Diario del Mar

"Me llamo Katherine Greenwood Wells, tengo dieciocho años. Nací en una cuna hecha de olas, mecida por el vaivén del maravilloso océano. El mar corre por mis venas. Mi madre se llamaba Anne Wells, y falleció cuando yo había cumplido seis años. Mi padre, Alfonso Greenwood, me enseñó todo lo que sé sobre el mar, pero por desgracia, desapareció hace dos años, sin dejar rastro. Y desde entonces, no he dejado de buscarle."




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lunes, 18 de febrero de 2013

DDM: Capítulo 67

¡Hola! :3

Bueno, aquí estoy para publicar el capítulo 67... Y no tengo más que deciros :))
Espero que lo disfrutéis, como siempre os digo. ¡Un beso! ^^





Después de aquella pequeña conversación, en la que me aferré a las palabras de Elizabeth, se quedó a mi lado, la mayor parte del tiempo hablando sobre cosas del pasado. Cuando nada de esto había ocurrido.

No podía evitar sonreír con nostalgia, ya que echaba de menos todos esos momentos. Momentos que jamás volverían.

Y sin quererlo, mi mente viajó al pasado. Hasta aquel momento en el que vi el rostro de Katherine por primera vez en varios años. Repasé todos los detalles de su cuerpo, la repasé a toda ella entera, incluyendo su reacción: un grito de odio hacia mí.

- ¿Qué pasa? -inquirió Elizabeth, sonriendo, al ver que me estaba riendo.

Sacudí la cabeza, y cerré los ojos, para concentrarme en la esbelta figura de Katherine, apoyada en la barandilla de su barco, fulminándome con la mirada.

- Estaba recordando.

- Algo que parece ser gracioso. -completó ella, con una suave carcajada.

- Sí, el grito que pegó Katherine al verme fue muy gracioso. -susurré, sin poder evitar reír.

Pero era una risa algo nerviosa, y temía que acabara en más lágrimas.

- Katherine me odiaba. -reí con suavidad, sacudiendo la cabeza.

Fruncí los labios, hasta formar con ellos una línea recta.

- Y ahora también. -añadí, en un susurro.

Elizabeth negó con la cabeza, y posó su mano en mi hombro, apretándolo con suavidad, y mirándome.

- Sabes que eso no es verdad. Katherine no te odia...

- Pero tampoco me ama.

Y seguidamente, Elizabeth bajó la mirada, sin saber qué decir.

- No siente nada, porque no recuerda nada. Pero te tiene a ti, Jacob. ¿No lo entiendes? No la has perdido del todo, y ella no te ha perdido a ti. Tú tienes que ayudarla.

Alcé la mirada hacia ella, y capté un ligero rastro de tristeza, el cual desapareció con rapidez. Elizabeth ocultaba muy bien lo que sentía.

- Jacob, volver a ganarte su corazón no tiene que ser difícil. -hizo una pausa, en la que se mordió el labio inferior. -No necesitas hacer nada para conseguir que todas las jóvenes habidas y por haber se enamoren de ti. No necesitas, ni siquiera, hablarlas para que caigan rendidas a tus pies.

Sus palabras parecían sinceras, y eso es lo que había creído yo durante mucho tiempo. Por eso "arrogante" era la palabra que mejor me describía.

- Katherine se enamoró de ti dos veces. ¿Por qué no una tercera? No creo que te sea difícil.

Desvió la mirada hacia el mar, y suspiró, para después volver a mirarme.

- Sólo tienes que sonreír. Hazlo. Ahora.

Tragué saliva, y acabé haciendo lo que me decía; esbocé una pequeña y débil sonrisa, más triste que alegre.

Ella ladeó la cabeza, y sonrió a su vez, observando mis labios.

- Hasta una triste y pequeña sonrisa te hace parecer más atractivo. -dijo Elizabeth, poniendo los ojos en blanco y riendo.

Y no pude evitar echarme a reír. Con fuerza. Y me hacía sentir bien. Porque me olvidaba por un momento de los problemas, y me concentraba en aquel momento. En reír.

- ¿Ves? Es fácil.

Me atrevería a decir que lo veía todo un poco más brillante, más feliz. Podía intentarlo, y si no lo recordaba, escribiría otra historia a su lado. Pero jamás me rendiría. No hasta que me dijeran que no había oportunidad de recuperar su corazón.

Pero por ahora, había posibilidades.

- Gracias, Elizabeth. -susurré.

- Me limito a comentarte lo que suelen sentir las jóvenes cuando te ven sonreír. -contestó, riendo con suavidad.

Me quedé observando sus ojos azules, y esta vez no fui capaz de ver la tristeza que había visto hacía unos minutos.
No sabía si existía o no dicha tristeza, pero si existía, Elizabeth sabía ocultarla de maravilla.


***

(Katherine)


Dan seguía sentado en la silla de mimbre, y yo no podía sacarme de la cabeza la reacción del joven de ojos verdes. Jacob. Estaba segura de que había pasado bastante tiempo desde que se había marchado, tal vez una o dos horas, pero aún así, él seguía en mi cabeza.

Dan me había entretenido con pequeña anécdotas de su vida, entrelazadas con la mía. Pero no era capaz de recordar todas. Más bien ninguna. Porque... me interesaba más bien poco.

- ¿Qué tal está tu herida?

Su voz me sacó de mis pensamientos. Alcé la mirada hacia él, y me encogí de hombros.

- Podía estar mejor.

Y se me escapó una pequeña sonrisa.
No lo podía evitar, no podía. Dan parecía amable, y después de todo, gracias a él seguía viva. Y ninguno de los demás me había hecho daño, nadie me había tocado, sólo se habían limitado a llorar y a mirarme, mientras contaban su vida.
Tal vez debía empezar a confiar en ellos.

- Tal vez eso hora de cambiarte la venda.

Asentí, frunciendo los labios, sin dejar de mirarle. Se levantó de la silla, mientras yo me quitaba las mantas de encima. Dan apoyó una rodilla en el borde de la cama, mientras me levantaba con delicadeza la camisa blanca, dejando al descubierto mi vientre vendado.

Y justo en ese momento, en ese preciso instante, alguien entró en la habitación.

- Eh, ¿qué estás haciendo? -exclamó la voz.

Dan giró la cabeza hacia el joven que acababa de entrar, y yo ladeé ligeramente la cabeza para ver de quién se trataba. Jacob nos miraba con sorpresa.

- Jacob, tranquilo. -dijo Dan, completamente calmado. -No estoy haciendo nada, ¿vale? Iba a mirarle la herida.

El rubio de ojos verdes cerró la puerta con lentitud, sin apartar su mirada acusadora de encima de Dan. Se acercó a nosotros, sin decir palabra, y se puso al otro lado de la cama.

Por unos instantes, me invadió el pánico. El temor a que en ese momento, pudieran hacerme daño. Eran dos. Yo una. Ellos eran hombres. Yo... yo una joven indefensa. Que no les conocía.

En cuanto Dan posó sus dedos sobre la venda, me tensé.

- ¿Tienes... tienes miedo? -preguntó Dan, extrañado.

Forcé una débil sonrisa, y apreté las mandíbulas. Estaba claro que había notado mi reacción a su contacto.

- Bueno, cualquier joven como yo tendría algo de miedo ante dos jóvenes que no conoce. -susurré.

- ¿Tienes miedo de que podamos hacerte daño? -preguntó Dan, sonriendo con amabilidad, divertido.

Sacudió la cabeza, y Jacob se cruzó de brazos.

- Yo jamás te haría daño. -comentó, mirándome, con los labios fruncidos. -Ni aunque me obligaran.

Tragué saliva, y me fue imposible apartar la mirada de sus hipnóticos ojos verdes. Mientras tanto, Dan aprovechó para ir retirando la venda poco a poco, y me obligué a centrarme en sus manos haciendo su trabajo.

Hice una mueca de dolor en cuanto la herida quedó al descubierto.

- Tranquila, voy a por un poco de agua. -dijo Dan.

El joven moreno dejó la venda a un lado, y se fue de la habitación, a por el agua del que hablaba. Traté de evitar alzar la mirada hacia el rubio, aunque no fui capaz.

Él observaba mi herida con expresión de concentración. Recorrí su rostro con mis ojos, hasta los hombros. Tenía unos hombros anchos, y los músculos de sus brazos se marcaban aún más al estar cruzado de brazos.

Me obligué a mirar la herida de mi vientre, aunque no me hiciera mucha gracia verlo. Jacob se descruzó de brazos, y se inclinó sobre mi vientre, para observar de más de cerca la herida. Alzó una mano, y sentí el contacto cálido de sus yemas sobre mi piel, no muy lejos de la herida.

Un escalofrío me recorrió de arriba abajo en cuanto deslizó sus dedos unos centímetros sobre mi piel, alrededor de la herida. Apreté los puños, y mis músculos se tensaron.

Alcé mi mirada hacia Jacob, al mismo tiempo que él. Sus ojos verdes estaban clavados en los míos, y sentí algo extraño. En mi interior.

- ¿Te duele?

- No... no. -murmuré.

Tenía más miedo que dolor.

- Entonces... ¿Es porque aún crees que puedo hacerte daño?

- Tal vez.

Mi voz sonó débil. Y fue un susurro apenas audible.
Los ojos verdes de Jacob desprendían... ¿temor? ¿Tristeza? ¿Amor...?

- No pienso hacerte daño, Katherine. De ninguna manera. Si alguna ve lo hiciera... jamás me lo perdonaría.

Algo en mi interior me gritaba que le creyera. Que Jacob no iba a hacerme daño, y que no tenía por qué desconfiar de sus palabras. Algo me gritaba que estaba diciendo la verdad.

- No me atrevería a ponerte las manos encima ni aunque con ello pudiera salvar mi propia vida de la muerte. -susurró.

Y en ese momento, entró Dan en la habitación, con un toalla empapada en agua. En cuanto vi que se trataba de él, volví a mirar a Jacob, boquiabierta.

"No me atrevería a ponerte las manos encima ni aunque con ello pudiera salvar mi propia vida de la muerte."

Sus palabras resonaban en mi corazón, acompañando el eco de mi desbocado corazón. ¿Lo decía en serio?
Jacob estaba serio, y no me miraba. Estaba concentrado en las manos de Dan, que colocaban la toalla encima de mi herida.

En cuanto el frío contacto del agua tocó mi herida, gemí de dolor. Dan retiró la toalla con rapidez, mirándome con angustia.

- Perdón. -susurró.

- Trae, déjame hacerlo a mí. -dijo Jacob, mirando a Dan. -Ya me encargo yo, no te preocupes. Puedes irte.

Pasó un brazo sobre mi vientre, para coger la toalla. Dan asintió, rindiéndose. Le dio la toalla a Jacob, y  se despidió de mí con una sonrisa.

Jacob se arrodilló en el suelo, sin perder de vista la herida de mi vientre. Apoyó su antebrazo derecho sobre mi piel, para poder limpiar mejor la herida. Sentí un escalofrío en cuanto los dedos de su mano izquierda rozaron mi piel con suavidad.

