Diario del Mar

"Me llamo Katherine Greenwood Wells, tengo dieciocho años. Nací en una cuna hecha de olas, mecida por el vaivén del maravilloso océano. El mar corre por mis venas. Mi madre se llamaba Anne Wells, y falleció cuando yo había cumplido seis años. Mi padre, Alfonso Greenwood, me enseñó todo lo que sé sobre el mar, pero por desgracia, desapareció hace dos años, sin dejar rastro. Y desde entonces, no he dejado de buscarle."




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lunes, 24 de junio de 2013

DDM: Capítulo 76

¡Hola a todos! ^^

Siento que este capítulo no sea tan largo como los anteriores, pero estoy segura de que en un futuro, lo serán (más largos).

Y también supongo que, con la llegada del verano, voy a tener más tiempo para escribir. :) También tenía que deciros a en Agosto tendré problemas para escribir, pero de eso ya os avisaré más adelante. :)

Y nada más, simplemente que espero que os guste, a pesar de que sea más corto que el resto, repito. ^^

¡Un beso!








Los truenos resonaron sobre nuestras cabezas, y nosotros contestamos con carcajadas. La lluvia nos había empapado por completo, como si nos hubiéramos metido en el mar.

Su brazo rodeaba mi cintura y con la otra envolvía mi mano. Bailábamos con pasos rápidos, riendo, pegados.

- Yo... no sé bailar, Dan. -reí en varias ocasiones.

- Yo... no pienso lo mismo.

Sus ojos desprendían cariño y calidez, y no pude evitar ruborizarme cuando nuestras miradas se encontraron. En ese momento, dejamos de movernos, hasta quedarnos totalmente quietos, y sus dedos acariciaron mi fría piel. Contuve el aliento.

- Creo que es hora de volver a la posada. -susurró.

Asentí, a la vez que suspiraba. Por una parte, me alegraba de que hubiera dicho aquello. Me alegraba de que no me hubiera besado, porque... no lo habría soportado. Pero, por otra...

Sacudí la cabeza y aparté esa segunda parte de mi mente. Dan me agarró de la mano, y, después de salir de mi barco, corrimos bajo la lluvia en dirección a al posada.
Una vez frente a mi habitación, Dan me ofreció su ayuda para secarme, pero le dije que no era necesario. Entonces me despidió con un fuerte y cálido abrazo y se marchó a su habitación, chorreando agua y mojando la alfombra, al igual que yo.

Me quedé observando su espalda y sus movimientos hasta que desapareció en su habitación, no sin antes girarse para dedicarme una dulce sonrisa.

En mi habitación me di un baño de agua caliente, me puse un vaporoso camisón blanco y antes de meterme en la cama, sostuve el arrugado y húmedo papel que había supuesto mi hundimiento.

La tinta se había corrido ligeramente, pero se seguía apreciando el mensaje.

"Esta es la única manera para evitar hacerte más daño."

Dejé la nota extendida en la mesita de al lado de la cama, para que se secara. Y tal vez para que estuviera cerca de mí.

Aquella noche soñé con las estrellas. Nítidas, claras, reales. Me pareció tan real que dolía. Pequeñas luciérnagas recortadas contra el oscuro cielo, siendo la única luz en la fría noche. También soñé con Jacob. Con sus ojos verdes, en su forma de mirarme... cuando me quería.

Aquel completo extraño para mí, un joven que había conseguido enamorarme con una facilidad pasmosa.

¿Y dónde había quedado eso?

Ya no lo sabía.

Cuando me desperté, vi que la nota seguía estando en la mesita de noche, seca aunque algo arrugada. Sentí una fuerte punzada de dolor en el corazón y desvié rápidamente la mirada.

Una hora más tarde, Dan llamó a mi puerta, preparado, para avisarme de que íbamos a ir a desayunar a la taberna de la posada.

Nadie mencionó a Jacob, nadie sacó el tema. Pero sí vi las miradas llenas de tristeza que me dirigían.

Hablamos sobre los mismos temas banales, entre los cuales no faltaron sus recuerdos, recuerdos en los que yo aparecía. Recuerdos que yo seguía sin recordar. Rieron, y yo intenté reír con ellos, a pesar de lo difícil que se me hacía fingir felicidad.

Porque la inmensa felicidad que había sentido la noche anterior, con Dan, bailando bajo la lluvia, parecía haber desaparecido.

Después de desayunar (yo comí hasta llenarme, para ver si así conseguiría distraerme) subimos a la habitación de Diana, y nos quedamos largos minutos observando a la pequeña Kathlyn, aún dormida. Marcus se había encargado de cuidarla, cómo no.

- Bueno, Kathy, ¿qué tal estás? No has dicho nada en todo el desayuno.

Tragué saliva, y me quedé en silencio durante unos segundos que me parecieron eternos.

- Bien. -acabé respondiendo, con un hilo de voz.

Carraspeé, para ver si podía repetir la misma palabra pero más fuerte, ya que sus miradas les delataban; no se lo creían.

- Bueno. -dijo Olivia. -Cuéntanos entonces, ese plan tuyo de volver a ser la Princesa de los Mares.

Sus ojos estaban iluminados, y sus labios curvados en una preciosa sonrisa.

- Creo que sería bueno. Para todos. Y en especial para mí, ya sabéis. -murmuré.

Olivia rió dulcemente, y asintió, contenta.

- Que sepas que todos estamos de acuerdo, y que nos parece una idea increíble. Estamos contigo, Katherine.

Sus palabras me activaron. Me hicieron ponerme alerta, y casi con desesperación, dije, en un gruñido:

- Pero voy a esperar una semana.

No sabía por qué me había puesto así. Tal vez porque lo único que quería era que Jacob volviera, y así impedir que me fuera sola, sin él.

- Claro, Katherine. -contestó Olivia, asintiendo.

Su pelo rojo se agitó a su alrededor a la vez que ella asentía, lanzando destellos.

Y después de aquello, sacaron otro tema de conversación banal, y yo me limité a fingir que me interesaba.


***


Un día.

Dos días.

La espera se hacía agonizante, debido a que Jacob no aparecía. No veía su rostro por ninguna parte. Salvo en mis sueños.

Tres días.

Dan me repetía que vendría a por mí. Que esperaríamos hasta el último minuto.

Cuatro días.

En ese cuarto día, todos me llevaron a buscar tripulación. Se encargaron de hacer saber a la gente que la Princesa de los Mares volvía a su importante puesto, después de varios meses de recuperación. Y que para ello necesitaba tripulación.

Cinco días.

Al quinto, apareció gente. Mucha gente interesada en formar parte de mi tripulación. Yo estaba presente mientras se presentaba uno a uno, pero apenas les prestaba atención.

- ... y por eso estoy aquí, Princesa. -oí.

- Kathy, Kathy, escucha. -me susurró Dan. -¿Le has oído?

Parpadeé varias veces, para salir de mis pensamientos, y clavé la mirada en el joven que tenía ante mí. Piel bronceada, pelo castaño oscuro, que le caía desordenado sobre los hombros, los cuales eran anchos y fuertes.

- Claro.- susurré.

Dan suspiró y sacudió la cabeza.

- Tienes que elegir a los que quieres en tu tripulación, Kathy.

- A él... le quiero a él. -susurré.

- Está bien. contestó Dan. -Estás dentro. -dijo, dirigiéndose al joven.

Este sonrió ampliamente, pero yo ya estaba lejos de ahí en cuanto nos dio las gracias. Entonces Dan me zarandeó, obligándome a volver al mundo real, para escuchar las historias de los que querían pertenecer a mi tripulación.

Y lo hice.

Escuché la historia de seis jóvenes, seis mujeres a las que elegí para que estuvieran en mi tripulación, y las de otros siete hombre, a los que también cogí. Hubo otros tanto, que supe que no me iban a merecer la pena, según los consejos de Dan, y los rechacé. Las primeras veces me sentí mal por ellos, pero después supongo que me acostumbré y me fue más fácil decir que no.

Seis días.

¿De verdad creía que volvería? Mi dolor aumentó con cada maldito segundo que pasaba, cada maldito segundo que se arrastraba por mi lado, para recordarme que Jacob no había vuelto.

