Diario del Mar

"Me llamo Katherine Greenwood Wells, tengo dieciocho años. Nací en una cuna hecha de olas, mecida por el vaivén del maravilloso océano. El mar corre por mis venas. Mi madre se llamaba Anne Wells, y falleció cuando yo había cumplido seis años. Mi padre, Alfonso Greenwood, me enseñó todo lo que sé sobre el mar, pero por desgracia, desapareció hace dos años, sin dejar rastro. Y desde entonces, no he dejado de buscarle."




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domingo, 5 de mayo de 2013

DDM: Capítulo 73

¡Hola a todos!

Bueno, he decidido publicar hoy, dado que estoy... feliz. ¿Cuál es el motivo? Hace unas semanas participé en un pequeño concurso literario, que consistía en escribir capítulos de entre 400 y 500 palabras, para continuar una historia. Y sorprendentemente, mi capítulo salió elegido. Sí, uno de los capítulos de este relato me pertenece. No sabéis lo contenta que estoy... Y hoy ha sido la entrega de premios, así que es por eso por lo que estoy tan feliz. Por haber podido salir finalista en un concurso literario... Me parece irreal.

Ya no os aburro más con mi vida, así que me dispongo a dejaros el capítulo... No sin antes decir que todo, últimamente, ha estado muy... calmado. Dentro de lo que cabe, claro. ¿Cambiará esa calma?

¡Espero que os guste! ^^







Los latidos de mi corazón retumbaban en mis oídos, los sentía por todo el cuerpo. Parpadeé, congelada, sin poder moverme. Entonces, como un resorte, cerré la puerta que hacía unos segundos había abierto. Me giré, boquiabierta, sin poder decir ni pensar nada. Simplemente sentí cómo se me empañaban los ojos por culpa de las lágrimas.

Sin ser consciente de ello, eché a correr por el pasillo. Me tropecé varias veces, pero al final conseguí llegar hasta las escaleras. Sin darme cuenta de que una de las puertas del pasillo estaba entreabierta, y que alguien miraba a través de ella.

Bajé las escaleras de madera, y estuve a punto de caerme, pero no me importó. Me agarré al pasamanos para no resbalarme, y me quedé en esa posición durante unos segundos, notando cómo una lágrimas rodaba por mi mejilla.

Cogí aire y continué con mi camino. Sólo tenía un lugar en mente, y pretendía llegar hasta él a pesar de los tropiezos.

Mi corazón latía con lentitud, latía por latir. Latía porque tenía que bombear la sangre de mi cuerpo.

Mis ojos estaban nublados a causa de las lágrimas, y no veía nada con nitidez. Corrí a través de las calles, sin saber exactamente por dónde ir. Y aún así, conseguí llegar al puerto. Lo supe por el olor a sal y por el crujido de la madera del muelle bajo mis pies.

Parpadeé varias veces, y más lágrimas rodaron por mis mejillas. Miré a mi alrededor, en busca de mi barco, y con el corazón en un puño corrí hacia él. Subí por la rampa, y me caía varias veces. Gemí, maldiciendo en voz baja mi maldita torpeza, y finalmente, conseguí llegar a la cubierta.

Me quedé allí de pie, respirando con fuerza y de manera costosa, con las lágrimas bañando mis ojos, y con mi corazón latiendo de forma dolorosa.

Caminé hasta mi camarote, sin levantar la vista hacia el cielo, para no ver el resplandor de la luna que ahora me parecía burlón. Saqué la llave de la bota, ya que siempre la guardaba ahí desde que Jacob me la dio, y abrí la puerta del camarote.

Una vez dentro, cerré de un portazo, un portazo que también resonó en mi interior. Jadeé, a la vez que me llevaba la mano al pecho. La rabia y el dolor hervían en mi interior, dando como resultado una explosión que me quemaba por dentro.

Temblando, me coloqué frente al escritorio, repleto de objetos que al parecer, no eran míos. Coloqué ambas manos sobre la mesa, y arrastré todo lo que tenía encima hacia un lado, tirándolo todo al suelo con fuerza. La chaqueta de cuero, los mapas con señales. Oí el sonido del papel vibrando con el aire hasta chocar contra el suelo. Oí el tintineo de las monedas de oro hasta en mi interior, y luego el zumbido que produjeron al esparcirse por el suelo. También oí el golpe seco del tintero al chocar contra el suelo, y cómo se rompía en mil pedazos. La tina se desparramó por el suelo, cubriéndolo de negro.

Mi corazón estaba acelerado. Se había acelerado por la rabia y la adrenalina que corría por mis venas. Traté de respirar, pero ni siquiera me vi capaz de hacerlo. Seguidamente me abalancé hasta el catre, y quité toda la ropa que había encima, más las sábanas. Lo tiré todo en un mismo rincón, furiosa y dolida. Después, corrí hacia el armario de madera pegado en la pared y abrí la puertas con violencia. Observé la ropa que había dentro. La ropa que no me pertenecía. La ropa de Dan. Y de Elizabeth.

Agarré varias prendas a la vez con cada mano, y tiré de ellas bruscamente. Las eché hacia atrás y cayeron al suelo sin hacer apenas ruido. Oí los crujidos de los camisones y las camisas al rajarse por la fuerza con la que tiraba de ellas. Pero me dio igual. Es más, intenté romper el máximo número de prendas de Elizabeth.