Hice una mueca de dolor, acompañada de un gemido en cuanto el tacto frío del agua tocó mi herida.

- Perdón.

- No, no, no es nada... -murmuré, conteniendo otro gemido.

Jacob limpió con extremada suavidad la herida, quitando los restos de sangre, y después, limpió los alrededores de la herida, quitando la sangre seca.
No pude evitar apartar la mirada, y me quedé mirando sus ojos verdes, que brillaban a causa de la luz del sol que entraba por la ventana.

Observé cómo parpadeaba con lentitud, y cómo movía los labios, concentrado. Tragué saliva, y sentí cómo el rubor encendía mis mejillas en cuanto sus ojos se clavaron en los míos.

- Ya está.

Asentí, sin decir palabra. Jacob se levantó del suelo, apoyándose en el borde de la cama. Se giró, y fue hacia el baño de la habitación.

"Para. Ya. Aparta la mirada, Katherine. ¿Qué haces?"

Mi interior me gritaba eso una y otra vez. Pero me era imposible apartar los ojos de su espalda. Llevaba una camiseta holgada de color marrón verdoso, algo raída, bajo la cual se podían adivinar sus definidos músculos.

Al cabo de varios minutos, Jacob volvió hacia mí con una toalla seca, y la utilizó para secar mi herida.

- Avísame si te hago daño.

Algo en mi mente seguía gritándome que confiara en él. Que no quería hacerme daño, y eso lo confirmaba. Me estaba diciendo que le avisara si lo hacía.

Una vez seca la herida, lanzó la toalla al otro lado de la habitación, sobre la cómoda. Agarró la venda nueva que había traído Dan antes consigo -yo ni me había dado cuenta- y me miró a los ojos.

- Te llamas Katherine Greenwood Wells. -comenzó a decir.

No me miró mientras hablaba. Se limitó a apoyar una rodilla sobre el borde de la cama, de la misma manera que lo había hecho Dan antes.

- ¿Puedes levantarte?

- Creo... creo que sí.

Intenté incorporarme, pero gemí de dolor al quedar completamente sentada. Volví a caer sobre la cama, y Jacob sonrió tristemente.

- No te preocupes. -hizo una pausa. -Tengo una idea.

Me temblaban las piernas, y deseaba con todas mis fuerzas que su idea no fuera levantarse. Porque temía que no podía sostenerme ni dos segundos.

- Incorpórate un poco.

Hice lo que me pedía. Pasó una mano por mi espalda, y sentí una especia de... corriente por todo el cuerpo. Cerré los ojos durante unos segundos, sin saber muy bien qué pretendía hacer Jacob. Le oí deslizarse por detrás de mí, y sentí sus manos a ambos lados de mi cuerpo, sobre mi piel. Otro escalofrío.

- Échate hacia atrás. Estoy aquí, no te preocupes.

Su voz sonaba muy cerca de mi oído. Me dejé caer hacia atrás con lentitud, pero mi acción se vio interrumpida por el cuerpo de Jacob.

- Así. -susurró en mi oído.

Tenía la cabeza apoyada en su hombro, y sus labios estaban muy cerca de mi oído. Abrí los ojos, algo tensa por la situación, pero traté de tranquilizarme. Jacob estaba sentado a horcajadas sobre la cama, ligeramente inclinado hacia atrás, como si fuera mi respaldo. Notaba su cuerpo pegado al mío, como si estuviera tumbada sobre él. Así no me molestaba la herida, porque no estaba tumbada del todo.

- Tu color favorito es el naranja, un naranja precioso, que sólo se puede contemplar en una puesta de sol.

"¿Cómo es una puesta de sol?"

Su voz era demasiado suave.
Mientras tanto, Jacob pasaba la venda por la herida, y se arqueaba hacia atrás, para colocarla bien en mi espalda. Daba vueltas a la tela alrededor de mi tronco con lentitud y calma.

- Tienes diecinueve años.

De vez en cuando notaba sus dedos rozando mi piel con delicadeza, y me obligué a cerrar los ojos.

- Tu padre se llamaba Alfonso Greenwood, y tu madre se llamaba Anne Wells.

Sentía su fuerte corazón latiendo de manera rápida y nerviosa, y me pregunté por qué.

- Recuerdo a la perfección la primera vez que te vi.

Su voz bajó de tono, haciéndose un leve susurro en mi oído. Volví a sentir sus dedos sobre mi piel, rozándola ligeramente, ya que seguía colocando la venda sobre mi herida.

- Sonreíste como si me conocieras, sonreíste como... como si me lo mereciera. Como si yo fuera buena persona.

Entremetió el final de la venda entre la misma venda para sujetarla, con suavidad y delicadeza, como si temiera que fuera a romperme. Sus manos se quedaron durante varios segundos en el mismo lugar, descansando sobre el lugar donde había atado la venda. Abrí los ojos, sintiendo la misma corriente recorriéndome de arriba abajo. Hielo y fuego a la vez.

- Ya está. -murmuró.

Pero no hizo el amago de ayudarme a tumbarme, ni de apartarse. Se quedó ahí. Y yo me limité a tensar todos mis músculos, y a sentir cómo su pecho subía y bajaba debajo de mí.

- ¿Sigues teniendo miedo de mí? -preguntó.

No contesté. Me quedé todo lo quieta que pude, aunque su voz no parecía amenazadora, ni nada parecido. Era suave y dulce.

- Si quisiera, ya te habría hecho daño. Si fuera un imbécil, ya te habría hecho daño. Pero resulta que no quiero. Y que no soy un imbécil en ese sentido, aunque lo sea en muchos otros.

Intenté convencerme de que decía la verdad. Pero, no le conocía, no sabía nada de él.

- ¿Cómo sé que no eres un imbécil? -pregunté, en voz baja.

- Bueno, la vez que te rompí el corazón demuestra que lo soy. Pero no soy tan capullo de hacer daño a alguien que quiero. Sería... sería estúpido. -hizo una pausa, y noté su cálido aliento en mi oído. -¿Confías en mí?

- Creo que puedo hacerlo. -susurré.

No lo vi, pero lo sentí. Sentí que estaba sonriendo, y por algún extraño motivo, deseé girarme para poder observar esa sonrisa. Necesitaba ver si era tan bonita como me la imaginaba.

- Tus ojos brillaban con intensidad, como si también sonrieras con los ojos. -continuó relatando lo que parecía la primera vez que me vio. -No fui consciente de lo que tenía delante, ni mucho menos. Sólo me dejaba llevar por lo que pensaba nada más ver a una chica: "Es guapa."

El silencio inundó la habitación, y Jacob pareció tomar aire.

- Ibas siempre con un chico, un chico de mi edad, y siempre estabais juntos. Os veía jugar sobre la cubierta de una barco a todas horas, riendo, felices. Y yo creía que era feliz por tener pareja a los doce años. -rió.

Sacudió la cabeza, sin dejar de reír.

"Tiene una risa muy bonita. Puede que igual que su sonrisa."

- Conseguí lo que me había propuesto: que te enamoraras de mí. Lo conseguí, pero no me di cuenta de lo que tenía a mi alcance. No me di cuenta de que te tenía a ti. Sólo pensaba en dar celos a Nikki, una niña de la que ni siquiera sé por qué me "enamoré".

Otra vez silencio. Pero no era tenso, no era incómodo. Simplemente... estaba ahí.

- Tú te enamoraste de mí a pesar de lo fatal que me portaba contigo. A pesar de lo arrogante que era. Y tan sólo tenía doce o trece años... -resopló. -Creías que era diferente, de una manera especial, pero no era así. Era diferente, pero no bueno. Era diferente porque era el único que se fijaba en cualquier chica. Tal vez tú te esperabas a alguien normal. A alguien que te quisiera de verdad.

Mi corazón dio un vuelco al oír sus palabras, y ni siquiera sé por qué. Sentí que vibraban de tristeza.

- Y te rompí el corazón. Te hice daño porque ya había conseguido lo que quería: traer de vuelta a Nikki. Tú te diste cuenta de que te había utilizado, y fuiste lo suficientemente lista como para insultarme a mí y a Nikki. Te alejaste, aunque no era lo que yo había creído. Yo creí que ibas a ser como las demás, y que te ibas a quedar conmigo, y que ibas a intentar enamorarme. ¿He dicho ya que era muy arrogante?

Pero de pronto, su voz se vio interrumpida por el ruido que hizo la puerta al abrirse.

- ¿Necesitáis ayu...? -pero ahí se acabó la frase.

Dan estaba agarrando el pomo de la puerta, asomado por ella, mirándonos.

- ¿Interrumpo algo? -preguntó.

- No. -contesté.

- Estaba vendándola... y eso. -añadió Jacob, algo avergonzado.

- Ya. -dijo Dan.

Al cabo de unos segundos en silencio, Jacob pareció suspirar, aunque de manera casi imperceptible, y me agarró de la cintura con suavidad.

- Cuidado. -me avisó.

Se levantó de la cama con rapidez y destreza, y me volvió a tumbar sobre los almohadones de la cama. Una vez "a salvo", solté de una vez todo el aire que había contenido.

- Veo que os las habéis apañado bien.

- Soy lo suficientemente listo como para limpiar una herida yo sólo, por si lo dudabas. -respondió Jacob.

- Sí, también se te da bien vendar, por lo que veo.

- Ves bien. -gruñó Jacob. -¿Es que acaso hay algún problema?

Ambos se quedaron mirando, y pude notar la tensión que se abría paso entre ellos.

- Claro que hay problemas. Los hay. -Dan hizo una pausa, y se cruzó de brazos. -No necesitaba que le mostraras todo tu encanto y atractivo para colocar una maldita venda.

Dan sonaba furioso. ¿Por qué? Sus miradas echaban chispas; la marrón de Dan y la verde de Jacob.

- Espera, espera... -Jacob cerró los ojos unos segundos, y volvió a abrirlos para mirarle.

- Vamos fuera. -le cortó Dan.

Y ambos salieron fuera, dejándome en la habitación sola. Peor no del todo, pues sus voces me acompañaban. Estaban gritando.

-¿Acaso me estás diciendo cómo tengo que actuar con Katherine? ¿Me estás diciendo cómo actuar con MI pareja?

¿Su... pareja? ¿De qué hablaba? Ése era Jacob, estaba segura.

- Jacob, has olvidado una cosita; ella ya no es tu pareja. ¿O es que has olvidado que no sabe quién eres?

- Porque tengas envidia de que pueda ser mía, no voy a dejar de luchar por ella. -siseó Jacob. -Tenlo claro, Dan.

Estaban hablando de mí estando yo delante. Bueno, en teoría. Y Jacob estaba diciendo que yo era su pareja, y Dan se lo estaba negando.

- No tengo envidia. Te digo lo que hay. -gruñó Dan.