Aquel sexto día, reclutamos a otras tres jóvenes y dos hombres más, lo que hico un total de nueve mujeres y nueve hombres; dieciocho marineros dispuestos a venir conmigo en el Greenwood Wells.

Aquella noche no dormí nada.

Siete días.

Una semana completa desde aquel baile bajo la lluvia con Dan. Una semana después de haber sellado mi promesa de ser la Princesa de los Mares.

¿Y aún seguía creyendo que volvería? ¿Que vendría a por mí?

Aquel séptimo y maldito día me lo pasé encerrada en mi habitación. Todos entraron para animarme, pero no servía para nada. Dan se quedó conmigo el que más, y trató de consolarme con su abrazo, pero he de admitir que me mostré reacia a su contacto.

Necesitaba estar sola, con mis pensamientos. Con mi dolor, y con el fantasma imaginario de alguien que jamás volverá a por mí. Y con mi enfado.

La soledad era como una masa de oscuridad, pesada y profunda, que me envolvía con fuerza, dejándome sin respiración.

No lloré. No hice nada. Simplemente me quedé en pausa, en tiempo muerto.

Hasta la tarde de aquel séptimo día.

Vinieron a recogerme, y Dan trató de hablar conmigo, pero yo no contesté a ninguna de sus frases. Me quedaba en silencio, parpadeaba y fijaba la vista en un punto lejano.

En la oscuridad del dolor se estaba bien. Te acabas acostumbrando.

Empaquetaron en grandes cajas mi ropa y la suya, la cuna de la pequeña Kathlyn, y una gran cantidad de mantas. En otras, habían guardado provisiones para los distintos viajes. Y todas las cajas estaban colocadas en el muelle, esperando a ser colocadas en la bodega del barco.

Mi tripulación (los dieciocho hombres y mujeres) estaba en fila, esperando a que les saludara uno a uno. Y eso hice. Les di la mano uno a uno, escuchando sus nombres y sus "gracias". Y cuando le di la mano al último, la fila se deshizo, y comenzaron a cargar con las cajas, hacia el interior de la bodega, como si el barco les tragara.

Dan me animó a que ayudara, para ver si así podía sacarme de mi trance, o al menos obtener una respuesta decente que le asegurara que estaba viva.

En cambio, yo me limité a coger entre mis manos una caja y a pasar a su lado sin siquiera mirarle. Y en ese momento, subiendo por la rampa de madera, con la caja entre las manos, tuve otra "visión". Una extraña sensación, tal vez de alegría, y me vi en la misma posición, pero en otro ambiente; el cielo despejado, el sol brillando con fuerza, la gente paseando por el puerto. Y entonces vi a un hombre barrigudo que corría hacia mí gritando mi nombre. Me vi a mí misma girándome y escuchando lo que me decía.

"La reina... la reina dice... que paren en el puerto de Vigo. Ahí se encontrará con alguien, no me ha dicho quién. Haréis la expedición juntos, orden de la reina."

Y en cuanto abrí los ojos, me volví a encontrar en la misma rampa, con el cielo nublado, y con mi nueva tripulación pasando a mi lado para meter cajas. La visión había desaparecido.

Y por un momento, mi mente salió de la oscuridad para hacer una pregunta. "¿Quién sería aquella apersona con la que hice esa expedición?"

Y sin esperar respuesta alguna, volví a sumirme en mi trance.


***


La bodega estaba cerrada, y toda mi tripulación estaba en la cubierta, enrollando cuerdas y manejando las velas de nuestro enorme barco. No entendía de aquello, así que me limité a dejar que Dan fuera el que les enseñara cómo hacerlo.

"Supongo que en realidad, la Princesa de los Mares sigue en recuperación."

Yo estaba apoyada en la barandilla, con el corazón latiéndome dolorosamente. No podía irme. No quería. ¿Y si justo cuando me marchara, Jacob volvía para buscarme y se encontraba con unas habitaciones vacías? ¿Debería esperar un día más?

Las preguntas me machacaban, pero yo había hecho una promesa. Me decía que una semana había sido suficiente, pero entonces me inundaba la duda.

Y justo cuando estaban a punto de retirar la rampa de madera, para zarpar, vislumbré una cabellera rubia.

Se me aceleró el corazón y grité que se estuvieran quietos. Abrí la puerta de la barandilla con rapidez y bajé corriendo la rampa. Aparté a la gente que estaba en el puerto con fuerza, con la vista fija en esa cabellera rubia que también corría.

Me interné otra vez en la ciudad, sin hacer casos de los gritos de mis compañeros. Un nombre latía en mi mente, al ritmo de mi desbocado corazón.

A pesar de la multitud, no perdí de vista ese cabello rubio. Y justo cuando giraba en una esquina, me pareció atisbar el perfil de su rostro y me dio un vuelco el corazón.

Elizabeth.

Aceleré el paso, giré la esquina y...

No estaba. Había desaparecido. La multitud me impedía ver más allá de dos metros, y supe que había perdido a aquella persona.

No estaba segura de si era realmente ella, pero mi corazón se aferraba a que sí, que era ella. Y entonces supe que al perderla a ella, había perdido el rastro para encontrar a Jacob.

Sentí que mis fuerzas se marchitaban, y que los tentáculos del dolor me volvían a atrapar.

Dos minutos más tarde, Dan me agarraba del codo, jadeando, y me llevaba de vuelta a mi barco. Ahora sí que zarpábamos.


***


No quería verlo, pero lo hice. Observé cómo dejábamos atrás aquel puerto. Como si aún pudiera tener la oportunidad de ver a Jacob.

Y cuando el puerto no fue más que un puntito oscuro, me encerré en mi habitación sin decir palabra. No sabía a dónde íbamos, pero tampoco me interesaba.

Supongo que la idea de ser otra vez la Princesa de los Mares no me hacía ilusión. Porque serlo significaba que Jacob no había vuelto a por mí. Serlo significaba que le había perdido para siempre.

Y entonces lloré. Lloré porque dolía. Mucho. Lloré porque Jacob no había vuelto a por mí. Lloré porque mi vida no eran más que promesas rotas. Miles de ellas.

Promesas que el mismo Jacob había hecho. Promesas que él mismo había destrozado.

Y entonces, en mi camarote, tumbada sobre la cama, llorando y con los ojos de Jacob recortados contra la oscuridad de mi depresión, supe que le necesitaba.



martes, 18 de junio de 2013

DDM: Capítulo 75

¡Hola a todos!

Lo sé. Por supuesto que lo sé. Claro que sé que he tardado muchísimo en subir capítulo, como siempre... Pido perdón. :( He estado con exámenes, trabajos, y demás, y me ha faltado el tiempo... Este capítulo en concreto estuvo escrito pocos días después de subir el 74, si os soy sincera, pero faltaba revisarlo y encima no me había gustado demasiado el final, y cuando quise arreglarlo... bum. Tenía que estudiar y hacer mil trabajos, así que hasta ahora, que encuentro un pequeño rato, no he podido meterme... ¡Lo siento! D:

Pero en fin, después de este párrafo, daros las gracias por no odiarme :) O al menos no del todo... Así que, aquí tenéis el capítulo 75. Ya iba siendo hora de que subiera, ¿no? Creo que era evidente que el primer rato libre que tuviera lo iba a utilizar para esto, pues es mi forma de agradecer todos vuestros comentarios y el tiempo que empleáis para leerme. (Sí, aún sigo sin creerme que haya gente que me lea... Además siendo gente que rebosa talento para la escritura ;))

¡Aquí tenéis el 75! ^^

Un beso. :)













Jacob se había marchado.

Jacob no estaba.

Jacob.

Jacob.

Después de leer la nota, fui incapaz de frenar el llanto, así que dejé que las lágrimas bañaran mi rostro, sin importarme absolutamente nada. Aferré la nota, bien doblada, que contenía un mensaje capaz de hundirme. Pero no lo reconocí. No quise reconocer que me estaba hundiendo por ello, pues... estábamos enfadados.

¿De verdad estábamos enfadados?

¿Por qué?

De pronto, el motivo me pareció de lo más estúpido. De hecho, era de lo más estúpido. Y él... ¿se había marchado por eso?