Me mordí la lengua y noté el sabor metálico de la sangre, para contener el llanto. Me quedé frente a un armario ahora vacío. Me giré y aparté toda la ropa con el pie, como si así consiguiera hacer más daño a Elizabeth.

Respiraba con fuerza y de manera entrecortada, sin seguir un ritmo normal, y la rapidez de mi desbocado corazón no ayudaba.. Cerré los ojos durante unos segundos, y después caminé hacia el espejo de color oro, oxidado y antiguo.

Observé mi reflejo durante largos minutos en silencio. Sólo acompañada del latido de un herido corazón. Observé mis ojos aguamarina, brillantes por las lágrimas que amenazaban con salir. Mis pómulos marcados a causa de mi delgadez. Mis labios serios. Mi expresión.

Aparentemente, todo en calma. Pero en mi interior rugía una batalla escalofriante y dolorosa.

"¿Sabías que Elizabeth es más hermosa que tú?"

Ese pensamiento retumbó en mi mente, con voz burlona e hiriente. No aparté la vista de mi reflejo, y vi cómo me temblaba el labio inferior por el llanto, cómo las lágrimas bañaban mis ojos, y cómo rodaban por mis mejillas. Vi cómo se hacía presente la batalla de mi interior.

"Lo sé."

Y de pronto, el silencio y la calma fueron sustituidos por el mayor caos existente.

Empecé a gritar. Grité y grité para desahogarme, mientras lloraba. Mi corazón saltaba en mi pecho con fuerza y dolor. Seguí gritando. Y la rabia me controló. Agarré el antiguo espejo, y con odio, lo tiré contra el suelo.

Oí el estruendoso choque contra la madera, y pude oír todas y cada una de las esquirlas de cristal rodar por el suelo. El espejo se había roto en mil pedazos. Sólo quedó el marco de oro vacío y magullado por el tiempo.

Caí de rodillas sobre el esqueleto del espejo, sobre los enormes y pequeños trozos de cristal, clavándomelos en las palmas de las manos y en las rodillas. Pero me daba igual. La sangre manchaba el suelo, y no paré de gritar, hasta que me dolió la garganta. Apreté los puños alrededor de los cristales, y éstos se clavaron en mi piel, produciéndome un enorme dolor.

Pero nada comparado con el dolor que sentía por dentro.

La sangre recorrió mi piel, y se abrió paso entre mis dedos, hasta el suelo. Cerré los ojos con fuerza, y sollocé con intensidad, a la vez que abría las manos y soltaba los cristales, que rebotaron sobre el suelo, tintados de rojo.

Me llevé las manos al rostro, y me tapé los ojos, manchándome de sangre.

- Maldito imbécil... maldito imbécil... -repetí para mí misma.

Me encogí sobre mi misma, en el suelo, rodeada de esquirlas de cristal que dolían menos que lo que me había hecho Jacob.

Me convulsioné a causa del llanto, a pesar de que hice lo imposible por frenarlo.

No sólo me dolían las heridas externas. También me dolía el corazón, como si fuera la única parte de mi cuerpo que estuviera recibiendo los cortes de los cristales. Pero sabía perfectamente a qué se debía aquel dolor, y no eran simples cortes.

Era el dolor del amor.

Apreté las mandíbulas, mientras las lágrimas caían por mis mejillas, y observé la palma de mi mano derecha, aunque ambas estaban heridas.

Traté de incorporarme, y sacando fuerzas, alcé las manos para secarme las lágrimas. Me quedé sentada en el suelo, rodeada de cristales y de gotas de sangre.

"Esta no es la solución."

Y lo sabía. Y me sentía estúpida, por estar ahí tirada, por hacerme daño a mí misma sólo porque un joven me había mentido. Pero eso era lo que tenía el amor. El maldito amor.

Me sorbí la nariz, pero a pesar de eso, las lágrimas seguían humedeciendo mis mejillas. Sentía que me ahogaba el dolor del pecho, y me llevé la mano al corazón. Cerré los ojos y sentí el latido de mi corazón a través de la piel; abatido, herido.

Y a causa de los sollozos, y de lo concentrada que estaba en mi propio dolor, no me di cuenta de que alguien había abierto la puerta de mi camarote, hasta que oí su exclamación.

- ¡Katherine!

Parpadeé, a la vez que me giraba, como si estuviera desorientada.
Dan estaba en el marco de la puerta, y boquiabierto, se abalanzó sobre mí.

- Katherine, mírame, mírame. ¿Estás bien? Vamos, Katherine.

Enmarcó mi rostro con sus manos y me obligó a mirarle. Con sus pulgares me secó las lágrimas de los ojos. Resopló y se levantó, volviéndome a dejar libre. Apoyé las manos en el suelo y ahogué un gemido al sentir los cortes en las palmas.

- Dios mío, Kathy... -murmuró.

Agarró varias prendas de ropa y se arrodilló a mi lado. Arrancó un trozo y me tomó las manos. Puso las palmas hacia arriba, y con extremo cuidado, retiró de mi piel los pequeños trozos que se me habían clavado.

- Cómo... cómo has hecho esto, Kathy...

Me obligué a contener el llanto, mientras Dan me limpiaba las heridas y secaba la sangre que cubría mis manos.

- Ven. -ordenó.

Me agarró con firmeza de la cintura y me ayudó a ponerme en pie, para después guiarme hasta el catre desnudo, sin sábanas, las cuales había quitado yo. Una vez sentados, continuó limpiando mis heridas, y consiguió vendarlas con trozos de tela que arrancaba de las prendas.

