Parpadeé varias veces seguidas para intentar despejarme. Sin
quererlo, bostecé durante largos segundos. Aquel día había sido muy duro, y me
encontraba muy cansada. Por la mañana habían solicitado mi presencia en el
puerto para comprobar una pieza de mi barco que estaba en mal estado; después,
por la tarde, había tenido una discusión con un marinero de mi tripulación,
llamado Adam. Decía que quería dimitir, que ya estaba aburrido del mar, y que
hacía mucho que no encontrábamos algo de valor que repartir. (Digamos que eso
es mentira; básicamente, lo que él quería era que aumentara su sueldo.) Y que
estaba cansado del vaivén de las olas, que no había nacido para eso. Era
entendible. No iba a obligarle a vivir en un mundo que no era el suyo, a pesar
de ser el mío.
Un
baño de agua caliente me despejaría del todo, estaba segura.
Me
levanté del escritorio, y salí de la habitación. Caminé por los largos pasillos
del castillo, en los que me siempre me acababa perdiendo cuando me dignaba a
salir de la habitación y el escritorio que me había asignado un representante
de la reina. Además, hacía frío, y los tapices de las paredes no parecían
servir de mucho.
Después
de varios minutos merodeando por ninguna parte, encontré las escaleras que me
llevarían al segundo piso, donde se encontraban mis aposentos, y el baño que
buscaba. Después de desvestirme, de accionar el grifo metálico y de que se
llenara la bañera, me metí en ella. Pero ni eso me tranquilizó. Aquella misma
mañana había llegado al puerto de Inglaterra más cercano al castillo de la
reina, y tenía mucha curiosidad por saber para qué había solicitado mi
presencia en sus cortes. Y no la había visto en todo el día, ya que se
encontraba haciendo unos recados fuera de la ciudad, algo que le había surgido
de repente, según me había relatado su representante. Esperaba que llegase
mañana.
Y
como ni el agua caliente de tranquilizaba, salí de la bañera de porcelana, me
sequé con una suave toalla, y me dirigí hacia mis aposentos. Me puse el camisón
blanco de seda que aguardaba en mi cama, y seguidamente me metí entre las
sábanas, dispuesta a dormir todo lo que pudiera. Mañana iba a ser un día muy
duro.
***
Abrí los ojos a causa de la luz que se
colaba por entre las largas cortinas de terciopelo. No tardé en levantarme, ni
en vestirme con unos pantalones marrones, una camisa blanca, y mis botas de
cuero también marrones, nerviosa. Salí de la habitación sin perder tiempo, y
sin hacer la cama, y bajé las escaleras de piedra con rapidez y agilidad,
haciendo resonar los ligeros tacones de mis botas.
- La reina ya ha llegado, capitana Katherine.
–me informó un soldado que se
encontraba al pie de las escaleras de mármol.
- Gracias.
Me metí en la sala que me señaló
el guardia, y comprobé que me encontraba en la sala de los tronos. Allí,
sentada sobre el suyo y sola, estaba la reina. Dos guardias se encontraban a su
lado, por si acaso se veían con la obligación de defenderla. Al verlos, me
pregunté si aquella reina era tan odiada como para tener que ir siempre
acompañada de guardias, y yo misma me respondí; era obvio que al ser reina,
necesitaba protección, fuera adorada u odiada. No iban a correr el riesgo de
dejarla sola ni en su propio castillo. ¿Por qué me hacía una pregunta tan estúpida…?
Supuse que porque nunca antes había estado en presencia de una reina, ya que
nunca antes me habían solicitado.
- Buenos días, majestad.
- ¿Quién es usted, jovencita? –inquirió.
Carraspeé ligeramente, y
colocando las manos ala espalda, mientras hacía una reverencia ante la reina.
- Soy Katherine. La capitana Katherine Greenwood
Wells, majestad. Tengo entendido que deseaba verme. -dije.
- Ah, sí, perdone, capitana Greenwood, siento no haberla reconocido. -hizo una pausa, levantándose del trono. -Sí, ciertamente, quería hablar con usted.