No puedo decir exactamente cuánto tiempo pasó. Cuánto tiempo estuve llorando, tumbada sobre la cama, con la nota entre ambas manos y pegada a mi corazón. Sé que fueron muchas horas. Porque vi cómo la luz disminuía, cómo se hacía más naranja, hasta ser plateada y oscura. También sé que dejé de llorar a una hora determinada, y me limité a aferrar con más fuerza la nota y a observar la luz que provenía de la ventana. No comí. No cené. Me pasé ahí horas. Encerrada con mi dolor.

El dolor. Estaba presente en todos y cada uno de mis nervios. El dolor alimentaba el llanto.

Mi rutina de llanto se vio interrumpida aquella misma noche, por una Diana y una Olivia de lo más preocupadas por mí. Y esa preocupación aumentó en cuanto me vieron convulsionándome a causa del llanto.

- ¡Katherine! -exclamaron a la vez.

Oí sus pasos intranquilos y agobiados, pasos que se acercaban a mí. Pero yo me encontraba lejos, como si estuviera en una burbuja y mi alrededor estuviera distorsionado.

- ¡Kathy! -exclamó Diana. Lo supe por su voz.

Noté que unas manos me sacudían, y entonces mi burbuja (algo que había conseguido construir yo misma, para dejar de llorar y apartar el dolor de mí) explotó, y yo caí. Caí a lo que era la realidad.

- Kathy, mírame. -murmuró, agobiada.

Parpadeé, y noté cómo mis ojos se humedecían poco a poco. Alcé la mirada y la posé sobre Diana.

- ¿Qué ocurre? -inquirió. Su voz estaba teñida de preocupación.

Me obligué a abrir las manos, para dejar al descubierto la nota. Diana vaciló durante unos instantes, perdida, y me miró confusa. Finalmente, acabó cogiendo la nota con delicadeza y desdoblándola con el mismo cuidado. Vi cómo sus ojos se deslizaban por el papel, leyendo todas y cada una de las palabras.

Se quedó boquiabierta, y cuando alzó la mirada para posarla sobre la mía, se encontró con unos ojos llenos de lágrimas.

- Oh, Katherine... -susurró.

Olivia se cubrió la boca con una mano, después de leer el papel.

- ¿Se... ha...?

- Se ha ido. -completé yo, con un hilo de voz que se quebró al final.

Diana me miró fijamente, boquiabierta.

- Es... es... imposible. ¿Por qué? -preguntó.

La verdad es que no lo sabía. No sabía por qué se había ido.

"Esta es la única manera para evitar hacerte más daño."

- Ssssh... -intentó tranquilizarme Diana. -Tranquila, ¿vale? Seguro que vuelve, o que es una broma pesada. Seguro que... no se ha ido. No de verdad.

Ella misma dudaba de sus palabras, lo supe. Pero intenté olvidarme y hacerla caso, y cuando ella me abrazó, yo no me negué. Me daba igual que la conociera de poco, o que fuera una extraña en mi vida. Porque en ese momento, eran ellas las únicas que me quedaban.

Unas extrañas que a pesar de todo, me querían.


***


No dormí. Por supuesto que no dormí. No podía tranquilizarme. Pero cuando vinieron a buscarme, fingí. Fingí que estaba perfectamente, y que no me importaba que se hubiera ido. Me obligaron a darme un baño de agua caliente y a vestirme para que fuera a desayunar algo con ellas. Y seguí fingiendo. No sé muy bien para qué... tal vez porque nos habíamos enfadado, y yo no quería parecer débil. A pesar de todo.

Me tragué el llanto durante varias ocasiones, y conseguí meterme en una fuerte burbuja, con la que traté de alejar de mí el miedo... Pero más que eso, conseguí que se quedara atrapado conmigo.

- Anímate, venga. -murmuró Olivia.

- Estoy bien. -contesté, con voz monótona.

Me alivié al ver que no siguieron hablando del tema. Nos limitamos a caminar por el pasillo hasta la habitación de Dan, y cuando llamamos, no tardó ni dos segundos en abrirnos la puerta.
Dan me miró con tristeza, y yo rompí el contacto visual. No quería arriesgarme a echarme a llorar ahí mismo.

- Vamos a comer algo. -dijo Diana, sonriendo.

Dan asintió y esbozó otra sonrisa. Yo lo intenté, pero no fui capaz. Se acercó a mí y un escalofrío me recorrió la columna vertebral nada más sentir su mano envolviendo la mía. Alcé la mirada y me encontré con sus brillantes ojos castaños, y una reluciente sonrisa, que, a pesar de todo, me hizo sonreír débilmente a mí.

Supuse que pretendía infundirme fuerzas.

Sólo estábamos nosotros. Olivia, Diana, Dan y yo. Marcus, el novio de Olivia, se había quedado a cargo de la hija de Di durante unas horas, para que pudiéramos desayunar tranquilos. Pero yo no pude comer tranquila.

Porque aparte de Jacob, faltaba otra persona.

Nadie lo mencionó. Nadie me lo confirmó, al menos no con palabras. Pero todos lo sabíamos, hasta yo. Y eso acentuó el dolor; Jacob se había marchado con Elizabeth.

A partir de eso, me fue imposible ignorar el dolor que me oprimía el pecho. No me servía de nada fingir. No me conseguía engañar a mí misma. No sé cuánto tiempo estuvimos ahí, hablando de cosas totalmente banales, hasta que nos marchamos otra vez a la habitación.

Y me volví a quedar sola. Bueno, con mi dolor. Y con los ojos de Jacob. Un Jacob que seguía a mi lado.
No me despegué de la nota en ningún momento. La aferré con fuerza, manteniéndola cerca de mi corazón, como si ese estúpido gesto fuera a servir de algo.

"Tal vez tengan razón. Tal vez vuelva, y simplemente se ha ido movido por el enfado. Quizá se le haya pasado. Quizá vuelva. Quizá la nota sea simplemente un lo siento, y nada más. Quizá no se haya marchado."

Demasiados quizá. Pocos seguro.

Me quedé sentada en el alféizar de la ventana durante lo que quedaba de mañana, observando a la gente caminar de un lado a otro, observando los edificios que teníamos delante. Las nubes cubrían el cielo y el sol apenas se quedaba al descubierto.

Giré el papel entre mis dedos, leyendo una y otra vez la nota, desde distintos ángulos, como si fuera a encontrar un mensaje oculto que me confirmara que no se había ido. Pero cómo no, era un simple y estúpido gesto que no valía para nada.

Hasta que la puerta se abrió.

No me di cuenta hasta que el chirrido se hizo bastante fuerte.

Me giré con lentitud, cerrando el puño para ocultar la nota, y me encontré con un Dan que me miraba con curiosidad.

- Quería ver qué tal estabas. -susurró.

Se acercó a mí con lentitud, como esperando mi reacción a su llegada. Se sentó en el alféizar a mi lado, y de pronto recordé algo que me dejó sin aire. No sabría decir qué, pero una sensación muy intensa. Escalofríos, y entonces, una imagen. Jacob aparecía en ella, pegado a mí. Sus labios rozando los míos. Y cuando abrí los ojos, la imagen desapareció.

- ¿Estás bien? -me preguntó.

Aferré con fuerza el papel, con el corazón latiéndome con fuerza y me obligué a asentir.
Centré la mirada en una mujer que llevaba un ramo de flores en la mano, y me imaginé a mí en su situación.

- Katherine. -me llamó Dan.

Volví la vista hacia él, y entonces cogió mi mano con la suya. La mano con la que aferraba con fuerza la nota de despedida. Me acarició la piel y abrí el puño, dejando al descubierto el desgastado papel. Dan lo miró con intensidad, y cuando alzó la vista, vi un claro rastro de tristeza.

- No estés así. -me dijo. -Sé que ha sido mi culpa. Todo esto ha sido por mi culpa...

No contesté. No sabía qué decir.

- Yo... lo siento. De verdad.

Le di un suave apretón en la mano, y clavé mi mirada en la suya.

- No es culpa tuya. -susurré.

Mi voz era apenas audible. No tenía casi fuerzas, y las palabras se agolpaban en mi garganta.
Oí el suspiro de Dan.

- Él... tendría buenos motivos para irse. -susurré.