- ¿Lo que hay? ¿Me estás diciendo que no puedo ni siquiera tocarla, sólo porque tú también quieres? Yo ahí noto envidia, Dan. Además, sabes perfectamente lo que éramos Katherine y yo antes. No intentes hacer como que no lo sabes sólo porque no supiera mi nombre. No lo tomes como algo para empezar de cero con ella.

Me quedé boquiabierta. No sabía si estaba loca o no, pero parecían estar luchando... por mí.

- Empezaré de cero lo que quiera.

Dan sonaba bastante furioso, pero Jacob era un caso aparte.

- ¿Cómo te atreves a llegar aquí, y decir que empezarás de cero lo que quieras, sólo porque tienes oportunidad? -gritó Jacob.

- Si tú tuvieras la oportunidad, también lo harías. -respondió Dan, un poco más bajo.

Silencio.

- No. Te equivocas, Dan. Admito que haría lo que fuera por ganarme su corazón si estuviera contigo, pero lo haría si no estuviera en este estado. No aprovecharía su enfermedad para destrozarte a ti, por ejemplo. Eso me parece demasiado cobarde.

- No pretendo destrozarte. Pretendo demostrarla quién soy. Y me da igual que pienses que es cobarde.

- Encantado de que le demuestres quién eres. Pero más allá de eso... lo siento.

- ¿Celoso? ¿Celoso de lo que pueda conseguir? -dijo Dan. -Ambos sabemos que ninguno se va a rendir. Así que dejémoslo en algo que decidirá el futuro.

Oí un gruñido de Jacob.

- Cállate de una vez, Dan. -hizo una pausa, en la que el silencio se apoderó de la habitación. -Tenlo claro; yo no voy a rendirme.

Y seguidamente, la puerta se abrió con violencia.


sábado, 16 de febrero de 2013

DDM: Capítulo 66

¡Hola! :3

Sí, lo sé, aún tengo que hacer la entrada sobre la increíble 4º posición en la que ha quedado Diario del Mar, lo sé. :)

Pero necesitaba terminar el capítulo 66, para publicarlo cuanto antes. :) Y bueno, no tengo más que deciros... Tan sólo que lo disfrutéis, y que espero que os guste, como siempre os digo.

Ah, por cierto... Sé que no es el momento, pero quería agradeceros -de forma general- todo el apoyo que me dais. Sin vosotros, este pequeño blog no habría llegado hasta aquí, ni mucho menos. Y sin vosotros, yo no estaría aquí, ahora mismo, publicando el 66, ni agradeciendo a mis queridos lectores todo lo que han hecho por mí :').

Ya no os molesto más, aquí lo tenéis :)).





(Jacob)


Entreabrí la boca, y solté de una vez todo el aire que llenaba mis pulmones. Para ser sinceros, las ganas de llorar eran inmensas en aquellos momentos. Saber que al otro lado de aquella puerta estaba Katherine, una joven que sufría de amnesia, y que no me reconocía... dolía.

- Jacob, no nos vamos a rendir, ¿me oyes?

La voz de Diana se quebró al final de la frase, y tuvo que llevarse una mano a la boca, mientras se ponía a llorar. Liv la atrajo hacia sí, y la envolvió en sus brazos.
Oía mi propia respiración, lenta, pesada. Cansada. Al igual que mi corazón. Pero no me iba a rendir, porque Katherine estaba conmigo. Y si tenía que luchar por su amor, si tenía que luchar por volver a enamorarla, lo haría.

Aunque las palabras del doctor Davison me habían dado esperanzas: "Aún es pronto..."
Teníamos que estar atentos a su evolución, y ver si comenzaba a recordar algo, para poder diagnosticar de manera exacta que tipo de amnesia estaba sufriendo.

- Debemos tener esperanzas. Y lo más importante; debemos ser pacientes. Ya habéis oído al doctor Davison, aún es muy pronto para decir si recuperará o no la memoria. -añadió Dan, y noté la tristeza en su voz.

Alcé la mirada hacia él, y pude sentir la tensión que había entre nosotros. O la tensión que yo me imaginaba, la cual tal vez sólo existía por mi parte...

Fruncí los labios, y desvié la mirada hacia la puerta de madera, hacia esa puerta de madera que separaba la realidad de mis sueños.

"Jacob, despierta de una maldita vez. Katherine está tras esa puerta, sin saber ni siquiera dónde está. Katherine está tras esa puerta, y no sabe quién eres. Katherine te ha olvidado."

Mi propia voz interior me despertó de la peor manera posible. Apreté las mandíbulas, y miré a los demás. Diana lloraba abrazada a Liv, la cual trataba de consolarla, y Dan miraba al suelo, con tristeza.

Y justo en aquel momento, una puerta se abrió. Miramos todos en esa dirección.

- ¿Ha ocurrido algo?

Elizabeth nos miraba a todos con sorpresa, y preocupación.

- Ka... Katherine... -sollozó Diana.

- ¿Está... está bien? -murmuró.

Dan sacudió la cabeza, mirándola.

- Me temo que no.

Elizabeth cerró la puerta de la habitación, y se acercó a nosotros, preocupada.

- ¿Qué le ha pasado? -preguntó.

- Todo ha sido peor de lo que pensábamos.

- ¿Acaso no mejora? -inquirió, boquiabierta.

- No es que mejore o no. Es que ha perdido la memoria.

- ¿Có... cómo...? -balbució.

- Ha sufrido de amnesia, aún no sabemos qué tipo, según nos ha dicho el doctor Davison. Katherine... Katherine no sabe quiénes somos. No recuerda nada. -terminó Dan.

Elizabeth boqueó, tratando de hablar, pero las palabras no salían de su boca. Me miró con preocupación.

- ¿Por qué? -consiguió preguntar.

- Falta de oxígeno al cerebro. O un golpe muy fuerte. -contestó Liv.

Elizabeth se cruzó de brazos, sacudiendo la cabeza, sin saber qué decir. Mientras tanto, Diana se secó las lágrimas, e inspiró profundamente.

- Tenemos... tenemos que entrar. -susurré, tratando de mantener mi voz firme.

Los demás asintieron, y sin decir palabra, se acercaron a la puerta, la cual abrieron con lentitud y suavidad. Dan el primero.
Me disponía a entrar, cuando Elizabeth me agarró de la muñeca.

- Jacob. -susurró. -Lo siento muchísimo... Cuenta conmigo.

Asentí, sin mirarla directamente. Y seguidamente, entramos en la habitación, permitiendo que la realidad me golpeara con sus gélidos y a la vez ardientes puños.


***


(Katherine)



Me mordí el labio superior ligeramente, y agarré los bordes de la sábana que me cubría, justo en el momento en que la puerta se abría.
El joven moreno -Dan- era el primero que entraba en la habitación.

- Hola, Katherine. -sonrió levemente.

- Hola... Dan. -contesté, sin moverme.

Al menos podía intentar ser amable. Aunque me fuera imposible.
Detrás de Dan entraron dos jóvenes; una de pelo negro, y otra, de menor estatura y rasgos más infantiles, pelirroja. Miré detenidamente a ese brillante cabello, que parecía hecho de fuego.

Y detrás, el rubio de ojos verdes, que según había oído, se llamaba Jacob. Su mirada estaba centrada en mí, y parecía demasiado apenado. Pero no sabía por qué. Por último, detrás de ese joven, entró una chica de pelo rubio y ojos azules, algo preocupada.

- ¿Quiénes... quiénes son? -le pregunté al único al que me atrevía a hablar.

Dan me miró, ya sentado en la silla de mimbre, cerca del borde de mi cama.

- Ella es Diana. -señaló a la de pelo negro. -La pelirroja es Olivia, pero tú... nosotros la solemos llamar Liv. -hizo una pausa, en la que ambas jóvenes me sonrieron tristemente. -Y ella es Elizabeth.

Asentí, sin atreverme si quiera a saludarlas. Me limité a esbozar una fugaz sonrisa, que duró unos segundos.

- Hola, Katherine. -susurró la llamada Diana, sin apenas poder hablar.

¿Por qué lloraba? Si no nos conocíamos...

- ¿Qué tal te encuentras, Katherine? -preguntó Dan.

Me encogí de hombros, sintiendo ligeros pinchazos en el vientre.

- Creo que bien. -conseguí responder. -Salvo por hecho de que no sé dónde estoy, ni sé quiénes sois vosotros.

Miré a todos y cada uno de los presentes en aquella habitación, cada cual más preocupado, hasta llegar al rubio de ojos verdes. El chico parecía demasiado preocupado, el que más de todos.

- ¿Te duele la herida? -volvió a preguntar Dan.

- Ahora... sólo un poco. -contesté.

Bajé la mirada hasta mi vientre, y descubrí la venda, levemente manchada por la sangre de mi propio cuerpo. Suspiré, y cerré los ojos durante unos segundos, justo en el momento en que sentía unos pinchazos en ambas sienes.

- ¿Quieres dormir? -preguntó Dan.

Me llevé la mano hasta la cabeza, para tratar de reducir el dolor de las sienes. Debía admitir que no me sentía nada cansada, y lo último que quería era dormir.

- No. De verdad. -respondí.

Dan asintió, y el silencio inundó aquella habitación. La joven de pelo negro -"Diana, Katherine, ya te han dicho su nombre."- parecía estar haciendo un enorme esfuerzo por no no echarse a llorar.

- ¿Puedes... puedes repetirme qué me pasó, supuestamente, anoche? -pregunté, mirando a Dan.

- Te atacaron unos hombres que pertenecían a mi tripulación. Desgraciadamente, no llegué lo suficientemente pronto, y cuando lo hice, ya era tarde. Tú ya te habías desmayado, y ya habías perdido la memoria. Aunque no me di cuenta de eso hasta que te has despertado esta mañana. No me lo esperaba... -relató.

Suspiré, y me aparté el cabello de la cara, incorporada sobre los almohadones. Desvié la mirada, tratando de arañar las blancas paredes de mi vacía mente, tratando de encontrar aquel supuesto incidente. Pero nada.

- Se supone que debo confiar en vosotros y creérmelo, ¿verdad?

- No te vamos a obligar, pero tal vez es la única opción que tienes. -sonrió Dan, con amabilidad.

Fruncí los labios, y asentí. Todo era demasiado difícil y confuso.

- ¿Tienes hambre, Katherine? -preguntó de pronto el chico rubio.

Alcé la mirada hacia él, y me encogí de hombros.

- No mucho. -hice una pausa, en la cual desvié la mirada, para luego volver a mirarle. -Te llamabas Jacob, ¿verdad?

- Sí. Jacob Fellon. -bajó la mirada tristemente.

Esperé unos segundos, ya que creí que iba a continuar la frase, pero se quedó callado, y terminó dedicándome una triste y forzada sonrisa.


***

(Jacob)


Temía derrumbarme. Pero en aquellos momentos, era yo el que tenía que ser fuerte. Lo tenía que ser por ella y por mí. Por lo que éramos.

- Es un nombre bonito. -añadió, con timidez.

"Sólo cuando tú lo pronuncias."