- Ya casi está... -me tranquilizaba cuando gemía por el dolor.

Una vez hubo terminado con las manos, alzó la mirada y me observó fijamente, mientras suspiraba. Me apartó el cabello del rostro, y con otro trozo de tela, me limpió la sangre con la que me había manchado.

- Por qué has hecho esto, Katherine. -murmuró, sin apartar la mirada.

Parecía enfadado, pero también apenado.
Yo también sentiría pena por mí misma y más en ese lamentable estado en el que me había encontrado.

Una lágrima resbaló por mi mejilla y me tembló el labio inferior, pero tampoco aparté mi mirada de la suya.
Con lentitud, alzó la mano y me secó esa lágrima, suavemente.

- Jacob. -susurré y entonces aparté la mirada.

Dan chasqueó la lengua y negó con la cabeza, entrecerrando los ojos.

- ¿Y por él te haces esto? -señaló mis manos.

- No pretendía hacer esto. No sabía lo que hacía.

Bajé la mirada y me mordí la lengua con fuerza, intentando frenar el llanto que se agolpaba en mi garganta. Y en ese momento, Dan me atrajo hacia él, envolviéndome en sus brazos. Me eché a llorar sobre su hombro y él me abrazó con más fuerza, acariciándome el pelo.

No sé cuanto tiempo pasó. Pero Dan no me puso nerviosa, simplemente dejó que llorara a su lado, se limitó a darme apoyo con su abrazo.

- Venga, deja de llorar. Olvídate de lo que acaba de pasar. -se apartó de mí y se levantó.

Le observé con los ojos llorosos, sorbí y me limpié las lágrimas con la manga de la camisa, la cual estaba manchada de rojo.

- Vamos fuera, necesitas relajarte.

Me tendió la mano y yo acepté. Tiró de mí y me puso en pie, para después llevarme fuera del camarote. La luz de la luna lo iluminaba todo con su brillo plateado y fantasmal. Y sentí una punzada de dolor, así que mantuve la vista fija en el suelo.

Me dejó en la barandilla del barco sola, y él abrió la bodega. Le vi bajar las escaleras de madera, y minutos después, subir por ellas. Me centré en sus ojos, extrañada, y él se limitó a dedicarme una sonrisa dulce.

Se apoyó en la barandilla a mi lado, y observó el mar.

- ¿Para qué has bajado? -pregunté con un hilo de voz.

Él alzó la mano, con la cual sostenía una botella marrón oscuro.

- Ah, es verdad... -susurró. -Es ron, y es una de mis bebidas favoritas. La tuya, en cambio, no. -rió.

Sacudió la botella y bebió un pequeño trago.
Nos quedamos en silencio, y entonces me vi obligada a decirlo.

- ¿Cómo me ha hecho esto?

Dan se giró hacia mí, algo confuso, pero pareció recordar lo que había visto en el camarote minutos antes.

- ¿Quién? ¿Jacob? -preguntó él por su parte.

Yo me limité a tragar saliva y a mirar al frente, sin atreverme a moverme después de oír su nombre. Y Dan lo tomó por un sí.

- Tú ya sabías que Jacob es así. Antes de... lo de tu memoria. Antes del accidente, y todo eso. -contestó. -Ya te hizo daño una vez. De la misma manera. Ya has sufrido por él antes.

Suspiré y bajé la mirada, sintiendo que el llanto volvía a asentarse en mi garganta.

- Entonces, a tus ojos, parezco una estúpida que siempre comete los mismos fallos. -se me quebró la voz.

Dan sacudió la cabeza y dio otro trago a la botella.

- Bueno, ha sido... estúpido por tu parte. -rió. -Eso es lo que pensarías si... bueno, si lo recordaras todo. -hizo una pausa, en la que tomó aire. -Lo cierto es que no me pareces una estúpida que comete siempre los mismos fallos, pues sé cómo es el amor. Un sentimiento que simplemente te hace perder la noción de todo.

- Entonces, oficialmente, odio el amor.

Dan rió levemente, mientras volvía a sacudir la cabeza.

- Eso decimos todos después de salir heridos. Pero después volvemos a caer. Como si el dolor que sentimos en su momento no existiera. Eso es lo que tiene el amor.

Suspiré largamente y bajé la mirada al mar, pintado de negro, con destellos plateados sobre su superficie. Sentí una punzada en el corazón, porque mirara donde mirara, siempre veía el reflejo de las estrellas y de la luna, aunque no quisiera. Aunque hubiera nubes de por medio.

Tal vez me lo estaba imaginando.

- De todas maneras, no tienes por qué hacer esto. No tienes por qué herirte, porque eso no te va a hacer olvidar el dolor interior. Sólo hay una solución, y es ser fuerte.

Sus palabras eran suaves y bajas, pero a la vez estaban llenas de fuerza. Como si supiera de lo que hablaba, como si hubiera vivido aquello antes. Y tal vez así era.

- Y sé que lo que te voy a proponer no es ser precisamente valiente, pero... por una noche... -susurró. -No va a pasar nada por ser cobardes durante unos minutos.

Me giré hacia él, algo perdida por su última frase. Entonces vi que tenía la botella de ron ligeramente alzada hacia mí, ofreciéndomela.

- Dicen que el alcohol ahoga las penas.