"Elizabeth.", pensé.

Y una idea cruzó mi mente. Una cruel, que aumentó mi dolor; que la nota era una excusa. En realidad no pretendía evitar hacerme daño. Sólo quería estar con Elizabeth. Yo era un impedimento. Sólo fue un juego. Sólo fue una mentira. Una dulce mentira.

Y entonces, sin haberlo previsto y sin verme capaz de frenarlo, el llanto subió hasta mis ojos y las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas.

Sentí los fuertes brazos de Dan rodeándome, y me insulté por aquello. Se suponía que no me debía afectar. Que su partida me era indiferente.

- Por favor, no llores...

Su voz era lejana.
Lo que no era lejano era el fuerte sonido de su corazón, latiendo en su pecho, justo al lado de mi oído. Me acariciaba el pelo con suavidad, y eso me recordó a Jacob haciendo lo mismo para consolarme después de la pesadilla que tuve. Aquella noche en la que le pedí que se quedara conmigo.

No dejaba de convulsionarme a causa del llanto.

"Jacob".

Su nombre resonaba en mi mente y en mi pecho, junto con el latido de mi herido corazón. No me esperaba nada de aquello. ¿Cómo habíamos llegado hasta ese punto? ¿Cómo había ocurrido todo tan rápido?

Enormes sentimientos que Jacob hizo florecer en mi pecho. Sentimientos hacia él.

Noches en las que me decía que me quería.

Y ahora, Jacob no estaba.

Se había ido con... Elizabeth.

- Tranquila, Kathy... -susurró en mi oído.

Sus brazos me envolvieron con más fuerza, acercándome aún más a su cuerpo, hasta quedar sentada en su regazo y apoyada cómodamente en su pecho.

Sus dedos acariciaban mi cabello con dulzura y su consuelo comenzó a tranquilizarme.

- Yo... -sollocé. -No sé por qué se ha ido...

Tal vez no debería decírselo a Dan. Un joven que había dicho que me quería. Que me había besado. Tal vez no debería decirle que echaba de menos a otro joven que se había marchado sin mí.

- Y... con Elizabeth... -se me quebró la voz y volví a sollozar con fuerza.

- Katherine, no... No debes llorar por alguien que te hace esto. Te mereces algo mejor. Alguien que no te abandone.

"Se suponía que Jacob era lo mejor que podía pasarme. Se suponía que Jacob era ese alguien que jamás me abandonaría."

Colocó su mano bajo mi barbilla y me apartó lo suficiente como para poder mirarme a los ojos.

- Escúchame, Kathy. No te mereces esto. No debes llorar por él.

Me secó las lágrimas con el pulgar, pero estas seguían brotando de mis ojos. Me apartó el cabello mojado del rostro, que se me había pegado a al piel a causa de las lágrimas y volvió a mirarme a los ojos.

- Te mereces algo mejor. -repitió en un susurro.

Me picaban la nariz, la garganta y los ojos a causa del llanto, pero me obligué a frenarlo.

- Necesito... tiempo. -acabé murmurando, con voz ronca.

Dan frunció los labios con ligereza, y asintió con un movimiento de cabeza casi imperceptible.

- Lo sé.

Enmarcó mi rostro con sus manos y me besó en la frente.

- Katherine... -comenzó a decir. -Sé que volverá. Volverá a por ti. No creo que sea tan imbécil de hacerte esto.

Asentí, tratando de creerme sus palabras. Pero me costaba demasiado.

- Mira, esta noche, si quieres, te llevo a tu barco. Igual eso... -pero se interrumpió en mitad de la frase.

Fui consciente de que se había dado cuenta de que ir a mi barco sólo me dolería más. Porque ahí me había besado, ahí le había pegado Jacob. Ahí había pasado largas noches, bajo las estrellas, junto a esos ojos verdes...

- Sí. -dije. -Quiero ir.

Supe que mi respuesta le había sorprendido por su expresión.

- Perfecto. -se limitó a decir, con una dulce sonrisa. -Esta misma noche iremos a tu barco. Es más, iremos antes. Cuando tú quieras.

- Cualquier hora que decidas será buena idea. -susurré.

Dan rió y asintió, a la vez que me abrazaba con fuerza.

- Espero que estés lista y sonriente en cuanto venga a buscarte. -me avisó.

Rodeó mi cintura con sus brazos y me bajó de su regazo. Al principio, creí que el suelo se había puesto a temblar, pero eran mis piernas, que parecían de goma.

- Descansa un poco, ¿vale? -me recomendó.

Asentí, y rodeé la nota de Jacob con los dedos. Entonces Dan se inclinó sobre mí y depositó un suave y dulce beso en mis labios. Un leve contacto.

Se despidió de mí con una sonrisa y volví a quedarme sola, con la nota de Jacob quemándome la piel de la palma de la mano, y haciendo que mi pecho se abriera y se pusiera a arder de dolor.


***


No sé cómo lo conseguí, pero estuve preparada en cuanto Dan llamó a mi puerta. No había hecho nada en especial, salvo activarme para estar "sonriente" en cuanto Dan llegara.

El cielo nocturno estaba totalmente cubierto, y las nubes amenazaban con descargar su agua. Por suerte para mí, las estrellas estaban ocultas y al menos así, no me recordarían tanto a... bueno, a Jacob.

Dan me dio la mano, y sentí la calidez de su piel sobre la mía. Y eso me hizo sentir, de alguna manera, mejor.

El trayecto se me hizo corto, y nada más empezar a oler la sal en el aire se me hizo un nudo en el estómago. Pero no paré. Ni me eché a llorar. Simplemente continué caminando, agarrando a Dan de la mano.
Y por fin divisamos las velas de mi barco.

Sentí como si me dieran una patada en el estómago. Y luego varios puñetazos. Y otra patada.

Dan me miró, esperando alguna extraña reacción. Tal vez esperando a que me echara a llorar ahí mismo. Pero me mantuve firme, o todo lo firme que pude.

- Vamos. -murmuró.

Aferró mi mano con fuerza, y fui consciente de que en la otra mano llevaba la nota de Jacob. Ni aun queriendo podía alejarme de ella, como si fuera lo único que... bueno, sí. Aquella nota era lo único que me quedaba de Jacob.

Cuando pisamos la rampa de madera para subir a mi barco, el chasquido que resonó en el puerto apretó aún más el nudo que se había instalado en mi estómago. Y una vez en la cubierta, el nudo se trasladó a la garganta y me fue imposible respirar.

- Eh, Kathy, podemos marcharnos si quieres. -me avisó.

Yo sacudí la cabeza. Ni hablar.
Entonces me sonrió, me guió hasta la barandilla del otro lado y nos apoyamos sobre ella. El oscuro mar balanceaba de manera casi imperceptible mi enorme embarcación. Mi barco.

La madera estaba fría, al igual que mi interior. Tal vez porque aquel barco había perdido a su capitana...

- Cuéntame qué hacía cuando era Princesa de los Mares. -le rogué.

- Aún sigues siendo la Princesa de los Mares, Kathy.

Me miré las manos, con una débil sonrisa.

- Eras muy mandona. -añadió, riendo. -No, en verdad no. Eras la mejor capitana. Y muy puntual. Todas las mañanas te veía ahí de pie, -señaló la proa. - alerta. Atenta a cualquier peligro.

Observé la proa, lo que él me había indicado, y por un momento, me permití imaginarlo. Y lo hice. Me imaginé a mí misma, sobre la madera.

- Eras, eres y serás la mejor Princesa de los Mares, Katherine. Siempre.

Volví la mirada hacia él, mientras la imagen que se había formado en mi cabeza desaparecía con lentitud, emborronándose hasta no ser nada.

Sentí pequeñas gotitas de lluvia cayendo sobre mi piel, y ambos fuimos conscientes de que empezaba a llover. Pero no nos movimos. Sólo nos miramos.

La lluvia comenzó a hacerse más insistente, a medida que nuestros labios se curvaban en amplias sonrisa. Para mí era como si no hubiera sonreído en años.

- ¿Alguna vez has bailado bajo la lluvia?

Su pregunta me pilló totalmente desprevenida, y me sorprendió, así que me limité a boquear y a encogerme de hombro. Me tendió su mano y yo la rodeé, comenzando a sonreír. Por un momento, me permití ser feliz.

