero no apartó la mirada. Así que yo lo hice; yo aparté la mirada. Me llevé una mano al rostro y me acaricié la piel de debajo de los ojos. Las ojeras tan profundas que supuse me habían delatado.

- Sí, efectivamente. -dijo Diana. -¿Crees que no se iba a notar? ¿Crees que yo me lo iba a tragar? Te dejamos sola porque sabíamos que necesitabas tiempo. Pero cuando empezaste a fingir que estabas mejor... me da que todos se lo creyeron, o al menos lo dejaron pasar. Todos menos yo.

Su voz sonaba dura, y me hizo sentir terriblemente mal.

- Kathy, eres mi amiga. Mi mejor amiga. Y odio verte así. Y por mucho que me digas lo contrario, sé que no estás bien. Y también sé que mentirnos no te hará ningún bien. ¿O me equivoco? -suavizó la voz.

Fruncí los labios, con la mirada clavada en el suelo, y asentí levemente.

- Quiero ayudarte. Pero sólo si tú me dejas, Kathy. -susurró.

Nos quedamos en silencio, ella mirándome y yo mirando un punto perdido del suelo. Y entonces me eché a llorar.

Diana se acercó a mí y me rodeó con sus brazos, y yo no me negué. Es más, la rodeé con fuerza, mientras sollozaba en su hombro. Después de varios minutos en esa situación, Diana se apartó y se sentó en el camastro a mi lado. Yo me sequé las lágrimas con la manga de mi camisa y respiré profundamente para deshacer el nudo de mi garganta.

- Apenas duermo por las noches. -comencé, con un hilo de voz. -Tengo... tengo terribles pesadillas. Me despierto empapada en sudor y llorando como si fuera una niña pequeña.

- Estoy segura de que las pesadillas no son la única causa.

Alcé la mirada hacia Diana, sin saber si asentir o volver a mentir. Apreté las mandíbulas y Diana añadió:

- Y no me mientas. -hizo una pausa y sonrió dulcemente. -Se ve que lo único que has perdido es la memoria, pues tus gestos son exactamente los mismos. Sé cuando estás dudando entre mentir o decir la verdad, y ahora es uno de esos momentos, ¿verdad?

Volví a bajar la mirada, suponiendo que me era imposible mentir. Ya me había pillado.

- Verdad. -susurré, y se me quebró la voz.

Las lágrimas humedecieron mis ojos y comenzaron a rodar por mis mejillas con extremada lentitud. Me eché hacia atrás sobre el camastro y me apoyé sobre la pared de la habitación, abrazándome las piernas.

- Dijo que estaría aquí. -murmuré. -Dijo que estaría aquí. Me prometió que nunca se alejaría, que me esperaría, que se quedaría conmigo.

Mi voz era un susurro quebrado, un susurro apenas audible. Me temblaba el labio inferior, y no sé de dónde sacaba las fuerzas para hablar de ese tema sin echarme a llorar como si no hubiera mañana. Aunque supongo que eso no tardaría en llegar.

No necesitaba mencionar su nombre, porque Diana sabía perfectamente de lo que hablaba.

- Me lo prometió. -hice una pausa, ya que se me quebró la voz. -Pero no está.

Las últimas palabras apenas de oyeron. Un susurro demasiado leve y quebrado. El dolor se acumulaba en mi pecho y el vacío que sentía ardía más que nunca. ¿Cómo había podido hacerme esto?

- Lo sé, Kathy...

Pero sus palabras no conseguían nada. Sólo avivar el fuego de aquel círculo vacío situado en mi pecho.