No le dejé decir nada más, porque le arrebaté la botella de la mano, observando el líquido que tenía dentro. Necesitaba sentir algo que no fuera el dolor de la mentira. El dolor del amor. Necesitaba... ahogar las penas.

Me acerqué la botella al rostro y olí el fuerte olor a alcohol que emanaba de ella.

"¿De verdad quiero beber ron con Dan en mi barco?"

Hice una mueca, pero no sentí la necesidad de responder a esa pregunta, pues sólo era consciente de que aquel líquido podía hacer que me olvidara de Jacob, al menos por un tiempo.

Me acerqué la botella a la boca, y dudosa, dejé fluir el contenido. Lo sentí en la lengua, y me obligué a tragarlo. La garganta me ardía, y seguí sintiendo ese ardor hasta en el estómago. Pero quería más. Así que di un segundo trago.

- Bebe cuanto quieras, Kathy. -dijo.

"Kathy".

Sin contestar, volví a alzar la botella y dejé que el ron entrara otra vez en mi boca. Pero esa vez más cantidad. Necesitaba alejarme de ahí cuanto antes.

- Le odio. -mascullé de pronto.

Y yo misma me sorprendí de mis propias palabras. Pero no hice ademán de disculparme o sentirme mal por haberlas dicho; en vez de eso, volví a beber más ron.

Comencé a sentirme algo mareada, así que me obligué a parar durante unos minutos. Me limpié la boca, sin soltar la botella, y miré a Dan. Las lágrimas nublaban mis ojos, y ni siquiera me había dado cuenta de que estaba llorando. Pero aún veía la figura de Dan frente a mí.

- Sé que le odias. -murmuró él.

Parpadeé para disipar las lágrimas, las cuales cayeron de mis ojos y rodaron por mis mejillas. Pero yo apenas era consciente de ello.

- ¿Por qué me ha hecho esto?

Sentí un terrible pinchazo en el estómago, y cerré los ojos al sentirme enormemente mareada. Solté todo el aire de una vez y gemí levemente.

- Mierda. Ya sé que Elizabeth es preciosa, es atractiva... lo tiene todo. Pero no hacía falta ilusionarme a mí, mentirme a mí, para luego hacer lo que ha hecho. -exclamé.

Volví a llevarme la botella a la boca y bebí un largo y abundante trago. El ron iba disminuyendo cada vez más.

- La ha besado. -susurré. -Y la quiere. ¿Verdad?

Las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos, a la vez que alzaba la mirada hacia Dan.

- ¿Verdad? -repetí.

- Verdad. -contestó él, con un hilo de voz, como si temiera decirlo en voz alta.

Cerré los ojos con fuerza y me eché a llorar, con las piernas temblándome. Y por eso bebí más ron. Durante largos segundos. Me ardía la garganta, me ardía todo. La adrenalina corría por mis venas, y empecé a sentir que el dolor de mi corazón remitía.

- Es mejor que yo. Cualquiera es mejor que yo.

No era consciente de que estaba hablando más de la cuenta. Estaba bajo los efectos del alcohol. O faltaba poco.

Bebí otro trago y abrí los ojos, notando la calidez de mis lágrimas rodando por mis mejillas. Pero era extraño, porque no me parecía estar llorando. El tiempo pasaba ajeno a mí. Perdí la cuenta de cuántas veces volví a beber ron. Sólo me "desperté" cuando sentí que me tambaleaba y me caía hacia atrás. Pero en realidad fue la botella la que cayó al suelo.

- Oh, maldita sea... no. -conseguí decir.

Me tropecé con mis propios pies y me tiré al suelo, de rodillas, ante el líquido alcohólico. Dan se inclinó frente a mí y me agarró de la barbilla con una mano, obligándome a mirarle.

- Eso no es verdad. No es mejor. -susurró.

Sentí unas enormes ganas de reírme ante su respuesta.

- Se... se me ha caído. -articulé, en vez de reírme.

- No te preocupes por eso, cielo. Da igual.

Su voz estaba distorsionada, y volví a sentir ganas de reír. Eso era lo que tenía el alcohol.
Dan me agarró de ambas manos y tiró de mí, levantándome como pudo. Me tambaleé una vez en pie y choqué contra su cuerpo. Solté un suspiro y me quedé apoyada sobre su pecho, con los ojos cerrados.

- Tu corazón... late deprisa.

Las palabras salían a borbotones de mi boca, de manera desbocada, apenas entendible.

- Porque estás cerca. -oí su voz cerca de mi oído.

Solté una carcajada ante sus palabras, sin motivo alguno. Noté un pinchazo en la sien, de pronto, y cerré los ojos con más fuerza aún, riendo.

- ¿De qué te ríes? Es verdad. -sonrió Dan. -¿Es que Jacob no te lo ha dicho nunca?

No pude parar de reír, mientras negaba con la cabeza.

- No... no me acuerdo de nada...

Me aparté de su cuerpo ligeramente, consiguiendo no tambalearme.

- ¿Acaso Jacob te demostraba cuánto te quería?

Su nombre llegó perfectamente a mi interior, y después de atravesar las capas de la burbuja de alcohol que había conseguido formar, se clavó en mi corazón. Y quise gritar.

Deseaba responder que sí, que sí lo había hecho, aunque fuera mentira. Pero en vez de eso, me encogí de hombros, a la vez que emitía un ruido extraño, parecido a un gruñido.
Fui a girarme, cuando las manos de Dan me agarraron de los codos.

- Elegiste mal, Katherine.