- Siempre hay una primera vez para todo. -susurró, con una sonrisa.

Pasó su otra mano por mi cintura, y comenzamos a bailar. Despacio, lentamente. Mirándonos, mientras la lluvia nos empapaba completamente. Me entraron ganas de reír, por la felicidad.

Me sorprendió, la verdad. Pensar que aquel pequeño gesto, aquella acción de moverse bajo la lluvia, me hiciera feliz.

Y entonces empecé a imaginar que todo se haría realidad. Que podría volver a ser la Princesa de los Mares a pesar de lo que me había ocurrido.

Con lentitud, guardé la nota de Jacob en el bolsillo del pantalón y no me costó nada separarme de aquel trozo de papel. Quería olvidarme de Jacob. Aunque fuera por un momento. Y entonces, movida por la alegría que aquella imagen me había traído, susurré:

- Dan, quiero volver a ser la Princesa de los Mares. La de verdad. Quiero dirigir este barco. Mi barco.

Bajó la mirada hacia mí, sorprendido por mis palabras.

- Esperaré... una semana. -susurré.

Dan no necesitó que le explicara el significado de mis palabras. Iba a esperar una semana por Jacob. Por si volvía. Y después...

- Después seré yo misma otra vez. -concluí.

Volver a mi antigua rutina, esa que no recordaba, podría ayudarme... ¿Por qué no?

- ¿Estás segura... capitana?

- Por supuesto. -contesté.

Quizá era demasiado precipitado. Pero en aquel momento, no quería  imaginar un futuro deprimente, por culpa de que Jacob se había marchado.

Le daba un margen. Un margen que mi corazón me había pedido, por si volvía. Y si no lo hacía... yo seguiría con mi vida. Costara lo que costase.

Y seguimos bailando bajo la lluvia, como si así selláramos mi promesa; la de volver a ser yo misma.


sábado, 1 de junio de 2013

DDM: Capítulo 74

¡Hola a todos!

Lo primero de todo es... pedir perdón por haber tardado tanto en subir. De verdad, lo siento muchísimo, sé que siempre hago lo mismo. Pero últimamente no he tenido nada de tiempo para ponerme a escribir, por culpa de exámenes, trabajos y muchas cosas más. También sé que prometí que ayer o antes de ayer subiría el capítulo, pero tampoco tuve tiempo... :(

El caso es que hoy por la mañana, después de terminar la larga lista de cosas que tenía pendientes, he podido escribir lo que me faltaba del 74 (mentira, en realidad sólo he tenido que pasar al ordenador lo que tenía escrito en las notas del móvil). Quise haberlo pasado antes, pero no encontraba tiempo... Y hoy, finalmente, sí he podido.

Creo que el capítulo es bastante largo, como recompensa de los días en que he estado desaparecida, que no son pocos... Y, por último, como siempre os digo, espero que os guste el capítulo, y que a pesar de la tardanza me perdonéis. :)

¡Un beso! ^^






Todo mi cuerpo estaba paralizado. El frío filo del cuchillo me había dejado sin respiración. El alcohol aún nublaba mi mente, anulando cualquier capacidad de defensa. Oí el oleaje del mar a mis espaldas, y el latido de mi desenfrenado corazón.

Pero, más que por el cuchillo, estaba paralizada por la persona que sostenía ese cuchillo. Por la persona que según parecía, pretendía matarme.

- Dan, qué estás haciendo. -murmuré.

Sentí que las lágrimas inundaban mis ojos, y me sentí aún más débil y vulnerable.

- Lo siento. -murmuró.

Entonces dejé de sentir el contacto del cuchillo en mi estómago, para seguidamente sentirlo en el cuello. Mis músculos se tensaron, y me arqueé aún más contra la barandilla, intentando alejarme del filo. Pero haciendo eso sólo empeoraba mi situación; ahora no podía volver a mi posición inicial porque entonces, yo misma haría que el cuchillo me rajara la garganta.

Tenía la mente en blanco, y no sabía qué decir. Porque estaba en shock. Dan me acababa de besar. Besar. Y en aquel momento tenía un cuchillo contra mi cuello, a punto de matarme.

Las lágrimas inundaron mis ojos y cayeron por mis mejillas, como lo habían estado haciendo minutos antes.
No entendía nada, la confusión me llenaba por dentro, y la angustia crecía y crecía, oprimiendo mi pecho.

- Dan, por favor... -le rogué, como si eso fuera a servir de algo.

Su mano libre rodeó mi camisa, apretándola con fuerza, para impedir que me moviera. En ningún momento apartó el filo de mi piel.

- Tengo... que... hacerlo...

Tragué saliva, y entonces la presión del cuchillo contra mi cuello comenzó a aumentar. Y también lo hizo el miedo que me invadía. Pero por una parte, me daba igual. Quizás todo fuera mejor si el filo del cuchillo acababa con mi vida.

Algo en mi cerebro vibró, lo sentí a pesar de la neblina del alcohol. Algo gritaba en mi mente, algo me decía... que actuara. Que luchara. Y eso es lo que hice.

Alcé un brazo con lentitud y rodeé con mi dedos la muñeca de Dan, con la que sujetaba el cuchillo.

- ¡Quieta! -exclamó.

Se sacudió, alejando el cuchillo de mi cuello, lleno de rabia. En ese momento, siguiendo un impulso, traté de echar a correr. Pero sólo avancé un metro y poco, pues sentí cómo un enorme peso se cernía sobre mi espalda y me tiraba al suelo.

Grité con fuerza, pero el golpe seco contra el suelo y el peso encima de mí me hicieron callar. Cerré los ojos con fuerza, justo cuando Dan me alzaba la cabeza del suelo y colocaba el cuchillo otra vez en mi cuello. Estaba inmovilizada, y no podía hacer nada.

Bueno, sí. Echarme a llorar.

Y eso hice. Las lágrimas rodaron por mis mejillas con rapidez, mientras el miedo y la confusión se apoderaban de mí.

- Dan, por favor... -sollocé. -Para...

Más presión, y casi sentí cómo el cuchillo me cortaba la piel.

- ¡Dan! -chillé, llorando.

¿Qué había pasado? ¿Y cómo había ocurrido todo en tan poco tiempo? Hacía unos minutos Dan me estaba besando. Me había estado consolando, ayudándome a dejar de llorar. Convenciéndome de que todo iría bien. Y ahora... ahora intentaba matarme.

- Por qué haces esto, por qué... -susurré.

No abrí los ojos en ningún momento.
Oí su respiración. Oí mis hipidos a causa del llanto. Oí mi corazón latiendo con fuerza. Oí el oleaje del mar. Incluso oí el ruido que haría mi sangre al brotar de la herida de mi cuello.

O quise imaginarlo.

Porque los segundos pasaban, y yo seguía sin sentir dolor físico. Seguía sin sentir el cálido contacto de la sangre en mi piel. Seguían sin obtener una respuesta por su parte. Y fue entonces cuando el peso que sentía encima desapareció.

Oí sus pasos y me atreví a girarme, temblando, boca abajo. Dan caminaba de un lado a otro, con el cuchillo fuertemente aferrado y el rostro cubierto por sus manos. Parecía atormentado.

- No puedo. No puedo. -comenzó a decir.

Noté la vibración del llanto en sus palabras.
Traté de incorporarme, temblando y con lágrimas en los ojos, en silencio. No sabía qué sentir al respecto; tal vez traición, tal vez miedo.

No, traición. Traición porque me había abierto ante él. Porque me había engañado. Me había besado y luego había tratado de matarme. ¿Era acaso, el Dan que yo conocía? ¿Era él? ¿Y qué había ocurrido entonces?

Con las piernas temblándome demasiado, conseguí ponerme en pie y echar a correr sobre la cubierta. Necesitaba irme de allí, alejarme de aquel Dan que no conocía para nada, y buscar a... ¿a quién?

Pero entonces sentí su mano rodeando mi muñeca y contuve un grito de terror.

- ¡Katherine, no! -exclamó. -Por favor, no, quédate.

- ¡Has intentado matarme! -grité, temblando. -¡Has intentado rajarme el cuello, justo después de besarme!