Me quedé varios segundos observando sus preciosos ojos aguamarina, los cuales no me miraban de la misma forma. No había amor en ellos, ni siquiera un atisbo de mistad. Sólo había vacío, lejanía, distancia. Había algo de miedo. Como si nos acabáramos de conocer.

"Tómatelo como una aventura, como una nueva experiencia. Conviértelo en un juego, en el que el objetivo es volver a ganarte el corazón de Katherine."

Inspiré profundamente, tratando de tranquilizarme. Katherine iba a volver, porque la amnesia que estaba sufriendo no era grave. En, como mucho, unos días, habrá recuperado la memoria. Y todo volverá a ser como antes.

Y tenía que ser paciente. No podía derrumbarme tan pronto, debía esperar un poco, para estar seguro de qué la ocurría.

"Jacob, ¿serás tan fuerte como para esperar unos días? Todo volverá a ser como antes. Seguro."

Y eso deseaba. Que esto quedara en un pasado muy lejano, y que no fuera más que una anécdota. Porque ansiaba ver la ternura en sus ojos, deseaba ver el amor que hacía unos horas, sentía por mí.

Quería volver a ver ese brillo y esa calidez en sus ojos; que me indicaran que nuestro amor seguía ahí, y que era más fuerte que cualquier enfermedad.


***

(Katherine)


De vez en cuando veía pequeños puntos luminosos en la habitación, aunque no me asustaba. Me sentía bastante débil, algunos minutos más que otros. Si me habían apuñalado, era evidente que no me iba a encontrar de la mejor manera.

Pero eso no era lo más extraño, ni siquiera lo peor. Lo más extraño era que mi corazón bombeaba sangre por hacerlo. No había nada que me instara a seguir con vida. Era... era muy extraño. Mi mente seguía vacía, y mi corazón también. Todo mi ser estaba vacío, y era una sensación demasiado confusa, e incluso hiriente.

No había nada en mi vida por lo que luchar, no encontraba motivos, nada que me impulsara, o me animara. Tampoco sabía si los había tenido en momentos anteriores.

No había amor en mi interior, ni odio, ni tristeza, ni dolor. No había absolutamente nada. Ni rastro de algún sentimiento, como si me tratara de un cadáver que vive porque le han resucitado.

Nada más lejos de la realidad, pues eso era lo que era.

Un envase frío y vacío, inútil, con un corazón de piedra al que le costaba encontrar motivos para seguir latiendo.

***

Aquellos individuos desconocidos para mí, aquellos extraños de los cuales sólo conocía sus nombres, me acompañaban la mayor parte del tiempo, haciendo que todo fuera más ameno... o más violento. Ellos estaban ahí, hablando de sus vidas, riendo (aunque forzadamente, no sabía muy bien por qué...), tratando de entablar conversación conmigo, o con lo que quedaba de mí... o sea, mi propio nombre, que ni siquiera significaba nada para mí.

Me preguntaban cosas, me preguntaban si recordaba esto, o aquello. ¿Y cuál era mi respuesta? No. No recordaba nada, pues no había nada en mi mente. No había nada por ningún lado.

Apenas comí, aunque tuve que hacerlo, pues parecían muy preocupados por mí. Sobretodo el chico rubio, Jacob.

Lo que sí que hacía era dormir. Acababa demasiado agotada, agotada de buscar cosas en mi interior, cosas que no existían, o que se habían esfumado. Agotada de no saber ni siquiera qué estaba buscando. No había un pasado. Y por lo tanto, ningún futuro planeado. Sólo había presente, un presente lleno de temor y frialdad. Un presente que no era el mío. Yo no pertenecía a ese lugar, ni a ese momento, y no sabía por qué me sentía así. ¿Tal vez porque aquellas personas contaban historias en las que yo aparecía, y no tenía ni la más mínima idea de lo que hablaban? Tal vez.

- ¿Tú lo recuerdas, Katherine? -preguntó de pronto la joven de ojos azules y de pelo negro como el azabache.

Traté de despejar mi mente, eliminando cualquier pensamiento, y centrándome en su pregunta.

- ¿Cuál? -inquirí.

- Aquella vez en la que... -rió dulcemente, mirando a Dan. - en la que conseguiste tirar a Dan al mar en aquel puerto de Francia. ¿Te acuerdas?

Su sonrisa era amplia y muy dulce, y sus ojos brillaban de felicidad, al igual que los del resto, exceptuando los del rubio, Jacob, los cuales no se apartaban ni un segundo de mí.

Tragué saliva, procesando la palabras de la joven llamada Diana, y acabé sacudiendo la cabeza, y respondiendo con un corto y seco "no".

- Yo jamás podré olvidarlo... -rió, burlándose de Dan.

- ¡Eh, no habría sido tan gracioso si hubieras sido tú la que se hubiera caído al agua! -exclamó Dan, señalándola, con una enorme sonrisa.

Parecían felices. Y yo no encontraba ningún motivo lógico para estarlo. Ellos parecían tenerlos, pero yo no.
Y después de aquello, desconecté. Oía sus voces de fondo, como un mero acompañamiento, que me mantenía... despierta. Risas, burlas, sarcasmos, pequeñas historias sobre sus vidas... Pero yo no estaba ahí psíquicamente. Y no sabía dónde estaba. Era como si me hubiera perdido en un laberinto oscuro y frío, inundado por la niebla. Pero no temporalmente, sino para siempre.

Y así fue todo durante aquellos indiferentes días.
No era consciente de cómo pasaba el tiempo, tan sólo de cuándo brillaba el sol y cuándo lo hacía la luna.

Cuando me quedaba sola, también lo hacía con mis pensamientos, y todo era doblemente extraño. ¿Por qué estaba ahí tumbada? ¿Por qué? Estaba sola, estaba vacía. No había ni rastro de un maldito motivo que me hiciera seguir con vida, y odiaba aquello.

¿Por qué ellos me conocían, y yo a ellos no?

***

Ya habían pasado cuatro días desde la primera vez que me desperté en la posada.

Aquella mañana, los rayos del sol me despertaron, y abrí los ojos con lentitud. Parpadeé varias veces, para acostumbrarme a la luz que entraba en la habitación. Me sobresalté cuando vi a una figura a mi lado, sentada sobre una silla de mimbre, observándome.

- Buenos días. -susurró.

Una vez la vista despejada, conseguí ver de quién se trataba.

- Ho... hola. -conseguí murmurar.

Se mordió levemente el labio inferior, y se giró, para mirar a una segunda figura, la cual no tardé en identificar: Dan.

- Veníamos a ver... qué tal estabas. -dijo Dan.

Jacob asintió, volviendo a posar sus ojos verdes sobre los míos.

- ¿Has dormido bien?

- Como las últimas noches. -respondí.

Jacob se pasó la mano por los labios, desviando la mirada.

- ¿Te duele? Me refiero a la herida.

- Bueno, sigo viva.

Mis respuestas eran escuetas y frías. No veía el motivo para ser amable, o cálida, o cercana. Allí había dos hombres, de los cuales no sabía absolutamente nada, exceptuando sus nombres.

- Me alegro. -añadió, esbozando una leve sonrisa. Muy pequeña y fugaz.

"Seguro que tiene una sonrisa muy bonita." pensé. Y enseguida aparté ese pensamiento de mi mente.

- Katherine... Quiero hacerte una pregunta.

Fruncí los labios, y asentí con lentitud. ¿Qué esperaba que respondiera?

- Necesito saber... necesito que me digas si hay algo en tu mente que no encaje, que no sabes de dónde viene. Necesito saber si recuerdas algo de tu pasado, de tu vida, Katherine.

Sus palabras retumbaron en mi mente durante largos segundos. Mi cerebro trabajaba a toda velocidad, tratando de encontrar una posible respuesta.

- Está... -hice una pausa, tratando de decir la palabra. -... vacío. No hay nada. No sé que esperas que te diga, pero sea lo que sea, no está en mi cabeza.

Su expresión se ensombreció poco a poco, aunque no apartó su mirada de la mía.

- ¿Estás... segura? ¿Lo has intentado? -inquirió.

- Lo he intentado. Llevo días intentando encontrar algo, pero no sé ni siquiera qué busco.

- Recuerdos. Buscas recuerdos.

- Pero no sé qué clase de recuerdos. -murmuré.

- Tus recuerdos. Los de tu vida, Katherine. Tu pasado. -dijo, y pude notar cómo se le quebraba la voz.

Se apoyó en el respaldo de la silla, y desvió la mirada hacia la pared, llevándose la mano a los labios. Se acarició la piel, y cerró los ojos con fuerza.

- No tengo. No hay. Es como... como si no hubiera nada. -contesté, en un susurro apenas audible. -Lo siento.

Mis palabras parecieron hacerle daño.

- Está bien. -murmuró. -Tranquila.

Y seguidamente, se levantó, con los labios fruncidos, y las mandíbulas y los puños apretados con fuerza. Observé sus movimientos boquiabierta, y pude ver que sus ojos estaban empañados por las lágrimas. ¿Por qué?

Dan también observó a Jacob hasta que se hubo marchado, dejándonos solos en aquella habitación.

- ¿Qué le ocurre? -le pregunté a Dan.

El joven moreno de ojos castaños ocupó el lugar de Jacob en la silla, y me miró directamente a los ojos.

- A veces la realidad es demasiado cruel y aplastante. -contestó, en un susurro apenas audible.


***

(Jacob)


No me importaba hacer ruido. No me importaba molestar a los posibles clientes del padre de Marcus. No me importaba despertar a nadie, o dar mala impresión. No me importaba nada.

Lo último que quería era perder la esperanza, pero ésta iba desapareciendo poco a poco. Se iba haciendo menos brillante, y costaba atraparla. La esperanza se deshacía como si de tierra se tratara. La esperanza de que Katherine volviera pronto.

Caminé por el pasillo de la posada hasta las escaleras de madera que tanto conocía. Chirriaron de la misma manera de siempre, aunque más alto a causa de mis pisadas. Mi corazón latía con fuerza, y mi garganta y mis pulmones ardían, a la vez que mis ojos se empañaban por las lágrimas.

Salí de la posada con furia, dolor y miedo. Sintiendo como todo mi interior se desmoronaba sobre mí con lentitud, pero sin freno.

El radiante sol bañaba las ajetreadas calles de la ciudad, y toda la gente caminaba alegremente, haciendo sus recados. Pero yo no. Yo no caminaba alegremente, y no podía parar a observar el brillante día que hacía. Porque en mi interior, aquel sol había sido reemplazado por densas nubes negras, que descargaban sobre mí su lluvia y sus rayos.

¿Por qué?

Apreté las mandíbulas, mientras las lágrimas brotaban de mis ojos, a pesar de que hice todo lo posible por evitarlo.

"Ya no es pronto. El doctor Davison dijo que esperáramos unos días. Y esos días ya han pasado. Pero los recuerdos no han vuelto."