No entendía a qué se refería. ¿De qué hablaba?
En vez de hacer lo que una persona sobria haría, solté una risita estúpida.

- ¿Elegí... mal? -inquirí, entrecerrando los ojos.

En el fondo, mi corazón estaba sobrio. Y entendía perfectamente sus palabras. Pero el alcohol me hacía actuar así.

- Yo jamás te habría hecho daño. Jamás.

Noté un deje de tristeza en su voz, y me sentí confusa en cuanto sus ojos se tornaron serios, incluso apenados.

- Te habría querido como nunca.

¿Estaba... llorando? Pero estaba borracha. Todo podía ser producto de mi imaginación. Mis oídos podían estar imaginándose esa vibración característica de la voz cuando estás a punto de echarte a llorar.

- Sois hombres, habrías hecho lo mismo... -murmuré, cerrando los ojos.

Dan no me soltaba, y yo sentí la necesidad de que lo hiciera.

- Quizás... sea tarde. Quizás sea muy tarde, pero tengo una oportunidad, una última oportunidad de hacerte ver que elegiste mal. Elegiste a la personas incorrecta.

¿Se refería a... Jacob?
Me limité a asentir como una estúpida borracha. Bueno, eso es lo que era.
Dan tomó mi rostro entre sus grandes manos, y se inclinó levemente sobre mí. Me miró intensamente durante varios segundos, y yo ni me moví.

Lo único que se me ocurrió pensar fue que tenía las manos muy suaves, y que su piel era cálida y agradable.
Sus labios estaban a escasos centímetros de los míos, y todo mi cuerpo estaba en tensión. Mi cerebro trataba de eliminar la bruma del alcohol, pero no servía de nada; no podía pensar con claridad. Pero sí pensar, a secas. Y en ese momento, pensaba en... besarle. En sus labios.

Quería besarle. Necesitaba besarle. Supongo que en parte porque me daba igual si aquello le iba a hacer daño a Jacob.

Las lágrimas se acumularon en mis ojos, nublando mi vista. Mi corazón vibraba, en tensión. El dolor me invadió, mezclado con la rabia de los últimos minutos.

Necesitaba que me besara.

Un pinchazo en el corazón, y la imagen de Jacob apareció en mi mente. Pero entonces recordé que él era el motivo de aquello. Que Jacob era el motivo de que quisiera que Dan me besara. Porque sentía un tremendo vacío, y sentía la necesidad de llenarlo. De cualquier manera. Y ya me daba igual lo que Jacob pensara o sintiera.

Tenía los músculos en tensión. Toda mi vida estaba al borde de un enorme precipicio. Pero no sabía si besar a Dan significaba caer...

... O estar a salvo.

Sin embargo, mi mente parecía estar totalmente segura: "Katherine, Jacob es sinónimo de peligro. Él puede empujarte, y entonces caerás."

La confusión me invadía por momentos. Y al juntarse con la rabia y el dolor, hacía que todo fuera peor. El vacío ardía en mi interior, como un círculo de llamas en mi pecho. Y era fácil leer el nombre que estaba escrito justo en el centro:

Jacob.

Entonces mi tiempo se acabó. Se acabó e cuanto sus labios rozaron los míos. Se acabó en cuanto me besó con intensidad.

- He soñado con este momento durante tanto tiempo... -murmuró, con sus labios pegados a los míos. -Lo triste es que te encuentres bajo los efectos del alcohol.

Todo daba vueltas a mi alrededor, a una velocidad vertiginosa. Todo salvo Dan y yo. Salvo nuestros labios, fundidos en un beso.

Aún no sabía si ese beso había sentenciado mi caída o había firmado mi protección. Pero no necesitaba saberlo. Sus labios se parecían a los de Jacob. Y era... placentero. Sentí el enorme deseo de que no parara nunca. Pero había algo en mi interior que no estaba de acuerdo con lo que estaba sucediendo. Y ese algo era el ardiente vacío de mi pecho, ese que tenía el nombre de Jacob grabado a fuego.

Los labios de Dan recorrieron mi mandíbula hasta el cuello, y gemí por el mareo que sentía. Me tambaleé ligeramente hacia atrás, jadeando, hasta que sus labios volvieron a besar los míos. Y no me aparté, no me negué. Porque algo me decía que siguiera. Que hiciera daño a Jacob, tal y como él me había hecho a mí.

- Siempre te he querido, Katherine. Y sé que es tarde para decírtelo...

El alcohol me manejaba. Me dirigía. Recorría mis venas. Me envenenaba.

- Jamás... volveré... a estar con Jacob. -susurré. -Jamás volveré a estar con él...

Dan se apartó de mí unos centímetros, y cogí aire, con la respiración y el corazón agitados. Y fue entonces cuando sus palabras me despertaron.

- Jamás volverás a estar con él porque yo lo voy a impedir. No podrás estar con él, Katherine, al igual que tampoco podrás estar con Diana, o Liv. Porque... es tarde.

Le oí suspirar, per no había nada claro en mi interior. El alcohol... no había sido buena idea.

- Lo siento, Katherine. Pero esto debió haber acabado hace mucho tiempo.

Grité mentalmente, justo después de escuchar sus palabras, sintiendo el miedo en el cuerpo.