Y se me quebró la voz. Me derrumbé. Literalmente. Aunque también en el sentido emocional.
Enterré el rostro entre mis manos, a la vez que las manos se Dan se apoyaban en mis hombros.

- Has intentado... matarme...

- Deja que te lo explique. -me rogó. -Deja que te lo explique todo, por favor.

Dan desvió la mirada hacia el mar, y, sorprendentemente, lanzó el cuchillo con fuerza, el cual cayó al agua sin hacer apenas ruido.

- ¿Acaso crees que esto tiene explicación?

- La tiene. -contestó.

Yo estaba paralizada por lo que acababa de ocurrir, y no podía decir nada que tuviera sentido.
Deslizó sus manos desde mis hombros hasta las mías, y las apretó con fuerza.

- Dame una oportunidad, Katherine. Por favor. Lo siento... lo siento, de verdad. -murmuró.

No contesté. Fruncí los labios, con los ojos llenos de lágrimas. ¿Podía volver a confiar en él?
Sin darme tiempo a contestar, tiró de mí y me levantó del suelo, tal y como había hecho minutos antes, al encontrarme entre cristales y sangre.

- Katherine, yo... lo siento, de verdad... No sabes lo arrepentido que estoy...

Tragué saliva, y me limité a esperar a su explicación.

- Es... es una historia muy larga.

Seguidamente, tiró de mí hasta unas escaleras laterales de la cubierta. Me obligó a sentarme y después él hizo lo mismo. Cogió aire y desvió la mirada, con las manos ligeramente temblorosas.

- Todo empezó aquella noche, en el castillo de la reina, en el baile que preparó para nosotros.

Alcé una ceja, extrañada. ¿De qué hablaba?

- Ah, es verdad... A veces... lo olvido. -sacudió la cabeza y se quedó pensativo durante varios segundos. -Katherine, yo... os traicioné. Elizabeth y yo os traicionamos desde un principio. Nos salvamos gracias a nuestra alianza con la reina.

No entendía muy bien a qué se refería, pero preferí mantenerme callada.

- Creímos que Patrick y Aaron, otros aliados, habían acabado con vosotros. Por eso me sorprendí tanto en cuanto llegamos a este puerto, y os vimos a Jacob y a ti ahí, en pie. Claro, tú de eso no te acuerdas... -hizo una larga pausa. -Nosotros habíamos prometido lealtad a la reina. Y ya sabíamos que había fallecido, al parecer ahogada... Pero aunque ella muriera, aún quedaban sus ayudantes y demás encargados de la reina, de los cuales, la gran mayoría estaban metidos en dicha alianza contra la Sangre Marina. Yo... yo no pensaba en nada. Sólo en la promesa de lealtad que había hecho. Así que Elizabeth y yo fuimos a hablar con ellos, una noche, para no levantar sospechas. Y entonces hablamos con los aliados. Y ellos... Nos ordenaron... mataros. Eliminaros. Por ser más cercanos. Así que nuestra misión era fácil: aparentar estar dolidos por vuestro secuestro, aparentar ser felices por vuestro regreso... Aparentar que éramos amigos. Para después... Hacer lo que he intentado hacer yo.

Sus palabras me habían dejado sin respiración. Muchas de las cosas que había contado no las conocía para nada. No las recordaba. Pero aún así, me sentí herida y traicionada.

- Pensé que sería fácil. Porque ya no quedaba rastro de nuestra antigua amistad. Porque yo... odiaba a Jacob. Y bueno, a ti, más o menos. Por haber estado con ese estúpido... Sí, lo puedes llamar celos. -susurró. -Pero entonces ocurrió el accidente de aquella noche, en la que te atacaron. Mi propia tripulación. Te... te salvé, aunque podía no haberlo hecho. Te salvé porque aunque no quiera admitirlo, tú serás siempre mi capitana, y jamás podré serte desleal. Aunque lo intente. -hizo otra pausa. -Aquella noche perdiste la memoria, y yo cada vez me sentía peor. Me sentía un auténtico traidor que iba a asesinar a su capitana, la mujer de la que siempre había estado enamorado, en unas condiciones poco justas.

Cogió aire con fuerza y desvió la mirada hacia el suelo.

- Te traicioné, Katherine. Desde un principio. Pero... ahora me doy cuenta de que no puedo quitarte la vida. No puedo. No puedo porque te quiero, Katherine. A pesar de la rabia que me daba verte con Jacob, de que estuvierais juntos, a pesar de todo... Te quiero. Siempre te he querido. Y sé que te sonará extraño, pues hace unos minutos he intentado matarte...

Aparté la mirada, boquiabierta, en blanco, sin saber qué responder ante todo aquello.

- Necesito que me perdones, Kathy. Necesito que me perdones. -su voz tembló, y sus ojos comenzaron a brillar por las lágrimas. -Yo... sé que no lo merezco.

Su expresión de auténtica tristeza y su voz teñida de dolor, derritieron el miedo que oprimía mi pecho. La parálisis que me había dominado escasos minutos antes se iba por donde había venido, y entonces noté cómo se me habían llenado los ojos de lágrimas.

- Merezco que me odies. Lo sé. Pero necesito que me perdones... -rogó. -Yo... tenía que hacerlo para salvar mi vida. Pero sé que tu vida vale aún más que la mía, y salvar la mía a cambio de la tuya sería la cosa más estúpida que podría hacer.

Parpadeé y las lágrimas rodaron por mis mejillas. Asentí con lentitud, de manera automática. Tal vez porque yo necesitaba perdonarle. Porque sin él, no me quedaría nada, dado que a Jacob... le había perdido, al menos momentáneamente. Me tembló el labio inferior, pero saqué fuerzas de no sé dónde y conseguí aguantar el llanto.

Dan alzó su mano derecha y la colocó sobre mi mejilla, limpiándome una lágrima que en ese instante rodaba por mi mejilla. Me miró a los ojos, con intensidad, y susurró:

- El beso no ha sido mentira.

Y entonces, sus labios besaron los míos con una delicadeza inusitada. Real.

Sus dedos acariciaron mi mejilla, después mi mandíbula, hasta quedar colocados bajo mi barbilla. Y yo me dejé llevar, devolviéndole el beso. Cosa que hizo que Dan enmarcara mi rostro con sus manos, besándome con más intensidad.

No sabría decir qué sentí. Ni siquiera si sentí algo. Estaba... confusa. Confusa porque lo que mi corazón necesitaba eran los labios de Jacob, y no lo de otra persona. Confusa porque me estaba engañando a mí misma, aunque intentara negarlo.

Pero esa sensación no duró mucho.

Oí el crujido de la madera, a varios metros de distancia, y eso bastó para espantar la confusión. Aquel crujido no había sido débil, no había sido de los que oyes normalmente, de los que suele hacer la madera. Había alguien. Ese crujido lo había provocado el peso de alguien. Lo sabía.

Me separé de Dan, automáticamente, y ambos nos giramos en la misma dirección, justo para ver algo que me paralizó el corazón.

Un figura. Desearía poder decir que no le veía la cara, pero la verdad es que sí. Sabía quién era. Y sentí una enorme punzada de dolor en el corazón, la cual aumentó en el momento en que la figura echó a caminar hacia nosotros.

Sus ojos verdes echaban chispas y sentí aún más miedo. No por lo que pudiera hacer a partir de ahí, sino de lo que podía haber visto. ¿Significaba eso que en realidad yo no quería herir a Jacob? Estaba claro.

Entonces se desvió levemente, y supe que no se dirigía a mí, Se dirigía a Dan. Y Dan también lo sabía. Se levantó con rapidez y subió de espaldas las escaleras en las que estábamos sentados, sin perder de vista a Jacob. Un Jacob que parecía demasiado enfadado.

- ¡Eh, eh, para! -gritó Dan.

Me levanté con lentitud, pegada a la barandilla, helada, viendo cómo Jacob subía las escaleras con furia, observando cómo pasaba a mi lado sin ni siquiera mirarme.

Dan trató de correr, y vi con horror cómo Jacob le alcanzaba y le agarraba de la camisa. Se me llenaron los ojos de lágrimas, pero no por eso. Sino más bien por la forma en que Jacob había pasado de largo. Sin mirarme en ningún momento.