Caminé con toda la rapidez que fui capaz, hasta que llegué al puerto. El sol se reflejaba en las aguas calmadas del océano. Lo observé atentamente, mientras las lágrimas caían de mis ojos y rodaban por mis mejillas.

Llegué al muelle donde estaba el Greenwood Wells, el barco de... de mi Katherine. Me senté al final de dicho muelle, y centré la mirada en el agua oscura. Me llevé las manos a los ojos, y sequé las lágrimas con el dorso de mi mano.

¿Cómo se puede ser fuerte, si la fuerza es lo único que te falta?

Aspiré el olor salino del mar, para intentar calmar los desbocados latidos de mi corazón. Todo mi mundo se estaba cayendo a pedacitos, y no estaban cayendo al suelo. No, estaban cayendo sobre mí, y me estaban aplastando. Me estaban ahogando.

Cerré los ojos con fuerza, y hundí el rostro entre mis manos, sin poder evitarlo. Volví a alzar la cabeza, y observé el horizonte. ¿Cómo podía hacer un día tan brillante, y estar todo tan apagado en mi interior?

Mis sienes palpitaban, todo mi ser palpitaba de dolor. No podía volver a perderla, y eso es lo que estaba pasando. La estaba perdiendo, estaba perdiendo al único motivo que me hacía seguir vivo.

Aquella misma mañana, me di cuenta de que sólo se necesitan unos segundos para perderlo todo. Katherine sólo había necesitado unos segundos para olvidarlo todo. Para olvidarme a mí. Para olvidar nuestro amor.

El océano se abría ante mí, calmado, profundo, sereno. Totalmente opuesto a lo que sentía en mi interior. Era como si me desafiara. El propio océano, mi propio océano me desafiaba. Me estaba demostrando que él mismo era más fuerte que yo, y que a pesar de ser inmenso, se mantenía en calma.

No como yo.

Porque nunca había sido fuerte. Y si lo había sido, fue hace mucho. Antes de conocer a Katherine, y de volver a enamorarme de ella.

- Eh.

Tardé un poco en reconocer aquella voz femenina. Tal vez porque no era la voz de Katherine, y si no era, no me interesaba.
La joven se sentó a mi lado en el muelle, ligeramente encorvada, observando el océano. Su cabello rubio ondeaba a ambos lados de su rostro, a causa de la brisa. Sus ojos azules estaban fijos en el mar, y sus labios estaban curvados en una ligera sonrisa.

Ella también mantenía la calma.

- He visto cómo salías de esa habitación.

"De la habitación de Katherine."

Tragué saliva, sin apartar la vista de sus fijos y azules ojos. Ella seguía observando el mar.
Sin poder evitarlo, entraron en mi mente todos los recuerdos de aquel momento en que la besé por primera vez. A Elizabeth. ¿Por qué lo hice? Porque Katherine estaba mirando. Porque sentía esa infantil necesidad de que me viera. De comprobar su reacción, para saber si aún seguía sintiendo lo mismo que yo por ella.

O tal vez... tal vez lo hice porque necesitaba que me viera como el joven de siempre. Ese que estaba rodeado de jóvenes, que tenía hasta para elegir. Y no como el joven que llevaba enamorado de ella desde que se marchó hacía años. Me daba miedo parecer... débil. Por mantener aquellos sentimientos, sabiendo que ella los había olvidado, y que me odiaba.

Seguidamente, Elizabeth se giró, y al principio pensé en apartar la mirada, pero no lo hice. Esbozó una amable sonrisa, que me hizo creer que... había cambiado.

- Y no entiendo por qué. Por qué te has ido así, sin más. Y por qué te has ido de esa manera.

Suspiré con fuerza, y bajé la mirada.

- Porque no soy paciente. No puedo serlo. Y me parece que si Katherine pudiera recuperarse, ya nos habría dado alguna señal.

Temí que mi voz se quebrara, así que paré. Elizabeth no dijo nada, simplemente esperó que terminara la frase en silencio.

- Algo como un recuerdo. -completé, en voz baja.

Al final de la frase, se me quebró la voz, como había esperado. Fruncí los labios, y observé el calmado océano. Su calma me enfadaba. Me llenaba de rabia.

"Cómo es posible que tú estés tan calmado. Que a pesar de albergar miles de vidas, estés tan tranquilo. Y yo aquí, sólo con mi vida, y me estoy muriendo por dentro de forma lenta, pero inexorable."

- Necesito creer que saldrá de esta, que la amnesia no será más que un borrón en nuestras vidas. Que todo será como antes. -hice una pausa. -Pero no encuentro esperanza.

Me obligué a callarme, si no quería echarme a llorar con Elizabeth delante.

- Jacob.

Alcé la mirada hacia ella, y clavé mis ojos en los suyos, de un color como el del hielo.

- Estamos juntos en esto. Todos. No nos vamos a rendir, y todo se arreglará. Ya lo verás.

Sólo eran palabras. Palabras de alguien que había odiado a Katherine. Palabras de alguien que no sabía lo que pasaría en un futuro. Palabras improvisadas, palabras falsas que albergaban falsas esperanzas. Todo falso. Porque nadie conocía el futuro, ni lo que conllevaría vivirlo.

Pero aún así, me lo creí. Me aferré a ellas como si fueran mi única salvación, como si fueran reales, verdaderas.

- Gracias, Elizabeth.

Ella esbozó una débil sonrisa, pero llena de amabilidad y cariño.

Tal vez era verdad que hubiera cambiado.

Pero que hubiera cambiado no significaba que sus palabras no fueran falsas.

Ni que la esperanza a la que me aferraba fuera real.


domingo, 10 de febrero de 2013

DDM: Capítulo 65

¡Hola a todos!

Sí, lo sé, he estado desaparecida durante mucho tiempo... Y lo siento, de verdad. Pero ya estoy aquí. He podido sacar un ratito, para terminar el capítulo 65, y subirlo :) Ha sido por culpa de los estudios... no me matéis.

Y bueno, quería daros las gracias a TODOS aquellos que me votaron en la encuesta de este blog:  Los Juegos del Hambre

Gracias a vosotros... ¡Diario del Mar ha quedado en 4º posición! Cuando me lo dijeron... No podía ni creérmelo. De verdad, sois increíbles, y sin vosotros, esto no habría podido ser posible.

Ya me encargaré de hacer una entrada más apropiada para comentar esta increíble posición :) Aunque os adelanto que habrá más encuestas, y si queremos mantener ese puesto, o incluso mejorarlo... volveré a necesitar vuestra ayuda :)

Y sin más dilación... os dejo el capítulo 65 :)



Estaba atrapada.

Gemí, y cerré los ojos con fuerza. La espalda me dolía bastante, y mi corazón hacía todo lo posible por bombear con rapidez la sangre de mi cuerpo. Me deslicé lentamente por la pared, para terminar cayendo al suelo... pero la mano del hombre rodeó mi cuello, y me frenó. Sentí los ladrillos contra mi espalda, y me obligué a abrir los ojos, para mirarle.

- ¿Has intentado huir, Princesa? ¿De verdad?

No respondí. En su lugar, parpadeé con extrema lentitud, y traté de coger aire.

- Juraría que lo has intentado... -siseó.

Entreabrí la boca con urgencia, intentando coger aire. Mis pulmones comenzaron a arder, por la falta de oxígeno, y la presión en el cuello lo hacía todo más difícil. En un acto reflejo, clavé mis uñas en su piel, con toda la fuerza que fui capaz de reunir, para intentar liberarme de su agarre. Pero él se limitó a ladear la cabeza.

- ¿Encima... encima intentas resistirte?

Y seguidamente, me lanzó contra el suelo. Me raspé la piel de los antebrazos, y sentí un terrible ardor, mezcla del dolor y la humillación de aquello.

"Dan. Ven."

- Venga, muéstrame cuan valiente eres. -bramó.

Cerré los ojos con fuerza, y apreté la mandíbula. "El cuchillo. Sácalo." Con lentitud, deslicé la mano derecha por el suelo, y me encogí levemente sobre mí misma. Estiré los dedos para llegar a mi bota, pero entonces, el hombre me pisó el brazo, y gemí de dolor.

- ¿Qué querías hacer? -inquirió.

Se puso de tal forma que quedé entre sus dos piernas, y me agarró del pelo, haciendo que alzara la cabeza. Noté su aliento en mi oreja.

- ¿Qué pretendías, Princesa? -repitió.

- Na... nada... -gemí.

Me soltó el pelo, y volví a tumbarme sobre el suelo. Apreté las mandíbulas, y giré sobre mí misma, hasta quedar boca arriba. Alcé la pierna, y golpeé con rapidez su estómago. Y gracias a eso, gané ventaja. Se encogió sobre sí mismo, y gimió levemente. Dio unos pasos hacia atrás, y aproveché para levantarme. Tenía que actuar rápido.

Me llevé la mano a la bota, y agarré el mango del cuchillo que llevaba metido. Lo alcé a la altura de mis hombros, y me giré con rapidez hacia los otros dos hombres.

- Vaya... Veo que tienes ganas de jugar... con instrumentos cortantes. -se burló el primer hombre. -Volved atrás. No os preocupéis, yo me encargo.

Los dos hombres se echaron hacia atrás, y dirigí el cuchillo hacia él.

- No te acerques. -escupí.

- ¿Qué me vas a hacer? -se burló.

Se acercó aún más a mí, y decidí utilizar el arma. No podía quedarme quieta. Me abalancé sobre él, con el cuchillo en mano, e intenté clavárselo en la piel. Y al parecer, lo conseguí. Pero entonces noté que rodeaba mi muñeca con su mano con tanta fuerza, que gemí del dolor. Y me obligó a soltar el cuchillo.

Caí de espaldas al suelo, a la vez que oía el ruido metálico del cuchillo al caer al suelo. Me mordí la lengua, pensando con rapidez, barajando mis posibles movimientos. Si iba a coger el cuchillo... no. Descarté esa idea, pues probablemente estaba alerta, y me impediría llegar hasta él.

En vez de eso, al ver que el hombre daba unos pasos hacia mí, me arrastré hasta chocar contra la pared.

- Mal... Odio tener que empezar a hacer daño a una joven tan hermosa.

Se inclinó sobre mí, y me agarró de la blusa blanca. Tiró de mí hacia arriba, y mientras me levantaba, cerré los ojos, lanzando un leve gemido de dolor, ya que la pared me estaba raspando la espalda. Oí el crujido de la tela al rasgarse.

- Tal vez deberías empezar a actuar tal y cómo eres; una persona débil. ¿O es que te gusta parecer valiente ante la gente?

Entreabrí los ojos, notando su aliento en mi rostro. Le miré fijamente, con la rabia hirviendo en mi interior, junto al miedo. No soltó mi blusa, y supe que tal vez, podía intentar huir.

Con rapidez, golpeé su estómago con mi rodilla, lo que le obligó a encogerse sobre sí mismo, y a soltarme. Aproveché, y eché a correr. Pero mis movimientos habían sido muy previsibles. Y eso fue lo que aprovecharon los dos hombres.