Al igual que sentí el frío metal de un cuchillo en mi estómago, bajo la camisa.


viernes, 3 de mayo de 2013

DDM: Capítulo 72


¡Hola a todos!
Como siempre... me disculpo por haber tardado en subir taaaanto tiempo. No sé cómo lo hago, que siempre que digo que voy a subir pronto, tardo milenios... :(

Bueno, simplemente espero que os guste, como os suelo decir. :)

¡Un beso! :)




(Jacob)


Después de desayunar, nos fuimos a nuestras respectivas habitaciones, salvo Dan y yo, que acompañamos a Katherine a la suya. He de admitir que no me hizo mucha gracia que Dan estuviera cerca.

Pero la verdad era que mi mente estaba siendo ocupada por el hecho de que Katherine había tenido una pesadilla. En la que recibía una paliza, y eso sólo podía ser... lo de Patrick. Tenía que ser eso. Sabía que no era algo por lo que alegrarse, pero eso me dio esperanzas. ¿Y si eso era una señal, una señal de que lo estaba recordando todo? ¿Volvería a tener a mi lado a la Katherine de siempre?

Pero por otro lado, me daba rabia que comenzara a recordar lo malo, aunque ella no fuera consciente.

- No hace falta que vengas, Dan. No necesitamos que vigiles la puerta para que nadie nos interrumpa... -dije, para molestarle.

- Lo mismo digo, Jacob. -gruñó él, algo ofendido.

Esbocé una media sonrisa, y entramos en la habitación después de Katherine. La observé llevarse una mano a la frente, y cerrar los ojos, cansada.

- ¿Estás bien? -preguntó Dan, alzando una mano hacia ella.

- No mucho, la verdad. Estoy algo mareada... -murmuró.

Y seguidamente, se abalanzó hacia el cuarto de baño, y se arrodilló ante el inodoro, colocado en frente de la bañera. Vomitando.

Dan y yo corrimos a su lado, preocupados. Esperamos a que terminara, y alarmados la llevamos hasta su cama, donde la tumbamos. Ella gemía, y no abría los ojos, mareada. Nos dijo que estaba bien, que sólo era un pequeño mareo, y que estaría mejor aún en breve. Pero enseguida se quedó dormida.

Dan y yo nos quedamos con ella mientras dormía, en un incómodo silencio, hasta que Dan habló.

- Puede estar embarazada.

Me eché a reír, pero lo hice aún más alto en cuanto dijo lo siguiente:

- Espero que tú no seas el causante.

Cerré los ojos con fuerza, riendo, y sacudí la cabeza.

- Sí, Dan. Si con un abrazo una mujer puede quedarse encinta, entonces he sido el culpable. -me burlé.

Dan apretó las mandíbulas, y me fulminó con la mirada, de brazos cruzados.

- Voy en serio.

- Yo también, pero al parecer, las indirectas no son lo tuyo. Tranquilo, te traduzco: no seas imbécil, Dan. No la he tocado. -contesté, sacudiendo la cabeza, sin poder dejar de reír.

Dan desvió la mirada, molesto. ¿Cómo podía pensar eso? Además, los mareos y las náuseas de un embarazo no se presentaban tan pronto, sino unos meses después. Eso es lo que había aprendido después de haber... bueno, de haber conocido a tantas jóvenes.
Entonces recordé que Dan era un paranoico de mucho cuidado. Y más si tenía que ver con Katherine.

- Le habrá sentado mal el desayuno, ya está. -añadí, para que el pobre hombre se relajara un poco.

Aunque me traía sin cuidado si estaba relajado o no.

- Eso espero. -susurró.

Después, nos mantuvimos en silencio, y esperamos hasta que Katherine se despertó, con mejor cara. Nos dijo que se encontraba perfectamente, que no había sido nada, y eso pareció tranquilizar a Dan. También debo decir que me moría de celos en cuanto Katherine miraba a Dan sonriendo.

Aquella noche tenía planeado volver a llevarla a ver las estrellas, pero después de lo ocurrido, prefería aplazarlo, por si acaso se volvía a encontrar mal.

Al día siguiente, Katherine me aseguró que se encontraba muy bien, así que decidí llevarla a ver la puesta de sol y las estrellas. Quería verla feliz más a menudo, y esa era una muy buena forma.


***

(Katherine) 


Al día siguiente después de mi pequeño mareo, Jacob me llevó a ver la puesta de sol y las estrellas. Me contaba cosas sobre él, sobre su vida, sobre mí, y sobre algunas de las cosas que vivimos juntos antes de mi accidente.
Pero la verdad era que aquello me importaba cada vez menos. Sólo podía concentrarme en su sonrisa, en su forma de hablar y de pasarse las manos por el cabello. En su forma de mirarme, en su forma de hablarme. En su forma de tratarme.

Mi corazón se aceleraba de manera inmediata en cuanto su mano rozaba la mía, y más aún cuando me apartaba el pelo del rostro.

En una de esas veces, sus ojos se quedaron clavados en los míos más tiempo de lo normal. Sentí un terrible cosquilleo en el corazón, y sentí el deseo de que me besara. Jamás me imaginé pensando eso, dado que apenas le conocía... ¿Quería decir eso que me estaba enamorando?

El cosquilleo que sentía en el estómago cada que le veía, y el acelerado latir de mi corazón, indicaba que así era.

Pero... Había un pequeño problema. Un problema que me hacía estar aún más confusa, y era que aquel cosquilleo no sólo lo sentía con Jacob. También con Dan, aunque algo más débil. Con ambos me lo pasaba genial, ambos me hacían reír... Me sentía algo dividida. Pero por alguna razón, la conexión que sentía con Jacob era aún más fuerte.