- ¡Qué le has hecho! -gritó Jacob. - ¡Qué has intentado hacerle!

Apenas pasaron unos segundos, cuando el puño de Jacob golpeó el rostro de Dan. Yo lancé un grito de terror, justo cuando Dan gemía. Corrí hacia los dos, tropezándome con las escaleras, y agarré con fuerza el brazo de Jacob.

- ¡Jacob, para! -grité.

Jacob sacudió el brazo con fuerza, deshaciéndose de mí, sin... mirarme. Estaba centrado en el rostro de Dan, el cual volvió a golpear otra vez. Yo, por mi parte, me tambaleé hacia atrás, a punto de caer al suelo por el empujón.

Miré a Jacob, con la garganta ardiendo a causa del llanto. Entonces, vi cómo le soltaba, con un ligero empujón, y se giraba dispuesto a marcharse. Pero antes de bajar las escaleras... me miró. Y me quedé sin respiración, con los ojos brillantes por las lágrimas. Estaba enfadado. Muy enfadado. Podía ver... el dolor y la traición que también sentía. Y se fue. Sin decir nada.

Una lágrima rodó por mi mejilla, mientras observaba cómo la figura de Jacob desaparecía entre la negrura de la noche. Entonces, el gemido gutural de Dan me sacó de mi dolor.

- ¡Dan! -exclamé. - ¿Estás bien?

Corrí hacia él, y fui consciente de que mis cuatro extremidades temblaban por lo que había pasado. Por todo lo que sentía.
Coloqué una mano sobre su mejilla y le obligué a mirarme; estaba sangrando por la nariz.

- ¿Te duele? -pregunté, con una mueca.

- Un... poco. -contestó con un hilo de voz.

Suspiré y cerré los ojos, tratando de mantener la calma.

- Será mejor... que volvamos a la posada, Dan.

Este asintió, llevándose la mano a la nariz, para limpiarse la sangre, aunque fuera levemente. Después me miró con una sonrisa, y tomó una de mis manos vendadas. Traté de devolverle la sonrisa, pero me fue imposible.

¿Por qué sonreír, si lo que quieres hacer es llorar?


***

Aquella noche me sumí en un intranquilo sueño, y creo que no fui capaz de dormir una hora seguida sin despertarme al menos diez veces. Estaba sola en la habitación, con la oscuridad de la noche rodeándome, haciendo que todo fuera más doloroso y peor. Jacob no estaba ahí, y cuando llegué a la posada, no lo vi. Sólo tenía su mirada vacía clavada en mi mente.

Al día siguiente, todos preguntaron por mis cortes, y yo respondí que me había caído al suelo, con la mala suerte de llevar una botella en la mano. Bueno, no es exactamente lo que me había pasado, pero casi.
Jacob estaba entre ellos, pero no me dirigió la mirada en ningún momento. Parecía enfadado, pero había algo más en su expresión. Algo que no pude descifrar en aquel momento, desgraciadamente.

Y todo lo demás ocurrió con normalidad. Todos estaban contentos, ajenos a la batalla que se desencadenaba poco a poco en mi interior. No aguantaba ver a Jacob en la misma habitación ignorándome, enfadado. Y pensativo.

Hasta bien entrada la tarde.

Estábamos reunidos, salvo Elizabeth, a la que no había visto en todo el día, en mi habitación, como siempre hacíamos después de comer. Todos hablaban sobre cosas banales, incluyendo recuerdos en los que yo aparecía, para ver si conseguía recordarlos. Pero nada. Y entonces, todos comenzaron a decir que tenían que hacer cosas. Se levantaron y uno a uno, fueron marchándose.

Yo les miré, boquiabierta, y me obligué a asentir, mientras los despedía. Oí el chasquido de la puerta al cerrarse, y suspiré, sola.
Deslicé la mirada por la habitación, hasta que mis ojos se toparon con otros verdes. Los de un Jacob herido y enfadado.

Me sobresalté, pero traté de ocultarlo. El corazón se me aceleró, con tan sólo pensar lo que podía ocurrir a continuación. Ahí estaba, delante, esperando. ¿A qué? Nuestras miradas se cruzaron un par de veces más, pero yo aparté la mía con rapidez, tal vez porque no quería enfrentarme a lo que tenía delante. Ninguno de los dos dijo nada, hasta que Jacob se atrevió a romper el silencio:

- Supongo que en un caso como este, las cosas se hablan.

Tragué saliva, y me obligué a ser valiente. Aunque fuera un poco.

- Supongo. -dije yo, con un hilo de voz.

Él no contestó. Se limitó a resoplar de manera imperceptible y a clavar la mirada en el suelo.
Sabía que lo de Dan le había dolido, pero, ¿y a mí lo de Elizabeth? ¿Qué pasaba conmigo?
El silencio era insoportable, probablemente sólo para mí. Yo ni siquiera me atrevía a hablar, porque sabía que podía derrumbarme, porque estaba rota. Pero tenía que ser fuerte, y dejarle claro lo que pensaba. Así que, me levanté del borde de la cama y clavé mis ojos en los suyos.

Y cuando sus ojos verdes respondieron a los míos, pensé que tal vez no había sido una buena haberse levantado. Que tal vez debería haberme quedado quieta.

- ¿Crees de verdad que tienes derecho a echármelo en cara? -exclamé, con la voz temblorosa. -Porque yo creo que no.

Los ojos de Jacob parecían llamear de la rabia.

- No quiero echarte en cara nada. Sólo quiero que me des una maldita explicación.

Me quedé boquiabierta, con el corazón latiendo a una velocidad enorme y con un nudo en la garganta.

- ¿Soy yo la que tiene que darte una explicación...? -susurré, mientras asentía. -De acuerdo. Resulta que un tal Jacob me había dicho que me quería, que jamás me haría daño. ¿Y qué pasó? Que lo encontré en su habitación besando a otra chica. En resumen; no quiero amar a alguien que no me ama a mí, y que encima me ha mentido. -justo en las últimas palabras, se me quebró la voz y se me llenaron los ojos de lágrimas.

- Yo no besé a Elizabeth. ¡Ella me besó a mí! En cambio tú... tú besaste a Dan.

- Ya vi cómo te intentabas apartar, y cómo intentabas parar el beso. -susurré sintiendo que me fallaba todo.

Jacob se llevó la mano al rostro, y mientras cerraba los ojos, se pellizcó el puente de la nariz, suspirando.

- No sabía lo que hacía.

"¡Eso no es una excusa!"

Pero esas palabras no salieron de mi boca; se quedaron en mi mente, como un simple pensamiento. Porque algo me impedía hacerlo. Porque mi corazón, a pesar de todo, quería que todo volviera a ser como antes, que la discusión terminara y Jacob y yo volviéramos a querernos como si no hubiera ocurrido nada.

Pero sí que había ocurrido algo.

Así que en vez de hacer lo que mi corazón me pedía, dije otra cosa.

- Yo sí sabía lo que hacía.

A pesar de que la tristeza era el sentimiento que me ahogaba, también sentía rabia. Dolor. Y a pesar de que mi pobre corazón quería parar aquello, mi cerebro me ordenaba otra cosa: hacer que Jacob sufriera más de lo que yo estaba sufriendo.
La rabia que me impulsaba me obligaba a hacer eso, porque el dolor... me cegaba.

Jacob abrió con lentitud los ojos, asimilando lo que acababa de salir de mi boca, y vi reflejado en sus ojos el daño que le había hecho con esas seis palabras.

- Creo, sinceramente, que tengo derecho a elegir a quien quiero. -hice una pausa, y añadí. -No quiero a alguien que me haga creer las mentiras que dice.

Jacob clavó sus ojos verdes en los míos, y sentí una punzada de puro dolor. Me mordí la lengua, tratando de frenar el llanto, aunque las lágrimas ya se habían acumulado en mis ojos. No podía derrumbarme en ese momento, lo que había dicho ya estaba dicho. Ese era mi veredicto. Costara lo que costase. Así que parpadeé, sosteniendo su mirada, aparentando ser fuerte cuando por dentro me abrasaba de dolor.

- Bien. -dijo solamente.