Ambos estaban a mi espalda, y solté un grito de miedo al sentir sus fuertes brazos agarrando los míos. Pataleé, quería seguir corriendo, para salir al menos de callejón. Pero era tarde. Siempre era tarde.

- Parece ser que no te ha quedado muy claro eso de que... no debes huir. -murmuró uno a mi espalda.

Apreté las mandíbulas, y bufé, tratando de liberarme. El primer hombre se irguió, y me miró con odio.

- No pretendía matarte, Princesa. Pero al parecer, lo estás pidiendo a gritos. Y haré lo que sea por callarlos.

Fruncí los labios, sin dejar de resistirme ante los otros dos hombres. No quería sufrir más. Quería irme de ahí.

"Dan, dónde estás. Vuelve."

Aparté la mirada, y la posé sobre el cuchillo. Estaba cerca. Podía... intentarlo. Desvié con rapidez la mirada hacia el hombre, para que no lo notara. No debía dar ninguna señal de lo que pretendía hacer.

- Soltadla. -ordenó.

"Ya."

Mi corazón tembló por la adrenalina, y sentía que las piernas me iban a fallar. Pero necesitaba coger el cuchillo. Nada más dejar de sentir la presión de sus manos sobre mi piel, me abalancé hacia el cuchillo, cayendo sobre el suelo. Lo agarré con la mano derecha, y seguidamente, me levanté, con el corazón latiendo desbocado. Sentía que se me iba a salir del pecho.

Empuñé el cuchillo de tal manera que apuntaba a los tres hombres. Pero maldije mi posición, pues ellos cerraban la salida del callejón.

- ¿Sigues con ganas de jugar? ¿Aún no se te han quitado? -inquirió, cruzándose de brazos.

Su voz era tan firme, que me dio escalofríos. No perdí de vista a ninguno de los hombres, y tampoco aparté el cuchillo.
Mi corazón latía con extremada fuerza, porque ahora dudaba. ¿Y si haber sacado el cuchillo no había sido una buena idea?

- Dejadme marchar. Creo que ya ha sido suficiente. -murmuré.

Y me insulté a mí misma por mi estúpida petición. ¿De verdad creía que me iban a dejar marchar?

- ¿Tengo que reírme? -inquirió. -Vamos, venga ya.

Y después de decir aquello, corrió hacia mí, decidido. Me quedé completamente paralizada, perdida en esos ojos que echaban chispas, en esos ojos decididos a matarme si tenía la oportunidad. Y la tenía. Mi mente gritaba, me gritaba y me decía que me moviera, que utilizara el cuchillo contra él.

Pero no sabía cómo hacerlo. El miedo se había apoderado de mí, y miles de recuerdos avanzaban por mi mente. Todos ellos, o la mayoría, relacionados con Jacob. Y Elizabeth. Y sentí la ira hirviendo en mi interior, a causa de los... ¿celos?

Y ése fue mi combustible.

El hombre estaba a una corta distancia de mí, y tuve tiempo de reaccionar, empuñando el cuchillo con firmeza, para clavarlo en su piel. Cerré los ojos con fuerza, mientras su cuerpo chocaba contra el mío. Pude notar su piel abriéndose a causa del filo del cuchillo, y esperé el golpe contra el suelo.

El cual no tardó en llegar.

El impacto fue tal, que me quedé sin respiración. Abrí los ojos lo máximo que pude, y traté de coger aire con urgencia. El hombre se levantó, liberando mi cuerpo, y vi que se llevaba la mano al hombro, mientras resoplaba. Se tambaleó hacia atrás, algo que no pude ver muy bien, ya que mi vista se había nublado. Abrí la boca con desesperación, intentando coger aire, intentando hacer que éste llegara a mis pulmones. Lo volví a intentar, hasta sentir el aire llenando mis pulmones, y me sentí aliviada.

- Maldita sea... -gruñó.

No me hizo falta mucho más, tan sólo sus palabras y ver la silueta del cuchillo en su mano, para saber que había conseguido clavárselo. Sonreí para mí, victoriosa.

Pero esa satisfacción se vio sustituida por el miedo en décimas de segundo.

El hombre se acercó a mí, y se inclinó sobre mi cuerpo. Alargó la mano, y me agarró del cuello. Automáticamente, y con ayuda de su fuerza, me puse en pie, temblando ligeramente. Me empujó con fuerza contra la pared, sin soltar mi cuello.

No llegaba apenas aire a mis pulmones, pero eso era lo que menos me preocupaba. Lo que más me preocupaba en aquel momento eran su enfadada mirada y las palabras que pronunció a continuación.

Y el cuchillo en su mano.

- Me he cansado de jugar, Princesa. -siseó entre dientes. -Creo que es hora de comprobar quién es el ganador.

Apretó más fuerte mi cuello, y la cantidad de aire disminuyó notablemente. Mi corazón se aceleró, e intenté apartar su mano, cosa que fue imposible.

- ¿Vas imaginándote quién ha ganado? -inquirió.

Sus palabras no llegaban demasiado nítidas a mi cerebro. No me quedaba suficiente aire en los pulmones, y la agonía no cambiaba nada. Y, desgraciadamente, sí que sabía quién había ganado aquella batalla.

Él.

Luces explosivas en mi mente, seguidas de miles de recuerdos, todos ellos diferentes. No quería morir. Pero no tenía nada que hacer contra aquel hombre. No quería morir. Y menos ahogada.

Tuve la oportunidad de respirar levemente en cuanto cambió su postura; apretó mi cuello con su antebrazo, y no con su mano, lo que me dio unos segundos para respirar.

Pero después, me encontré en la misma situación.

- Despídete, Princesa.

La visión se me iba nublando cada vez más, y comencé a ver los bordes negros. Aire, necesitaba aire. Cerré los ojos con fuerza, deseando algún milagro. O deseando la muerte ya.
No escuchaba nada, no podía oír nada, salvo mi propio corazón, que latía con más lentitud a cada segundo que pasaba, junto a los miles de recuerdos que pasaban por mi mente.

Destellos luminosos, puntitos de colores brillantes, bordes oscuros. Mi visión se nublaba. Y mis pensamientos se centraban en un nombre. "Dan."

Necesitaba su ayuda, necesitaba que se girara, y se diera cuenta de que Katherine no seguía a su lado. Necesitaba que se diera cuenta rápido. Antes de que fuera demasiado tarde.

Oscuridad. Y no fui consciente de cuánto tiempo pasó. ¿Segundos? ¿U horas?

Pero de pronto, ocurrió algo. Algo que mi mente pudo clasificar como un milagro.

Dejé de sentir la presión del brazo del hombre en mi cuello, aunque aún notaba un ligero rastro de dolor. El aire entró en mis pulmones, pero yo no era consciente. Estaba demasiado mareada para darme cuenta de ello. Estaba tan afectada por la falta de oxígeno, que sólo creí que moría.

Me tambaleé hacia delante, y entreabrí los ojos. Vi una imagen borrosa, oscura, y llena de pequeños destellos de luz. El hombre seguía delante de mí, eso lo pude sentir.

Oí gritos, que decían algo, pero no lo oía. No claramente.

¿Dónde estaba?

Sólo hubo una cosa que noté con nitidez; un tremendo ardor en alguna parte de mi cuerpo, aún no sabía cuál, como si estuvieran quemando mi piel.

Me salió un pequeño gemido por aquel terrible dolor, y cerré los ojos con fuerza. ¿Qué ocurría? Entreabrí los ojos, para observar, tal vez demasiado lejos de lo normal, a cuatro figuras forcejeando. Y más gritos.

El ardor continuaba y continuaba, y me obligué a cerrar los ojos.

¿Qué demonios estaba ocurriendo?

Me apoyé en la fría pared, y me dejé caer hasta el suelo, sin sentir cómo el ladrillo arañaba mi espalda. Todo daba vueltas a mi alrededor, y ya no veía destellos de colores. Ahora sólo lo veía todo borroso y muy oscuro. Los bordes negros.

¿Dónde estaba?

El mareo se acentuaba a cada segundo que pasaba.

Apreté las mandíbulas, y sentí un dolor más pronunciado, más fuerte. Más ardiente que las propias llamas.

Una vez en el suelo, apoyé la cabeza en la pared, y entreabrí la boca para respirar con fuerza. No abrí los ojos en ningún momento. Traté de olvidarme del dolor, pero me fue imposible. Porque todo ese dolor, se fue concentrando en un sólo punto.

Entonces, me llevé la mano a esa zona, a esa zona que ardía con intensidad, esa zona que se contraía por el maldito dolor. ¿Por qué?

Bajé lentamente mi mano, rozando la tela de mi blusa, que, por alguna extraña razón, estaba... mojada. Pero no era agua. Tampoco era sudor. Era algo cálido. Una vez llegué al estómago, mis dedos se toparon con algo diferente. Algo frío.

Rodeé el objeto con la mano, sin conseguir situarlo. Me sentía como en una nube.

Noté algo cálido corriendo por la piel de mi mano, entre mis dedos, algo cálido y líquido. Entonces, me obligué a bajar la mirada hacia mi mano con extrema lentitud, y entreabrí la boca. No podía casi ni moverme. La poca luz que había me sirvió para ver de qué se trataba.

Aquel instrumento frío no era más que mi cuchillo.

Aquel líquido cálido no era más que mi propia sangre.

Y entonces, caí al suelo de lado, después de un pinchazo en la sien.


***


Noté que algo me zarandeaba con fuerza.

- ¡Ka... rine...!

No sabía si me llamaba alguien, o varias personas a la vez. Lo veía todo negro y borroso, y no sabía dónde estaba, ni que ocurría.

- ¡Katherine! -exclamó la voz masculina.

Mi nombre llegó a mi cerebro con rapidez, pero no conseguí ubicar la voz. Ladeé la cabeza, y traté de abrir los ojos.

- ¡Dime algo! ¡Mírame, Katherine!

Sus palabras se hacían cada vez más fuertes, pero estaba demasiado desorientada. Gemí levemente, a la vez que sentía un dolor terrible en el estómago.

- ¡Vamos, Katherine, abre los ojos!

No sé de dónde saqué fuerzas para hacerlo, pero lo conseguí. Entreabrí los ojos, y traté de enfocar la vista.

- ¿Quién... quién eres? -murmuré como pude.

- ¡Oh Dios, Katherine! -exclamó la voz.

Me miró de arriba abajo con desesperación, parecía muy nervioso. Sus brazos me rodearon, y por un momento tuve miedo. ¿Quién era?

- Vamos, vamos, ayúdame a levantarte.

Cerré levemente los ojos, y asentí. Me ayudó a ponerme en pie, pero me tuvo que sujetar para que no me cayera.

- Espera. -murmuró.

Pasó una mano por mi nuca, y un brazo por detrás de mis rodillas, elevándome en el aire. Me apoyé contra su pecho, y gemí al sentir otro pinchazo en el estómago. Cerré los ojos, olvidándome de que un desconocido me estaba llevando en brazos.