He de admitir que más que ver las estrellas, hablamos, porque el cielo estaba bastante nublado, y aunque lo pedimos, no tuvimos ni un minuto de cielo despejado.

Después, ambos volvimos juntos a la habitación, y me despidió con un abrazo. Me señaló dónde estaba su habitación, por si necesitaba algo, y después, se marchó.
No sabía por qué, pero no tenía la enorme necesidad de sentirle a mi lado aquella noche. Tal vez... necesitaba tiempo conmigo misma. Asimilando toda la historia que me había contado, asimilando lo que se suponía que era mi vida.

Y sorprendentemente, no tardé en quedarme profundamente dormida.


***


Al día siguiente, me despertaron unos golpes en mi puerta. Desorientada, miré a mi alrededor, hasta que me di cuenta de que tenía que levantarme, ya que, efectivamente, era mi habitación a la que llamaban.

Me estiré, me froté los ojos y mientras caminaba hacia la puerta, me peiné ligeramente el pelo. La abrí con lentitud y eché un vistazo al exterior.

- ¿Sí? -inquirí.

Mis ojos se toparon con otros de color azul hielo, en un rostro pálido enmarcado por una cabellera rubia. Me quedé unos segundos sin respiración, recordando lo que el día anterior me había dicho aquella misma persona.

Elizabeth esbozaba una amplia sonrisa, aunque me pareció algo falsa.

- Buenos días, Katherine. -canturreó.

La miré, extrañada, pero no hice ningún comentario.

- Venía a avisarte de que vamos a desayunar, por si querías venir con nosotros.

- Cla... claro. Por supuesto. Ahora mismo voy. -contesté, a punto de girarme.

Pero me lo pensé bien, y antes de que Elizabeth se alejara mucho de mi puerta, la llamé. La joven se giró y clavó sus helados ojos en los míos.

- ¿A qué vino lo de ayer? ¿A qué te referías?

- ¡Ah, claro! Sospechaba que le darías vueltas... -hizo una pausa, en la que se acarició la barbilla con aire pensativo. -A ti te encantan las sorpresas, Katherine. Si digo algo... dejaría de serlo, ¿entiendes?

Hizo un puchero, y yo acabé por asentir, sin terminar de entenderlo. Pero preferí dejarlo estar. Se despidió de mí con la mano y otra sonrisa forzada, y se alejó medio trotando.

Seguidamente, me di un rápido baño, sin llenar mucho la bañera para tardar menos, y me vestí con los mismos colores de siempre, ya que es lo que había en el pequeño armario. Cuando estuve lista, salí de la habitación, y allí me encontré a todos.

Sus grandes sonrisas me hicieron sentir bien, y lo agradecí. Tenía una extraña sensación, y no era capaz de descifrarla, como últimamente me pasaba.

Traté de apartar la pequeña conversación entre Elizabeth y yo de mi mente, para centrarme en lo que contaban mis "amigos".

Y por la tarde, por primera vez, me atreví a ir a otra habitación que no fuera la mía; la de Diana, donde solían reunirse todos.
Allí me encontré con la pelirroja, y por alguna extraña razón, me alivié de verla, a pesar de saber que estaba bien.

Su melena roja brillaba con intensidad, al igual que sus increíbles ojos. Tenía la piel pálida, y sus brazos acunaban con cariño a la hija de Diana. La de pelo negro se acercó a la pequeña, y Olivia se la dio.

- Muchas gracias.

- Ya ves, Di. Es un cielo, no ha llorado ni una sola vez. -sonrió Olivia.

"Di."
Sentí una punzada en el corazón, y otra vez noté que algo en mi interior trataba de aflorar a la superficie.

Miré a mi alrededor, y me di cuenta de que faltaba gente; Elizabeth, Dan... y Jacob. No estaba ninguno de los tres.

Observé con atención a la pequeña, y con timidez, me atreví a preguntar su nombre:

- ¿Cómo se llama?

Diana alzó la mirada, llena de dulzura, y contestó con una sonrisa algo triste.

- Kathlyn. -hizo una pausa, en la que tragó saliva. -Es una mezcla de dos nombres, ambos de dos personas que significan mucho para mí.

Ladeé la cabeza levemente, sin apartar mi mirada de la suya, dejándola tiempo para hablar.

- Katherine y Gwendolyn.

- ¿El... mío? -susurré, sorprendida.

Diana asintió, soltando una risa que me pareció de lo más dulce.

- Sí, el tuyo. -afirmó, sin poder dejar de sonreír. -Eres una persona muy importante para mí, como habrás podido observar.

Asentí vagamente, sin apartar la mirada de la pequeña Kathlyn. Por una parte me sentía agradecida, porque eso significaba que verdaderamente yo le importaba. Pero por otro lado, me entristecía, porque, como solía decirme... ¿no les dolía que yo no les recordara?

- ¿Puedo... cogerla? -murmuré, con demasiada timidez.

- ¡Por supuesto!

Se acercó a mí, y me colocó a Kathlyn en los brazos con suavidad y lentitud, tratando de no despertarla.  No pude evitar esbozar una amplia sonrisa, a la vez que algo se derretía en mi interior. Y entonces la pequeña abrió los ojos.

Unos enormes y preciosos ojos castaños, que instantáneamente me transportaron a la única pesadilla que había tenido desde mi despertar.

"Me dejaste morir."