Y entonces me desmoroné por dentro al oír su respuesta. Esperaba que dijera algo diferente, algo que me hiciera cambiar de opinión, algo que me hiciera perdonarle y pedir perdón. Algo como "yo no te miento". Algo que no fuera un simple bien.

- Creo que ya está todo claro. -añadió.

¿Estaba ardiendo en llamas? ¿O era el dolor que me agujereaba el cuerpo entero después de su segunda respuesta?
Me crucé de brazos, para que no notara que estaba temblando, y desvié la mirada, para que tampoco notara que estaba a punto de llorar.

Jacob se levantó de la silla, y sin mirar atrás, se acercó a la puerta, pero antes de salir, dijo:

- Ah, por cierto. Elizabeth me besó porque pretendía asesinarme, tal y como pretendía hacer Dan contigo. -soltó de pronto, de manera borde y brusca.

Salió de la habitación, dando un portazo, dejándome sola con sus últimas palabras revoloteando en el aire.

Miré a mi alrededor, buscando algo y a la vez sin buscar nada. El silencio que me rodeaba era aplastante, pero a la vez vacío. Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas y fue entonces cuando me desmoroné del todo.

No tuve fuerzas para detener el llanto, así que me rendí ante el dolor que me abrasaba el corazón y la piel. Sollocé con auténtica fuerza, pero no era suficiente para apagar el dolor. Había visto en los ojos de Jacob el daño que yo sola le había causado con aquellas palabras tan destructivas y mordaces. Y me arrepentía de haberlo dicho.

Me arrastré hasta la almohada y hundí el rostro en ella, para apagar los sollozos. Me dije a mí misma que sólo había sido una discusión, y que más tarde lo arreglaríamos. Pero en el fondo sabía que, por culpa de mis palabras, ya nada volvería a ser como antes. Ya no tendríamos la misma relación, quizá tampoco confianza, y menos amistad.

Aunque para mí era mejor pensar eso, que pensar que ya no habría absolutamente nada después de aquella discusión.

***

El silencio era arrollador y aplastante. Seguía siéndolo. Estaba sola. Me obligué a dejar de llorar, diciéndome que volvería. Y que me pediría perdón. Y luego yo haría lo mismo, y todo volvería ser como antes. Mi corazón así lo deseaba, a pesar de que mi cerebro decía todo lo contrario; no creía que hubiera solución a lo que nos había pasado.
Me pasé toda la tarde en mi habitación, y por suerte, nadie vino a verme.

De vez en cuando las lágrimas brotaban de mis ojos, pero me volvía a recordar que todo sería como antes, que no tenía que preocuparme ni llorar por una pequeña discusión.

El tiempo pasaba, y pasaba, y pasaba, hasta que llegó la noche. Las nubes cubrían el cielo nocturno, así que por mucho que lo intentara, no pude ver las estrellas desde mi habitación. Y entonces me imaginé a Jacob entrando en la habitación y llevándome al puerto para verlas. Así que al final me metí en la cama, para tratar de olvidarme, no sin antes pensar en Jacob.

"No ha venido".

Pero tal vez fuera mejor que no viniera.

***

(Jacob)

Me quedé de pie ante la puerta de madera de la habitación. Cogí aire y aferré el papel con más fuerza, mientras sentía miles de punzadas en la mano, como si mi cuerpo me obligara a soltar dicho papel.
Coloqué la mano sobre el oxidado pomo y lo giré. Se oyó un chasquido y la puerta se abrió. Con cuidado de no hacer ruido entré en la habitación. Todo estaba a ocuras, salvo por la débil luz nocturna que entraba por la ventana.

El cuerpo profundamente dormido sobre la cama respiraba con lentitud y suavidad, y me dio un vuelco el corazón.

Suspiré y me acerqué a la cómoda marrón. Dudé unos instantes, pero coloqué el papel doblado sobre su superficie. Sentí una punzada de dolor, pero sabía que es lo que tenía que hacer.
Me giré, con un enorme nudo en la garganta, y observé el cuerpo tumbado sobre la cama. Ya ni siquiera me atrevía a pronunciar su nombre, porque no lo merecía.

Sin siquiera darme cuenta, ya estaba a su lado, observando su rostro. Me incliné y deposité un suave beso en su frente, apenas rozando su piel. Una punzada de dolor me atravesó el corazón.

Apretando las mandíbulas para mantenerme firme, caminé hacia la puerta. Me temblaban las manos. Entonces me imaginé sus ojos aguamarina delante de los míos, y supe que debía hacerlo en ese momento, porque si no, no sería capaz.

"Cobarde".

Lo era. Pero no podría soportar el dolor en sus ojos, el dolor que yo mismo le había provocado. No quería estar ahí para verlo. Para verla sufrir.
Apreté los puños, y conseguí llegar a la puerta sin mirar atrás.

Pero antes de salir, lo hice. Miré atrás.
Tragué saliva, y aunque me costara, me vi obligado a hacerlo. A decir lo que no había sido capaz de decirle a la cara, ni siquiera de escribir en aquel maldito papel.

- Perdóname.

Aunque sabía que, después de todo, jamás me perdonaría.

***

(Katherine)


En cuanto abrí los ojos, me sorprendió haber podido dormir algo. La luz que entraba en la habitación era gris, así que supuse que estaba nublado.
Me levanté de la cama y miré a mi alrededor, para ver que allí no había nadie. Y eso me desinfló por dentro, tal vez porque esperaba ver la sonrisa de Jacob y sus ojos verdes mirándome. Suspiré y sacudí la cabeza.

Con rapidez, me di un baño y me vestí con los típicos pantalones marrones y una camisa blanca. Salí de la habitación y caminé hacia la de Diana. Quería pasar un día tranquilo, para ver si eso me distraía de lo que pasó ayer entre Jacob y yo.

Temía encontrármelo y pasar momentos realmente incómodos, temía echarme a llorar nada más verle. Pero mi sorpresa fue que Jacob no estaba. No estaba en la habitación de Diana, y por un momento lo agradecí.

Así que todos los demás, exceptuando a Elizabeth y a Jacob, pasamos un día tranquilo y divertido, en el que pude relajarme y olvidarme del dolor. Y tal vez gracias a eso, se me pasó por la cabeza la idea de ir a buscar a Jacob y arreglarlo. Tal vez gracias al buen humor del día, quise encontrarle y pedirle perdón por lo que le había dicho.
Así que eso hice.

- Olivia, Diana, ¿habéis visto a Jacob?

Ellas fruncieron el ceño y negaron con la cabeza, mientras decían que no lo habían visto en todo el día. Me levanté, extrañada, y cogí aire, antes de salir de la habitación para ir a la de Jacob. Cuando llegué hasta ella, golpeé la madera, pero nadie abrió la puerta. Volví a llamar, pero nada. Finalmente, acabé entrando sin permiso y me encontré con... nadie. Allí no había nadie. Así que, de lo más extrañada y confusa, salí de su habitación y la dejé como estaba; cerrada y sin nadie dentro.

Pensé en ir a buscar a Elizabeth, pero no tenía ganas de hablar con una de las causantes de nuestro problema de ayer, aparte de que no sabía dónde estaba su habitación.

El buen humor que tenía se esfumaba poco a poco, como si la hubiera una bolsa dentro de mí en la que pone "buen humor" y se estuviera desinflando.
Acabé por entrar en mi habitación.

Caminé con lentitud sobre el suelo, sin saber exactamente qué hacer. Pensé en que tal vez estaría fuera, dando un paseo por la ciudad, y que ya volvería. Eso impidió que la bolsa de buen humor se desinflara del todo y me quedara algo de ánimo para atreverme después a arreglarlo todo.

Justo cuando pasaba al lado de la cómoda, me fijé en algo que no había visto unas horas antes. La superficie lisa y vacía del mueble tenía ahora un papel de color beige, desgastado y doblado. Me acerqué, extrañada, segura de que eso antes no estaba ahí. Cogí el papel y lo desdoblé con extremo cuidado.

Y no necesité más.

No necesité más que aquella frase para saber que Jacob se había ido a dar un paseo. Un paseo del que no volvería. Y tal vez un paseo por otra ciudad lejana.

Jacob se había marchado.

Y entonces el llanto fue incontrolable.