- Tranquila, no te pasará nada, ya casi estamos en la posada.

¿Posada? ¿De qué hablaba?

No sé cuánto tiempo pasó, sólo sé que aquellos momentos fueron como borrones en mi vida. Tampoco fui consciente de cuando llegamos a la posada. Sólo noté cosas lejanas. Más voces. Más contacto entre otras personas. Todas ellas demasiado lejanas.

Y oscuridad.


***

Parpadeé varias veces para disipar la niebla que se acumulaba en mi cabeza y en mis ojos. Tragué saliva, y sentí un fuerte pinchazo en la sien izquierda. Cerré los ojos, y apreté las mandíbulas para soportar mejor el dolor, hasta que volví a abrir los ojos. Miré a mi alrededor, y me vi en una cama con sábanas grises por la suciedad.

La habitación tenía varios muebles, tampoco muchos, y no en muy buen estado. Me incorporé levemente sobre los almohadones que tenía en la espalda, y sentí un terrible dolor en el estómago. Me destapé, y me subí la camisa que llevaba puesta. Observé la venda que me cubría el vientre, con una mancha de sangre bastante leve.

¿Dónde demonios estaba? ¿Qué había pasado? ¿Por qué estaba tumbada en aquella cama? ¿Por qué llevaba una venda? ¿Por qué tenía una herida?

Volví a mirar a los lados, de manera desesperada. Tenía que salir de allí. El corazón se me aceleró por unos segundos, hasta que me destapé del todo, decidida a levantarme. Pisé el frío suelo, y sentí un escalofrío.

Pero, de pronto, alguien irrumpió en la habitación, y se quedó varios segundos mirándome desde la puerta. No se movió, al igual que yo, y parpadeó varias veces.

Seguidamente, caminó con rapidez hacia mí, frunciendo los labios. ¿Iba... a llorar? ¿Por qué?
Asustada, di unos pasos hacia atrás, y me subí a la cama, sin perder de vista a aquel joven de ojos verdes.

Bajé de la cama por el lado contrario, sin dejar de mirarle, con miedo.

- ¿Quién... quién eres? -murmuré.

El joven boqueó, sorprendido por mi pregunta. Aunque no llegaba a alcanzar el por qué de su sorpresa.

- Katherine... Katherine... Soy yo. -contestó.

Me quedé varios segundos en shock, mientras mi propio nombre retumbaba en mi cabeza.

- ¿Cómo demonios sabes mi nombre? ¿Y quién es "soy yo"? -gruñí, a la defensiva.

El joven miró hacia los lados, y volvió a posar su verde mirada sobre mí.

- Katherine, por favor... Soy yo. -su voz sonaba desesperada.

Negué con la cabeza, frunciendo los labios. El joven dio un paso hacia mí, pero le obligué a frenar con un resoplido.

- No te acerques a mí. -murmuré. -No... no sé quién eres, ¿me oyes?

El joven se quedó boquiabierto, sin saber muy bien cómo actuar.

- Katherine... ¿Recuerdas algo? -susurró.

- ¿De qué hablas? -inquirí.

- ¿Cómo te llamas? -preguntó.

- ¡Esto es una estupidez! -grité. -Me llamo Katherine, claro que sé mi nombre.

Estaba desconcertada. ¿Por qué un desconocido que, al parecer, sabía mi nombre, me preguntaba eso?

- ¿Cuántos años tienes?

Su pregunta se quedó varios segundos en mi mente, y a pesar de que mi cerebro trabajaba, no obtenía una respuesta clara. Me encogí de hombros, atreviéndome a mirarle.

- ¿Quince? ¿Dieciséis? ¿Diecisiete? -musité.

El joven se llevó ambas manos a la cabeza, y se las pasó por el cabello, suspirando. Miró a los lados, y asintió, mientras colocaba su mirada sobre mí.

- ¿De verdad... de verdad no sabes quién soy?

Miré a los lados con urgencia, y algo de temor. ¿Qué estaba ocurriendo? Necesitaba entenderlo.
Negué con la cabeza, rápidamente, sin perderle de vista.

Se mordió el labio inferior, y asintió, bajando la mirada hasta el suelo. Volvió a levantarla, y dio unos pasos no muy largos hacia mí.

- Quieto. -musité.

Di un paso hacia atrás, y sentí un terrible pinchazo en el vientre. Me encogí sobre mí misma, lanzando un gemido de dolor.

- ¡Katherine! -gritó el rubio.

Todo era demasiado extraño. ¿Quién era él? ¿Por qué narices sabía mi nombre?
Se acercó a mí con rapidez, y me agarró por la cintura para erguirme.

- ¡Suéltame! -grité. -¡No sé quién eres!

Se me llenaron los ojos de lágrimas por culpa del dolor, el cual fue acompañado por otro pinchazo, pero en la sien. Me llevé la mano hasta esta, y cerré los ojos con fuerza.

- Katherine, deberías tumbarte... -me aconsejó.

- No. -exclamé. -¡Aléjate de mí! ¡No sé quién eres! ¿De verdad crees que me voy a tumbar en una cama, estando tú cerca?

Jadeé, y me alejé de él, justo en el momento en que alguien más entraba en la habitación. Se trataba de otro joven, y me temblaron las piernas. Era moreno, con ojos castaños, bastante comunes y normales. Se quedó boquiabierto, y cerró la puerta tras de sí.

- ¡Katherine! -exclamó. -¿Te encuentras bien?

El joven se fue acercando a mí con rapidez, y yo me pegué a la pared.

- ¿Quiénes sois? -grité, desesperada. -¡¿Por qué... por qué sabéis mi nombre?!

El joven moreno se quedó mirándome, y acabó asintiendo, con bastante tranquilidad.

- ¡Sé que habéis sido vosotros!

- ¿Nosotros? -inquirió el rubio.

- Vosotros me habéis hecho esto. -contesté, señalando mi vientre. -Y ahora pretendéis que me quede aquí.

- Yo jamás te haría daño... -replicó el rubio.

- Claro. -añadí, mirando a ambos jóvenes.

- Déjalo, Jacob. -le aconsejó el moreno.

El rubio, que al parecer se llamaba Jacob, asintió, y se cruzó de brazos. En sus ojos había agobio, angustia, también tristeza.

- Quiero... quiero irme de aquí. -susurré.

- Será mejor que te tumbes otra vez en la cama, Katherine. -comentó el moreno. -Y te lo explicaremos todo.

Le miré, sin saber qué contestar. ¿Explicar todo? No había nada que explicar. Pero sus ojos parecían amenazadores, así que preferí hacer lo que me había ordenado. Me acerqué al borde de la cama, y me tumbé con extrema lentitud. Me cubrí con las mantas, y le miré con miedo.

- Llama a Marcus, Jacob. Necesitamos la ayuda del doctor Davison.

El rubio -Jacob- asintió, y salió corriendo de la habitación, para hacer lo que el moreno le había pedido.

- ¿Quién es el doctor Davison? -gemí, con miedo.

Tragué saliva, y entreabrí la boca para poder respirar. Empezaba a hacer demasiado calor, y el miedo lo empeoraba todo.

- Te va a ayudar, Katherine. -contestó el joven.

Tenía los músculos agarrotados, y el miedo me hacía temblar. Podía estar en peligro. ¿Y si el doctor Davison sólo quería matarme? ¿Y si... si me quería hacer daño? No les conocía de absolutamente nada, y no podía fiarme de ellos.

- ¿A qué te refieres? -inquirí, con un hilo de voz. -No necesito ninguna ayuda.

El joven suspiró, y bajó la mirada.

- Todo estará bien. -respondió simplemente.

Pero, ¿y si era mentira? ¿Por qué iba a confiar en un extraño?
Le miré detenidamente, y por alguna extraña razón, algo me dijo ya había oído su voz antes.

- ¿Nos hemos visto alguna vez antes...? -le pregunté, de pronto.

El joven moreno se giró hacia mí, y sin mostrar sorpresa, contestó con tranquilidad.

- Sí. -contestó. - Solías ser mi capitana.


***


No soy consciente de cuánto tiempo pasó, hasta que el rubio, llamado Jacob, volvió a la habitación con más gente.

- No, no, ni hablar. Lo siento mucho, señorita Olivia, pero debéis quedaros fuera. Será mejor para diagnosticar lo que le ocurre.

Miré al frente, hacia el anciano que había hablado. Jacob estaba tras él, y me miraba fijamente. El anciano cerró la puerta, y dejó su maletín en la cómoda, mientras el moreno se levantaba de la cama y caminaba hacia él.

- Doctor Davison, qué alivio... -dijo.

- Veamos, ¿qué ocurre aquí...? -preguntó el anciano.

- Verás... Katherine no recuerda bastantes cosas. Como... como si se le hubieran borrado los recuerdos. No nos recuerda ni a Jacob ni a mí...

- Bien, bien... ¿Sabéis por qué ha sido?

- Sólo ha podido ser por lo que sufrió anoche.

- ¿Qué?

- Ayer... estuvo a punto de morir a manos de unos hombres... No estoy seguro de por qué pudo haber sido, pero tal vez ha sido por... por la falta de oxígeno. Cuando llegué, estaba tratando de asfixiarla. También recibió una puñalada.

- Ajá... Y supongo que no recuerda nada del accidente.

- No parece, doctor.

El anciano asintió. Yo no oía muy bien lo que decían, a pesar de intentarlo. El anciano agarró una silla de mimbre, y la acercó al borde de mi cama. Se sentó con torpeza y lentitud, con un leve resoplido.

- Buenos días, señorita...

- Greenwood. -completó Jacob.

- Eso, eso... Buenos días, señorita Greenwood.

- Ho... hola. -contesté.

- No debes tenerme miedo, señorita. Soy el doctor Davison.

Acabé asintiendo, sin decir palabra. No parecía alguien que tuviera... fines malignos. Era de rostro suave, con facciones envejecidas, sí, pero se le veía buena persona. Tal vez no tenía que desconfiar de él... No. Por ahora no confíes en nadie.

- ¿Qué ocurrió para... que recibieras esa puñalada, señorita Greenwood?

¿Por qué sabían tan bien mi apellido? Aparté esos pensamientos de mi mente, y me concentré en el rostro de aquel anciano, del doctor Davison.

Tragué saliva, mientras mi cerebro trabajaba a toda prisa. No conseguía ninguna respuesta, no sabía por qué me habían apuñalado, ni quién.

- No... no lo sé, la verdad. -susurré.

El doctor asintió, y carraspeó. Entrelazó sus manos, y volvió a mirarme.

- ¿Y antes de eso.... qué recuerdas?

- No lo sé. -susurré. -Todo es muy extraño... No sé dónde estoy, ni quiénes sois vosotros, ni por qué sabéis mi nombre, ni por qué tengo esta herida en el estómago... No sé que hago aquí, ni que ha pasado para llegar a esta habitación.