Bajó los cinco escalones que elevaban los tronos en un pequeño altar, y con sus andarse de reina elegante, se acercó a mí.
- He oído que usted capitanea uno de los barcos piratas más famosos, ¿no es así?
- Sí, majestad. El Greenwood Wells.
- Ajá... -hizo una corta pausa. -Bueno, necesito que usted dirija una expedición. Es... por pura curiosidad, nada más. Verá, hace unos días, escuché unos rumores sobre un gran tesoro, escondido en un lugar remoto y desconocido. La gente decía que sí existía... ¿Sería mucha molestia si le pidiera investigarlo? Sé que usted está muy ocupada, ya que ser Princesa de los Mares no es nada fácil...
No contesté. Jamás había creído que una reina requeriría la ayuda de un pirata para encontrar un tesoro. Y aunque fuera la Princesa de los Mares, y ese fuera un cargo respetado, no dejaba de ser una pirata. Y por regla general, los reyes no nos solían adorar.
- No... no, qué va. Será un placer, majestad.
- Cómo me alivia ti respuesta, Princesa de los Mares. Me alegra que hayas aceptado. -me dedicó una sonrisa un tanto tenebrosa, aunque yo apenas lo percibí. -Necesitaba a alguien valiente y astuto, alguien que de verdad trabajara y se molestara en investigar. Y me temo que eso no lo puedo encontrar en los tripulantes de mi flota.
- No hay problema, majestad. Pero para iniciar esta investigación, he de empezar por algo, ya sabe. No puedo hacerlo desde cero, me sería completamente imposible.
- Oh, claro. Según he oído, se encuentra en un lugar al que llaman... Isla de las Voces.
"Isla de las Voces". Ese nombre se quedó grabado en mi mente a fuego.
- Desgraciadamente, no tengo más información que pueda servirle, capitana Greenwood. Lo que sí que puedo decirle es que tal vez sea mejor que empiece por visitar las Islas Azores. No sé, como punto de partida.
- No se preocupe, majestad. Me es suficiente.
No estaba muy segura de si de verdad me era suficiente aquella información o no, pero supuse que no necesitaba nada más teniendo un lugar por donde empezar a buscar.
- Eso es una buena noticia. -dijo, a la vez que esbozaba una sonrisa.
Asentí, y seguidamente me dejó marchar, después de despedirla con una cordial reverencia, para comentárselo a mi tripulación. Después de la reverencia, la reina parecía sorprendida, y supe por qué. ¿Cómo un pirata, alguien basto y burdo, iba a ser tan educado? La respuesta era sencilla; yo era pirata, pero no significaba que fuera irrespetuosa. No todos los piratas éramos iguales. Y menos siendo yo la Princesa de los Mares, una figura que servía de modelo para mucha gente, alguien encargado de la justicia del mundo.
Salí de castillo, justo después de recoger de mi escritorio los mapas y los papeles que me había traído, y después de colocarme bien la chaqueta marrón que había pertenecido a mi madre.
No era normal. Aquella petición no era normal, y no me refería al hecho de que tenía que buscar una isla llamada Isla de las Voces. Eso ya era de por sí extraño. Pero yo me refería a que fuera la reina la que me lo hubiera pedido. A pesar de la explicación que me había dado sobre por qué me había llamado a mí, las reinas no pedían la ayuda de los piratas para encontrar tesoros, o para investigar la existencia de islas poco comunes. De eso se encargaba su propia flota (a pesar de que me hubiera dicho que no había gente capacitada para la expedición). ¿Pero, piratas? Era extraño.
Y nadie se imaginaba lo extraño que podía llegar a ser.
PRECIOSO.
ResponderEliminarDe momento esta bien, pero es un poco dificil engancharse a un libro con solo un capitulo, espero el siguiente y sigue escribiendo que lo hacess muy bien.
ResponderEliminarPD: Si tienes tiempo pasate por mi blog:
http://enunafamiliadelcapitolio.blogspot.com.es/
Lo sé jajajaj Pero muchísimas gracias por pasarte a leerlo :)
ResponderEliminarClaro! Me pasaré en cuanto pueda! :) Un beso!