Sentí otra punzada en el corazón, y me quedé congelada, sin moverme, y sin poder apartar los ojos de los de la pequeña. Como si me estuvieran atrapando.

Aquellos ojos me sonaban de algo, pero no conseguía hallar qué. Mi cabeza trabajaba a toda velocidad, intentando conseguir una respuesta, una imagen, algo que me hiciera ver que, efectivamente, ya conocía aquellos ojos.

Y entonces, un nombre.

"Harry."

A su lado aparecieron aquellos dos ojos castaños, de color miel, tan brillantes e intensos.
Mi corazón se aceleró, y lo sentí martilleando en mi pecho.

Justo en aquel momento, alguien entró en la habitación y suspiré al ver a Dan. Después miré a Diana, tratando de formular una pregunta coherente. Tenía que saber si aquel nombre existía.

- ¿Y... el padre...? -susurré.

Pero en cuanto vi su expresión de tristeza, supe que no tenía que haberlo preguntado. Tragó saliva, y desvió la mirada durante unos segundos.

- Él... -comenzó, pero no terminó.

- Perdón. Perdón, de verdad. No es de mi incumbencia, no debería haberlo preguntado.

- Se llamaba Harry. -contestó de todas maneras.

Para mí, todo se quedó en suspensión. El nombre que acababa de pronunciar Diana era el mismo que había aparecido hacía unos minutos en mi mente. Harry.

Un escalofrío me recorrió de arriba abajo, y sentí vértigo. Cerré los ojos con fuerza, y oí sus voces, pero no sabía qué decían, ni quién era.
Hasta que alguien colocó una mano sobre mi hombro.

- ¿Estás bien? -oí.

Me obligué a abrir los ojos y asentí de manera automática. Pensé en Jacob, y en ir a buscarle, para contarle lo que acababa de pasar.

Que había soñado con unos ojos castaños.
Que en mi mente había aparecido un nombre en relación con dichos ojos.
Y que aquel nombre existía de verdad.

Sería una buena idea contárselo a Jacob y que fuera él quién me contara quién era aquel hombre llamado Harry. Porque sabía que preguntarlo en aquella habitación no sería una buena idea, no estando él presente, y estando Diana cerca. Porque estaba claro que el padre de aquella pequeña niña era el tal Harry. Y también estaba claro, por su expresión de tristeza, que ya no estaba aquí.

Y nada más pensar en eso, en que ya no debía estar en este mundo, sentí una enorme punzada en el corazón.

Todo era demasiado extraño. Me sentía extraña. Todo mi alrededor era extraño. Sentía una débil presión en el pecho que parecía querer hacerse más intensa, mientras ese nombre y los ojos castaños tintineaban en mi mente.

Sin pensarlo dos veces, le entregué a Diana a Kathlyn, y miré hacia la puerta.

- Ah, por cierto Katherine... Jacob te estaba buscando. Creo que quería hablar contigo. -saltó Dan.

- ¿Dónde está? -inquirí, nerviosa.

El nombre seguía brillando en mi mente, y la presión en el pecho aumentaba. Y de pronto, imágenes.

Hay una tenue luz, anaranjada, la cual es arrojada por varias antorchas. La pared es de piedra, estoy en cueva. En el centro, unos dibujos que no entiendo. Y por las paredes, nombres. Hay más personas conmigo, pero no soy capaz de reconocer quiénes. Entonces distingo unos ojos castaños que me miran, llenos de lágrimas. Son los ojos castaños de mi pesadilla. Oigo voces, llantos, y luego, yo misma grito. Veo algo verde, pero está borroso. Un cuerpo. Más gritos. Entonces el cuerpo desaparece, y siento una angustia indescriptible. Tengo el pecho oprimido y apenas puedo respirar. Jadeos. Más llantos. Y entonces, oscuridad. 

Abrí los ojos con rapidez, y miré a Dan, nerviosa. Aquellas imágenes me habían hecho sentir algo diferente. Me habían puesto la carne de gallina.

- En su habitación, creo. -contestó entonces.

Asentí, y le di las gracias en un suave murmuro. Me despedí de todos los presentes moviendo la mano ligeramente, y salí de la habitación.

Por alguna extraña sensación, me temblaban las manos. Y eso no me había pasado con ninguna de las anteriores veces que había visto "cosas" extrañas en mi mente. Y tampoco me habían cortado la respiración, pero esta vez sí.

"Harry."

Caminé por el pasillo, algo desorientada, pero por suerte, sí sabía dónde estaba la habitación de Jacob. ¿De qué quería hablar conmigo? Esa era una de las preguntas que rondaban por mi mente, pero había otra, y era cuál sería su reacción al oír lo que me había pasado.

Sin pensarlo dos veces, abrí la puerta, aunque me costó, ya que estaba ligeramente atascada.

Jamás pensé que aquello iba a ocurrir. Había dado por hecho tantas cosas... que no me paré a pensar en las consecuencias que podía tener el entrar en la habitación de un joven.

Fui a hablar, pero las palabras se quedaron atascadas en mi garganta. Me quedé sin aliento, mientras mi corazón se obligaba a seguir latiendo.

Y de pronto, me sentí la criatura más estúpida de todo el universo.

Era una ingenua. Una ingenua que se creía mil mentiras. Y en aquel momento, entendí cuál era la sorpresa de Elizabeth. Entendí a qué se refería con lo de que esta vez, yo no iba a salir ganando.

Lo entendí al ver sus labios rozándose en un beso.