- Está bien, señorita Greenwood. Me temo que anoche tuviste un incidente que tuvo graves consecuencias: la pérdida de memoria. ¿Qué tal si te cuentan la verdad, señorita Greenwood?

No supe qué contestar. ¿Pérdida de memoria? ¿De qué hablaba? Yo estaba perfectamente, que no les conociera a esos hombres no significaba nada...

El moreno se acercó al borde de la cama, sin apartar su mirada de mí.

- Katherine, anoche... anoche se marchó una criada que, en su momento, te salvó la vida. Se llamaba Brittany. ¿Te suena?

Sacudí la cabeza. ¿Brittany? ¿De qué hablaba?

- Tú y yo volvíamos a la posada por la tarde, después de haberla despedido, y te reté a una carrera hasta esta posada. ¿Lo recuerdas?

- No. -murmuré.

- Yo te adelanté, y tú te quedaste atrás. No me di cuenta de tu ausencia hasta llegar a la posada. Me di la vuelta, pero tú no estabas detrás de mí. Te llamé, y esperé varios minutos, pensando que pretendías asustarme, o que te habías tomado tu tiempo para llegar a la posada.

El joven moreno seguía hablando, pero yo no recordaba nada de eso. Llegué a pensar que se lo estaba inventando.

- Los minutos pasaban, y tú no llegabas, así que decidí volver sobre mis pasos, para buscarte. Hasta que oí gritos. Y corrí, porque sabía que eran tuyos. Cuando llegué, el hombre te estaba intentando asfixiar. Llamé su atención, para distraerle, y conseguí hacer que se marcharan, pues eran mi antigua tripulación. Cuando me acerqué a ti... te habías desmayado, y no despertabas. Finalmente, vi el cuchillo clavado en tu vientre, y no tardé en llevarte a la posada.

Seguía sin sonarme nada de aquello. Pero, ¿por qué iba a querer inventarse algo así? ¿Acaso quería algo de mí, que sólo podía obtener si me mentía? Y, ¿para qué mentir si lo que quería era matarme? Algo no encajaba, pero no conseguía dar con ello.

- Pero, antes de traerte hasta aquí, abriste los ojos. Seguías viva. Y me hablaste. ¿No te acuerdas ni siquiera de ello?

Un pinchazo en la sien, y de pronto, un destello de luz en mi mente. Cerré los ojos con fuerza, y sobre aquella oscuridad, se proyectó una imagen. Estaba borroso, no se distinguía muy bien de qué se trataba, pero oía mi propia respiración. Y de pronto, una voz. Una voz que gritaba mi nombre, hasta que abrí los ojos, para ver de quién se trataba. Dolor en la cabeza, y en el vientre.
No sabía quién era, pero sí sabía de quién era la voz.

Y era la voz del joven que tenía enfrente.

- Recuerdo... recuerdo algo... Es... es tu voz. -susurré.

Los ojos del joven brillaron con satisfacción, y no dejó de mirarme.

- ¿Qué más recuerdas?

- Veo oscuridad. También siento dolor. Por eso me sonaba tu voz. Porque eras tú quien me llamaba. -contesté, haciendo un enorme esfuerzo.

El joven asintió.

- Pero no sé quién eres. -musité. -No te conozco, lo siento. Sólo recuerdo tu voz, pero nada más.

- Mi nombre es Dan. -susurró.

- Hola, Dan. -musité.

El joven asintió, sonrió con tristeza y se levantó de la cama, mirando al doctor Davison, mientras sacudía la cabeza en desaprobación.
No parecía que quisieran hacerme daño, así que tal vez podía fiarme de ellos... Porque me parecía absurdo que me mintieran si lo que querían era matarme...

Dirigí la vista al joven de ojos verdes, que me miraba fijamente. Vi tristeza y angustia en su mirada.

El anciano carraspeó fuertemente, y se levantó de la silla de mimbre, que crujió.

- Bien, señorita Greenwood. Debe mantener la calma, eso lo primero. Sé que es difícil de creer para ti, pues en estos casos, es normal el miedo. ¿Cómo sabes si te están mintiendo o no? Debe tener fe, y confiar en ellos. Aunque sea difícil.

Me quedé en blanco, y acabé obligándome a asentir. Tragué saliva, intentando deshacer el nudo de mi garganta.

El anciano caminó hacia la cómoda, y agarró su maletín negro de cuero.

- Acompañadme, por favor. -dijo.

El tal Dan y el rubio llamado Jacob caminaron detrás del doctor, y salieron de la habitación, dejándome sola.
El silencio inundó la habitación, así como lo hacía la luz que entraba por la ventana.
Mi cerebro trabajaba a toda prisa, tratando de asimilar toda la información.

"Te atacaron. Casi mueres asfixiada, aparte del cuchillo que te clavaron en el estómago. Ahora, no recuerdas nada, pues has sufrido pérdida de memoria. Y debes confiar en esos extraños, que dicen conocerte. No bajes la guardia, pues todo esto puede ser una mentira."


***


(Jacob)


Salimos detrás del doctor, y cerramos la puerta con suavidad.

- ¿Qué le ocurre, doctor? -inquirí.

La angustia me aprisionaba, y me impedía respirar con tranquilidad. Mi corazón latía con fuerza, desbocado.

- ¿Por qué no me recuerda? ¿Por qué no recuerda nada?

Pensarlo sólo me sofocaba. Katherine, el amor de mi vida, no sabía quién era. No recordaba nada de lo que habíamos vivido juntos, y temía que jamás lo iba a recordar.

Fruncí los labios, y cerré los ojos, mientras me llevaba ambas manos a la cabeza. Sentí la mano de Diana acariciar mi hombro. Liv y ella habían esperado fuera, muy preocupadas por el estado de Katherine.

- Deberíamos empezar por tranquilizarnos, señorito Fellon.

- ¡Cómo quiere que me tranquilice, Davison! Por favor, dígamelo, porque yo no puedo. ¿Cómo puedo tranquilizarme, sabiendo que ahí dentro está Katherine, y que cuando entre, me mirará con temor, porque no sabe quién soy?

Me mordí la lengua, hasta que noté el sabor metálico de la sangre.

- Dios mío... -susurré.

El doctor Davison carraspeó, y se llevó la mano a la boca para toser.

- Bien, lo que le ha ocurrido a Katherine es bastante simple y obvio.

Diana y Liv abrieron aún más los ojos, atentas a las palabras del doctor.

- No sé de manera exacta si ha sido desencadenado por un fuerte golpe, o por la falta de oxígeno en el cerebro, aunque me inclino por la segunda, ya que usted, -señaló a Dan. - me ha dicho que llegó cuando estaban a a punto de matarla por asfixia.

Hizo una pausa, en la que la tensión y el miedo crecieron. "Mi Katherine."

- El caso es que, independientemente del causante, Katherine sufre de amnesia. -sentenció el doctor.

- ¿Por eso no nos recuerda? ¿Por eso no nos reconoce?

- Exactamente. Ha perdido los recuerdos, y por eso tiene tantas lagunas. Es probable que sepa que algo no encaja, ya que no es normal que unos supuestos desconocidos sepan tu nombre.

Sentí que el cielo se me caía encima, literalmente.

- Doctor, dígame que no es permanente. Dígame que se puede arreglar, y que todo volverá a ser como antes.

Mi voz sonaba desesperada, y lo estaba. Yo estaba desesperado, y el temor de no recuperar a mi Katherine me mataba poco a poco, pero sin parar. La necesitaba a mi lado, necesitaba que supiera quién era, y que no me tuviera miedo.

Pero a pesar de eso, la seguiría amando, porque eso no era motivo para rendirse.

- No te puedo asegurar nada, Jacob. Todo depende el grado de falta de oxígeno que sufriera, o del golpe que recibió. Katherine puede estar sufriendo varios tipos de amnesia: la amnesia selectiva, en la que sólo olvida cierto tipo de sucesos; amnesia temporal, en la que se olvida completamente la vida pasada, pero los recuerdos vuelven poco a poco. Y en el peor de los casos, la amnesia permanente: en la que no podrá recuperar ningún recuerdo, y será como empezar una nueva vida.

Sus palabras fueron como una patada en el estómago. No, es más, como miles de patadas seguidas por todo el cuerpo.

- No... -susurré.

Diana se llevó ambas manos a la boca, y vi que sus ojos se llenaban de lágrimas. Dan resopló, y se pasó ambas manos por el cabello. Yo me quedé inmóvil, mirando fijamente al doctor Davison. Sentía el ardor del llanto en mi garganta, y supe que en breve, mis ojos estarían nublados por las lágrimas.

- No sé qué clase de amnesia ha sufrido Katherine, y menos ahora, tan pronto. No os puedo decir que no recuperará ningún recuerdo, pero tampoco que los va a recuperar, porque por ahora, no da señales de que los recuerde. Y es muy pronto.

Cerré los ojos con fuerza, y sentí la calidez de una lágrima rodando por mi mejilla. No podía perder la esperanza.

- Sólo os puedo dar un consejo; tratar de hacerla recordar las cosas. Todo lo que ha vivido. Dadla a entender que no soy desconocidos, pero id poco a poco. Sólo por si acaso, nunca se sabe cómo reaccionará una mente... -hizo una pausa, y suspiró. -Puede que tengáis suerte, y exista una recuperación de los recuerdos. Por el contrario... será mejor comenzar una nueva vida.

Bajé la mirada, y oí los latidos de mi propio corazón en mis oídos. Mi respiración era fuerte y lenta. Y estaba en blanco.

- Repito, aún es muy pronto. Por ahora, no recuerda nada de su vida anterior al incidente de anoche. Así que... pues ser permanente, o simplemente temporal o selectiva. Debéis esperar, y observar su respuesta ante esta enfermedad.

Mi temor se había confirmado.

"Katherine puede estar sufriendo una amnesia permanente. Eso significa que jamás me recordará, y que todo lo que vivimos jamás será recuperado por su memoria. Eso significa que debemos empezar una nueva vida, y quizás deba ser por separado. Porque, ahora, Katherine me tiene miedo. Y si es permanente, tardaré mucho en ganarme su amistad. Y, probablemente, será imposible ganarme su amor. "

- Muchas gracias, doctor Davison. Le mantendremos informado. -contestó Liv.

Asintió, y se despidió con un gesto de la cabeza.

- Os deseo mucha suerte. No perdáis la esperanza. -añadió el doctor.

Se despidió de nosotros por segunda vez, y se marchó de la posada.

- Estamos juntos en esto. -susurró Diana. -Como ha dicho el doctor, no debemos perder la esperanza. Tal vez... tal vez podamos hacer algo por ella.

Sus palabras llegaban a mi cerebro, pero no era capaz de procesarlas. Todo lo que había ocurrido... me había dejado exhausto. Pero no lo suficiente, pues tenía claro que no me iba a rendir.

Katherine no me recordaba. Pero yo a ella sí.

Katherine no sabía mi nombre. Pero yo sí el suyo.

Katherine no me amaba. Pero yo a ella sí.